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Madres en la Biblia: La mamá de Icabod

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¿Vale la pena la vida sin la presencia de Dios?

Los acontecimientos que tienen que ver con esta madre comienzan en el primer libro de Samuel (2:12-34).

Ilusionada con el futuro

Sin duda, cuando la noticia se extendió por el pueblo, las felicitaciones y enhorabuenas habrán llovido sobre la joven. Y luego, como cualquier novia, habrá empezado a preparar el día de la boda con gran entusiasmo y habrá iniciado los arreglos para el nuevo hogar, con una ilusión tremenda. Inicialmente, todos habrán pensado: “Se lleva un buen partido” – ser la esposa de ¡¡un sacerdote!!- Finees. El suegro, Elí, era un hombre muy reconocido. Al morir éste, la misma Escritura le pone el epitafio: “Juzgó a Israel durante 40 años”. En algún momento de su vida, Elí fue el tutor del profeta Samuel; cuando nuestra protagonista entra en el escenario, Samuel ya está siendo reconocido como “fiel profeta del Eterno” (1 S. 3:20)

Finees, era el segundo hijo varón de Elí. ¿Esperaba esta mujer poder ser profetisa, en alguna forma, para ayudar en el desarrollo de la vida espiritual del pueblo de Israel? Por lo menos, en la ciudad de Silo, donde estaba temporalmente el Tabernáculo, tendría la posibilidad de influenciar a las mujeres ¿no? “Si soy buena esposa y madre, podré animar a otras a ser buenas esposas y madres”.

Desilusionada con su marido…

A Finees y su hermano no se les menciona en la Biblia por su nombre hasta el final del capítulo 2, luego son ignorados en el capítulo 3, y mencionados, de nuevo, en el 4 en relación con su muerte y cómo los filisteos capturaron el arca del Pacto.

Por desgracia, quizás alguna mujer puede sentirse identificada con nuestra protagonista. Su marido fue conocido como ladrón – y hasta actuó con violencia (v.2:16b), dirigiendo “una red criminal” por medio de sus siervos, que actuaban en su nombre. Pero había dos cosas que intensificaban aún más su dolor: Su marido era un hombre “público”; “todo Israel sabía” de sus acciones y, aún peor, era “ministro de culto”, ¡era sacerdote!; Representaba al Dios Altísimo, Creador del cielo y de la tierra, y delante del cual Finees ofrecía los sacrificios de devoción del pueblo. ¡¡Una hipocresía cruel y escandalosa!!

¿Habría intentado ella llamarle la atención? ¿Recibiría, en ese caso, respuestas de burla como parece que recibió su suegro Elí, cuando intentó llamarles la atención? (1 S. 2:25). Lo que sí podemos afirmar es que el Señor veía y tomaba nota de todo el dolor de esta mujer. Recordemos: “En toda angustia de ellos él fue angustiado, y el ángel de su faz los salvó; en su amor y en su clemencia los redimió, y los trajo, y los levantó todos los días de la antigüedad” (Is.63:9).

¿Y las infidelidades de su marido? Cada noticia tenía que haber sido como un puñal. Según el relato se trataba de frecuentes y constantes infidelidades. En 1S. 2:22 dice: “y como dormían con las mujeres  que velaban a la puerta del tabernáculo”.  En la cultura occidental de hoy, una esposa tendría posibilidades de “resolver” este problema divorciándose (también el Nuevo Testamento en este caso lo permite), pero esta “solución” no minimiza en absoluto el profundo dolor y decepción. Y, además, esta herida no se convierte en cicatriz de la noche a la mañana, sino todo lo contrario…

¿Conoces a alguna mujer que haya sufrido o esté sufriendo de forma parecida? O ¿tú misma? Acércate al Señor y, descansando en Sus brazos eternos, cumple la instrucción de “echar toda tu ansiedad (dolor/decepción/ira/enfado/ resentimiento, etc.) sobre Él, porque Él tiene cuidado de ti” (1 Pedro 5:7).

