LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

El fruto del Espíritu en el matrimonio: Dominio propio

Print Friendly, PDF & Email

Cada una de estas cualidades edifica nuestro matrimonio, acercándonos más el uno hacia el otro a medida que nos acercamos a Dios

Llegamos al último artículo en la serie sobre el fruto del Espíritu y la aplicación de cada una de sus cualidades a nuestra relación matrimonial: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley (…) Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gálatas 5:22,23,25). Como dijimos anteriormente, cada característica, además, es un reflejo del carácter de Cristo, a quien debemos imitar.

En el artículo anterior tomamos la cualidad de mansedumbre, utilizando el término “humildad”, que es utilizado en muchas traducciones y más fácil de comprender. En este artículo haremos lo mismo; en vez de templanza utilizaremos dominio propio, la traducción utilizada en muchas de las versiones contemporáneas (NVI, NBLA, DHH …) y un término que utilizamos más a diario. La palabra original en el griego para este término es “enkrateia”, y se refiere a fuerza, poder o gobierno propio. Es sinónimo de autodisciplina, sabiendo controlar, como se expresa en Tito 2:11-12, los “deseos mundanos” y así vivir “sobria, justa y piadosamente”. Esta palabra aparece también en 2 Pedro 1:6, como una dádiva del Espíritu Santo que nos permite ser partícipes de la naturaleza divina, y nos insta a añadir “a nuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio…”.

El dominio propio es lo opuesto a la indulgencia, es decir, a hacer lo que me plazca y dejar que el egocentrismo influya nuestras decisiones diarias. Sin dominio propio es difícil resistir las tentaciones y caemos fácilmente en el pecado.  Pero, este dominio propio no depende de nuestras propias fuerzas, ya que, dependiendo solo de ellas, fallaremos; es a través del Espíritu Santo y Su poder que recibimos la ayuda necesaria para dominar nuestras debilidades y tener la autodisciplina que nos permite ser útiles en todo aquello que Dios nos quiere usar para Su servicio. También, nos permite tener una vida equilibrada, un buen testimonio, y sanas y duraderas relaciones con los demás.

El dominio propio, o templanza, es una característica de madurez, y es por esto que es un requisito mencionado tanto para los ancianos como para los diáconos, en aquellos listados que encontramos en 1 Timoteo 3 y Tito 1 y 2. Alguien que no puede auto gobernarse, no puede estar a cargo de otros.

Busquemos ahora la aplicación: ¿Cómo afecta esta característica a nuestra relación matrimonial? Y, ¿en qué maneras podemos demostrarla? El dominio propio abarca más que un cambio de comportamiento; abarca la vigilancia de nuestros pensamientos, nuestras emociones, nuestras palabras y nuestras acciones.

