LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

Madres en la Biblia: ¿Una madre anónima? La esposa de Job

Print Friendly, PDF & Email

¿Te sientes, a veces, como si fueras una mujer anónima?

¡¡Esto es totalmente injusto!! ¿Cómo podemos hablar de la famosa esposa del todavía más famoso hombre de Dios/sufridor Job como: “Anónima”?  ¿No tenía ella un nombre? ¿Un nombre para ser recordado y reconocido durante los siglos y en las lenguas en que la historia de su marido ha sido inmortalizada? Es cierto, pero su nombre no ha sido registrado en las Sagradas Escrituras. De este hecho podemos aprender:

Ninguna madre es realmente “anónima”

¡¡Obviamente ninguna madre es “anónima” para sus propios hijos!! Pero tampoco lo es para Dios, porque Él está totalmente implicado en el proceso de gestación de cada ser humano. El salmo 139:13-14 lo explica maravillosamente: “Tú creaste las delicadas partes internas de mi cuerpo y me entretejiste en el vientre de mi madre. ¡Gracias por hacerme tan maravillosamente complejo! Tu fino trabajo es maravilloso, lo sé muy bien”.  ¡Y pensemos que David no tenía la más remota idea de lo que sabemos ahora acerca de anatomía!

 Y David sigue explicando… Leemos: “Tú me observabas mientras iba cobrando forma en secreto, mientras se entretejían mis partes en la oscuridad de la matriz. Me viste antes de que naciera”.
Por lo tanto, Dios conocía bien a la madre de los diez hijos y tres hijas de Job. Si tienes hijos, ¡no debes dudar ni por un instante que no eres “anónima” para Dios! (Igualmente si no tienes hijos, puesto que Dios estuvo “entretejiéndote” a ti antes de tu nacimiento). Si Dios ha usado tanto esmero en tu formación, debes ser MUY importante para Dios.


Su intenso dolor

Es difícil ponernos en las sandalias de la mujer de Job. Recibir la noticia devastadora de la muerte de todos sus hijos debe haber tenido el efecto de un tsunami de dolor invadiendo su corazón. Pero, como sabemos por la historia bíblica, su angustia no terminó allí, sino que tuvo que continuar viendo a su marido sufrir tanto, durante tanto tiempo que ni sus propios amigos le reconocían (2:12), y cuyo único alivio era rascarse con un trozo de barro cocido y estar sentado entre cenizas (Job 2:8). Y tampoco nos podemos imaginar lo que implicó la pérdida de la dignidad de toda la familia, ante los ojos de los demás, al ver a Job de esta manera

Pero había, además, la pérdida de su seguridad económica, y un futuro deprimente ante la posible proximidad de la muerte de su marido… No había, en aquel momento, ninguna posibilidad de ayuda ni de Seguridad Social, ni de nada para las viudas. Y esta mujer, habiendo sido la esposa de un hombre inmensamente próspero y reconocido como persona importante en la vida, ahora tiene un futuro negrísimo delante de ella.

Pero tampoco termina allí la historia. Ella tuvo que ser espectadora del tormento mental (y espiritual) de su marido, cuando él intentaba reconciliar la justicia de Dios (a quien él había servido con tanta fidelidad) con su situación actual (1:5).

Me parece que todos entenderíamos que, frente a tanto dolor, ella quisiera que Dios le aliviara y se lo llevara con Él. Pero ella pierde los papeles, se desespera (quizás por su rol de cuidadora), y leemos: “Entonces le dijo su mujer: ¿Aún retienes tu integridad? Maldice a Dios, y muérete” (2:9). Hoy la psicología nos diría que esta mujer “se rompió por dentro”. No debemos hacer ningún juicio de valor en cuanto a ella, ¿verdad?

Afortunadamente, Job siguió cumpliendo con su rol de cabeza espiritual de la familia al llamarle la atención intentando ayudarla a ver las circunstancias desde otra perspectiva: ¿Aceptamos solo las cosas buenas que vienen de la mano de Dios y nunca lo malo? (2:10).

¿Me permites hacer una observación aquí? Al final del libro, Dios reprende a los “amigos” de Job por lo que habían dicho, pero no dice nada de lo que había dicho su esposa. Parece que Dios entendió la angustia, la motivación y el dolor de esta madre y esposa. Y ¿acaso no hace Dios lo mismo con nosotros en cada momento difícil de nuestras vidas?

Su ministerio

Según lo que leemos en los capítulos siguientes, mientras Job luchaba en su esfuerzo por entender su situación y la acción de Dios, podemos inferir muchas cosas acerca de las acciones de esta madre de familia numerosa. Seguramente tuvo una serie de criadas para ayudarla en los trabajos domésticos, no obstante, además de los cuidados de los hijos, vemos que recibía a los invitados de su marido, tanto a los amigos como a los “sin-techo”. No nos consta que Job tuviese problemas con su esposa frente a su evidente y constante generosidad.

Y ¿qué podemos decir en cuanto al final del relato? Nos dice (v.42:13) que ella dio a luz diez hijos más, y que las tres hijas eran muy admiradas por su excepcional belleza (42:15). Todo esto significó una bendición visible por parte de Dios sobre su marido, de la que ella, obviamente, participó y disfrutó (42:12). ¡¿Disfrutó?!  ¿Se podía “disfrutar” de diez partos más como “una bendición de Dios”?  Pues sí, parece que así lo entendieron todos. ¿Tenemos que decir simplemente que: “era una mujer de su tiempo”? Evidentemente.  Pero, propongo, que ella también habría visto todos esos acontecimientos y nacimientos como parte de su ministerio, al ser “hacendosa” en su casa (Tito 2:4-5) y cuidar y apoyar a su marido en la crianza de sus hijos.

¿Una madre “anónima”? Para nosotros sí, porque no sabemos su nombre. Pero fue una madre muy apreciada por su prole, marido y, sobre todo, por su Creador. ¿Te sientes, a veces, como si fueras una mujer anónima? ¿Eres simplemente un número para la cajera del supermercado o alguien sin importancia en tu comunidad, y que otros (hasta miembros de tu familia) no te valoran como persona? Pues, al final, esta madre, la esposa de Job, fue “doblemente bendecida” (42:10 y 13).

Sinceramente creo que tú y yo, también (con o sin hijos), somos tremendamente bendecidas por toda la obra redentora de Cristo en la cruz, la cual ha hecho que podamos sentarnos con Cristo en los lugares celestiales… a Su lado (Ef. 2:6).

¿Qué te parece? 

Ester Martínez Vera