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Madres en la Biblia: Agar, una madre de gracia, en desgracia

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Es un consuelo saber que Dios conoce nuestro nombre y nuestras circunstancias a la perfección

Agar era una muchacha egipcia, servidora, y hace un año escribí en “Caminemos Juntas” sobre su señora, y puse como título: SARAI, una madre de fe. Ahora quisiera hablar de su ayudante. La Biblia la presenta así: “Sarai mujer de Abram no le daba hijos; y ella tenía una sierva egipcia, que se llamaba Agar” (Gn. 16:1).

Sarai no tenía hijos, pero tenía una sierva. Dios les había prometido a Abram (Abraham) y a Sarai (Sara) que el día llegaría en que tendrían un hijo. Pero después de pasar diez años (Gen 16:3), la pareja pensó: “Tenemos que ayudar a Dios” y recurrieron a lo que fue perfectamente aceptable en su mundo y tiempo: Usar a una esclava para tener un hijo.

Pero lo que es “aceptable” desde la perspectiva del “mundo”, en cualquier tiempo, no es necesariamente lo que es aceptable delante de Dios, y de ahí se rompió la armonía en la casa, y apareció mucho dolor que aún no ha terminado en nuestros días, entre dos pueblos: hebreos y árabes. Pero quisiera considerar la historia desde el punto de vista de nuestra protagonista: Agar.

Agar como sierva/esclava

La Biblia no nos explica cómo llegó a formar parte de “la familia” de Abram – quizás ella fue uno de los regalos que Faraón le dio a Abram (Gn. 12:16), pero sí sabemos que estaba en la familia para atender a Saraí como su señora. Tuvo que ser muy difícil para ella porque la “tribu”, poco después, salió (mal) de Egipto. ¿Pudiera ser que Agar dejara atrás a sus padres y sus conocidos para ser parte de un grupo de “extranjeros” desconocidos? La pobre muchacha no tenía opción; era una esclava.

Entre paréntesis, ¡cómo debemos orar por las muchas mujeres en nuestro mundo que, injustamente, han perdido todos sus derechos y, frecuentemente, son maltratadas por sus “dueños” en el siglo XXI!

Agar como “mujer” de Abram

Digo “mujer” puesto que así es como Sarai la califica en (Gn. 16:5), pero es evidente que Agar no tenía ninguno de los derechos de esposa, y al encontrarse en estado, empezó a mirar “con desprecio a su señora” (Gn. 16:4). Y Sarai, probablemente, se dio cuenta del error que había cometido al no “esperar pacientemente al Señor”, cosa que frecuentemente también nos es difícil de hacer a nosotras. Pero entonces Sarai añade más injusticias al primer error: Culpa a Abram y aflige a su sierva. Imagina la situación desde el punto de vista de Agar: Robada de su familia (esclava); entregada a su “jefe/dueño” (Abram), y ahora abusada por su señora. Tristeza sobre tristeza.

De acuerdo, no tenía que haber mirado con desprecio a Sarai pero… Pero el resultado final es una huida. Huye, principalmente, de los malos tratos, cosa que miles/millones de mujeres en todas partes del mundo quisieran hacer hoy. Y recuerda que no pocas se encuentran así en nuestro propio país, y necesitan ayuda.

Agar como objeto del cuidado de Dios

El ángel de Jehová” (el visible Señor Dios del Antiguo Testamento sin duda es el visible Señor Jesucristo del Nuevo Testamente) la encuentra al lado de una fuente que está en el camino de Shur (Gn. 16:7) – evidentemente Agar iba hacia Egipto, su pueblo. Y el Ángel la llama por su nombre. Es el único caso en el Antiguo Testamente en que Dios habla con una mujer llamándola por su nombre. Y además menciona que sabía que era la “sierva de Sarai”. ¿Verdad que es un consuelo saber que Dios conoce nuestro nombre y también dónde vivimos/trabajamos? Él conoce nuestras circunstancias a la perfección. ¡¡Qué gracia y tranquilidad tan maravillosa!!

El Señor no la deja vagabundeando sin dirección, sino que le pide obediencia: “Y le dijo el ángel de Jehová: Vuélvete a tu señora, y ponte sumisa bajo su mano” (9) y a continuación muestra Su profundo interés en ella al hablar del hijo que va a tener, y le da su nombre: “Ismael”, que significa “Dios oye”. Pero, en el capítulo 16 de Génesis no se nos menciona que Agar hubiese orado para que Dios la oyera… ¿Entonces? Propongo que ¡¡ Dios había oído su aflicción!!

En otros momentos, Dios le dice a Su pueblo que había “visto” su aflicción (Ex. 3:7), pero, en este caso, me gusta imaginar que cariñosamente el Señor dice: “He oído tu voz, el gemir de tu corazón…”. Para “ver” puedes estar lejos; para “oír” es necesario estar cerca.

Y ¿cómo responde Agar?: “Tú eres Dios que ve (que me ve)”. El hebreo en esta frase se puede traducir de dos maneras:

-Eres un Dios que he podido ver. ¡¡Qué privilegio!! Abram todavía no podía decir esto y Agar sí pudo decirlo, porque te has revelado a mí. Y, por la gracia de Dios, también nosotras podemos decir algo parecido, puesto que tantas veces Dios se nos revela por medio de Su Palabra infalible y, también, ¡en las cosas pequeñas!

-Eres el Dios que me ve. Agar había hecho su contribución al lío producido en la casa de Abram y Sarai, pero durante todo este tiempo ella no estaba fuera de Su visión y cuidado.

También podemos notar que Agar tuvo este encuentro con Dios “en el desierto” (7). Si estás pasando por un período de “desierto” no pierdas la esperanza de verle allí, puesto que Dios sigue todos tus pasos, vigilándote con amor. Recuerda que tú y yo somos también, igualmente, objeto de Su cuidado.

Ismael como recordatorio del cuidado de Dios

¿Cómo supo Abram que tenía que poner el nombre de Ismael al recién nacido de Agar (Gn. 16:15)? Pues, lógicamente, Agar le habría contado su experiencia y el nombre que el Ángel le había dado. ¡Qué bueno es cuando se pueden compartir nuestras experiencias espirituales en casa y expresar lo que el Señor nos dice por medio de Su palabra!

Todo esto nos lleva a pensar que cada vez que Agar llamaba a su hijo: “Ismael, ven aquí” o “Ismael…”, podría volver a recordar: “Dios me oye… y también me ve”. E igualmente, cuando cualquier miembro de la tribu le llamaba, seguramente despertaría en ella el recuerdo de la presencia y promesa del Señor, y reviviría Su encuentro con Él. Y… ¿nosotras también?

¿Qué te parece?

Ester Martínez Vera