Decepcionada con su suegro…

Elí, el sumo sacerdote, suegro de la mujer de Finees, lo sabía todo: “Pero Elí era muy viejo; y oía de todo lo que sus hijos hacían con todo Israel”, y como “los hombres menospreciaban las ofrendas de Jehová…y cómo dormían con las mujeres que velaban a la puerta del tabernáculo de reunión” (1 S. 2:17 y 22). Pero, aunque tenía la potestad de quitarles el sacerdocio, lo único que hizo fue “reprenderles” verbalmente: “Y les dijo: ¿Por qué hacéis cosas semejantes? Porque yo oigo de todo este pueblo vuestros malos procederes. No, hijos míos, porque no es buena fama la que yo oigo; pues hacéis pecar al pueblo de Jehová” (1 S. 2:23-24).

Obviamente, desde el punto de vista de Dios, esta “reprensión” no fue suficiente. No solo no le prestaron atención (v. 25) sino que él mismo se aprovechó de la codicia y gula de sus hijos, porque un profeta, en nombre del Señor, le dijo: “Has honrado a tus hijos más que a mí, engordándoos de lo principal de todas las ofrendas de mi pueblo Israel” (v.2:29).

¿Habrá esperado nuestra protagonista una reacción positiva de su suegro para proteger al pueblo de Dios y también a ella misma? Fue una esperanza vana. No recibió el respaldo espiritual que necesitaba.

Pero, antes de criticar demasiado a Elí, ¿estás ayudando o estás dando el respaldo espiritual a alguna mujer que esté sufriendo de las mentiras y/o las infidelidades de su marido, o la frialdad de algún familiar muy cercano? Un rechazo del marido es muy duro, pero repetidos rechazos quebrantan a la esposa… Un rechazo de los suegros es muy duro, pero repetidos rechazos desmoronan / hunden/ destrozan.

Profetisa para nosotras…

Lo que podría haber sido un acontecimiento supremo en su vida, lo que podría haber dado luz y esperanza en medio de tanta oscuridad intensa, resultó ser el fin de su vida. Estaba a punto de dar a luz, cuando oyó el griterío del pueblo y le llegó la noticia de que el Arca de la Promesa de la presencia del Señor, había sido capturada por los filisteos, y que su suegro y también su marido habían muerto. Esto ya tuvo que ser demasiado para ella, y suponemos que su cuerpo no pudo resistir tanto “dolor” y al dar a luz, dio su espíritu a su Creador.

Lo que nos llama la atención es el nombre que dio a su hijo mientras agonizaba: “La gloria se ha ido”. O simplemente: “Sin gloria” (1 S. 4:21). ¿Lo dijo por la muerte de su marido? ¿Por la muerte de su suegro? El texto nos explica la razón principal: “Dijo, pues: Traspasada es la gloria de Israel; porque ha sido tomada el arca de Dios” (1 S. 4:22). Sin duda alguna, la muerte de los otros miembros de la familia le habrá causado una pena inmensa, pero, curiosamente, lo que ella menciona en primer lugar es la pérdida del símbolo de la presencia de Dios. Esto me hace pensar…

¿Vale la pena la vida sin la presencia de Dios? ¿Cómo pueden vivir los que no le conocen y están “sin esperanza y sin Dios en el mundo” (Ef. 2:12)?  ¡¡Tenemos que llevar el evangelio a nuestros familiares, amigos y vecinos urgentemente!!

Pero hay un aviso adicional: Finees y su hermano hacían “todas las funciones del sacerdocio” pero “no tenían conocimiento de Dios” (1 S. 2:12). O sea, es posible estar activos en la obra del Señor, sin conocer al Señor de la obra. ¿Puede este hecho ser aplicado a personas que participan en las actividades de nuestras iglesias? Me temo que sí. La madre de Icabod, cual profetisa, nos avisa de esta terrible posibilidad.

También, y con voz clara, apunta que solo vale la pena la vida con la gloria (la presencia) del Señor con nosotros. Y, afortunadamente, sabemos algo que la madre de Icabod aún no sabía y que el Señor nos ha asegurado: “No te dejaré nunca, hasta el fin del mundo”.

 ¿Qué te parece? 

Ester Martínez Vera