  • Nuestros pensamientos – Todas sabemos que de nuestra mente emanarán nuestras decisiones y nuestras acciones. Es por ello que necesitamos hacer inventario de qué dejamos entrar en ella, qué “pájaros permitimos que revoloteen allí”, y qué excusas elaboramos para postergar o no hacer lo que debemos. ¿Permitimos que nuestros pensamientos mariposeen libremente en nuestra mente permitiéndoles reposar en cosas impuras, rencores pasados o comparaciones egoístas por dedicar demasiado tiempo a los medios sociales tecnológicos…? ¿Hemos permitido que nuestra mente se llene de aquello que no edifica en vez de “todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre …” (Fil. 4:8)?  Renovar nuestra mente es algo que debemos hacer a diario (Ro. 12;2), y lo hacemos rindiéndola cada mañana a los pies de Cristo para que Él dirija nuestros pasos, cada día. Lo hacemos por amor a Él y por amor a nuestro esposo y nuestra familia. Esta renovación diaria nos permite liberar nuestra mente de aquello que nos apesadumbra, porque hemos leído algunos versículos para darnos algo bueno en que meditar y hemos orado para dejar nuestros dilemas en Sus manos. No es fácil, porque toda auto disciplina es trabajo, pero beneficiará todo lo demás.
  • Nuestras emociones – Como mujeres, muchas veces nuestras emociones nos provocan una “montaña rusa” de altibajos que afectan nuestros ánimos y reacciones. Algunas veces, esto está relacionado con nuestras hormonas y el tiempo del mes, pero no por ello debemos dejar que nos controle y nos haga reaccionar desproporcionadamente a los eventos del día. Tras reconocer nuestro ánimo alterado, busquemos formas de manejarlo, permitamos que nuestro esposo sepa de nuestro estado emocional para que él también nos ayude; nos recuerde que necesitamos más descanso y no nos pida más de lo que podamos abarcar ese día. Nuestras emociones también están vinculadas a situaciones que están ocurriendo o han ocurrido recientemente, pero en vez de dejar que ello nos controle o nos provoque un bajón, oremos juntos por ello; así, no solo dejamos la carga en manos de Dios, sino que, además, el orar juntos nos permite abrir nuestro corazón el uno frente al otro y así entender mejor nuestros sentimientos y cómo nos afectan. Concentrémonos en hacer las tareas necesarias del día y en servir a otros, ya que el tener logros nos anima y no nos permite caer en la dejadez, que lleva a ahondar aún más en nuestra auto lástima y negativismo.
  • Nuestras palabras – El dominio propio en esta área no solo incluye las palabras que usamos, sino también el tono de voz. Nuestro lenguaje puede herir y desmoronar, o animar y edificar (1Ts.5:11). Tal es el poder de la “lengua” que tenemos un capítulo entero de la Biblia dedicado a ella, y muchos proverbios acerca de su uso o mal uso. En Santiago 3:2 se nos dice que si podemos controlar la lengua de tal modo que no ofendamos a otro, podemos refrenar también todo el cuerpo. La lengua puede alabar y ser de bendición, pero también puede maldecir y agraviar al otro. Nuestro tono de voz puede ser respetuoso e invitar a la comunicación o, por el contrario, ser despectivo y hacer que el otro se retraiga y no comparta sus sentimientos. Dejemos que el Espíritu Santo nos ayude a controlar lo que sale de nuestra boca, no permitamos que la falta de auto disciplina en esta área rompa nuestras líneas de comunicación e interfiera en nuestra intimidad matrimonial.
  • Nuestras acciones – Ya en nuestros votos matrimoniales estamos pidiéndole a Dios que bendiga nuestra unión, y prometemos dejar de vivir para uno mismo, para ahora vivir el uno para el otro. Dominio propio en nuestras acciones implica enfocarnos en las necesidades de otro en vez de hacer únicamente lo que queremos. También implica que debemos de honrar a Dios y a nuestro cónyuge con nuestro cuerpo, desechando adicciones (incluyendo la embriaguez, la pornografía, aún la glotonería y adicción a la tecnología …) y erigiendo barreras para no caer en tentaciones sexuales que puedan llevar a la infidelidad y el adulterio. Dominio propio también implica un amor sacrificado (Pr. 3:27), estando dispuestos a cumplir con lo que debemos hacer para cuidar de nuestro matrimonio y nuestra familia, usando bien el tiempo y siendo responsables de todo aquello que Dios nos ha dado.

La cualidad del dominio propio, o templanza, es algo que debemos aspirar a ejercer. Implica una elección que debemos tomar diariamente entre: dejar que nuestros deseos naturales tomen control o dejar que el Espíritu Santo controle nuestros pensamientos, nuestras emociones, nuestras palabras y nuestras acciones. Como con todas las demás cualidades del fruto del Espíritu Santo, “amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,mansedumbre, …”, la templanza depende de las fuerzas que nos brinda Dios para ejercerla, y con Su ayuda cada una de estas cualidades edifica nuestro matrimonio, acercándonos más y más el uno hacia el otro a medida que nos acercamos a Él.

G. Elisabeth Morris de Bryant