Tanto el que ofende como el que se considera ofendido lo hace por orgullo propio
Seguimos en nuestra serie sobre el fruto del Espíritu y la aplicación de cada una de sus cualidades a nuestra relación matrimonial: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley (…) Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gálatas 5:22,23,25). Como dijimos anteriormente, cada característica, además, es un reflejo del carácter de Cristo, a quien debemos imitar.
En el artículo anterior tomamos la cualidad de fe, y fidelidad. Mansedumbre, la cualidad a la que vamos a referirnos hoy, muchas veces se traduce como humildad, en las versiones contemporáneas, por ser un término más actual y fácil de comprender. Pero el término mansedumbre abarca un poco más en el área de docilidad para aprender, respeto en nuestras relaciones con otros y sumisión en nuestra relación con Dios. Sin embargo, dentro de todo, humildad es en gran medida similar, y parte del fruto del espíritu digna de adquirir. La humildad es una característica que encontramos tan repetidamente al estudiar la vida terrenal de Jesús, que si buscamos imitarle debemos aspirar a ir transformando nuestra forma de ser para poder manifestarla. La descripción de esta característica en la vida de Cristo está perfectamente resumida en Filipenses 2:5-8.
Lo más interesante de esta característica es que si nos creemos humildes probablemente no lo somos, ya que esta creencia delata orgullo; y, posiblemente, si no nos creemos humildes es probable que lo seamos. Pero la humildad implica cierto equilibrio entre no pensar demasiado alto ni tampoco demasiado bajo de nosotras. En Romanos 12:3 el apóstol Pablo nos recuerda que “por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno”. Y agrega luego en el versículo 16: “Unánimes entre vosotros; no seáis altivos, sino asociaos con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión.”
Busquemos ahora la aplicación: ¿Cómo afecta esta característica a nuestra relación matrimonial? Y, ¿en qué maneras podemos demostrarla?
Como con todas las demás características, la humildad afecta o se manifiesta a través de pequeñas decisiones diarias, en las que elegimos reaccionar o actuar de la manera en que el Espíritu que mora en nosotras desde nuestra salvación nos guía, y que además sabemos que es la forma de actuar en semejanza a Cristo, por lo que leemos en Su Palabra; o, en vez, reaccionar impulsivamente o responder en nuestra egoísta forma natural.
Si vamos a ejercer y demostrar humildad, debemos comenzar con una actitud de agradecimiento, de gratitud por aquello que tenemos, por todo lo positivo y bueno que Dios nos ha dado. En el álbum de Navidad de una cantante cristiana, Amy Grant, que suelo escuchar en esas fechas, hay una canción que dice que en vez de desmoronarnos contemplando nuestras dificultades, en vez de “contar ovejas cuando no podemos dormir, contemos nuestras bendiciones”. Por lo tanto:
- Ser agradecidas por lo positivo que vemos en nuestro esposo, recordemos lo que nos atrajo hacia él. En vez de concentrarnos en sus defectos o aquello que quisiéramos que cambiara, busquemos cambiar nuestra actitud para que se cambie el ambiente de hostilidad por uno de tranquilidad. La humildad implica estar dispuesta a servir más que querer ser servida. En vez de levantarnos a la defensiva, listas para batallarle, elijamos ponernos la vestimenta de humildad (1 Pedro 5:5), optemos por someternos en gratitud a aquello que Dios ha provisto para que hagamos ese día, sirviendo a otros, comenzando con nuestro esposo y nuestra familia.
- Ser consideradas hacia el otro y creativas en atender a sus necesidades. Podemos servir a otros porque sabemos que es lo que se espera de nosotras o porque sabemos que Dios así lo quiere, pero, si lo hacemos en forma rutinaria y sin gozo, o sin amor en ello, no lo hacemos porque elegimos ser humildes o mostrar mansedumbre, lo hacemos como aquel “peso que debemos llevar”; es decir, con el orgullo de quien lo hace porque “soy sumamente caritativa”. Ser considerada hacia nuestro esposo es pensar en su punto de vista, aquello que necesita y cómo podemos atender a ello en la forma que él preferiría. Como se nos recuerda en Filipenses 2:4, “no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás”. Por ejemplo, no tomar decisiones sin consultarle o practicar darle prioridad a los intereses de nuestro esposo, y no solo en preferencias de a dónde ir, o qué hacer, sino incluso en nuestra conversación y elección de temas, para que, al permitirle hablar más, aprendamos a conocerle mejor.
- Estar dispuesta a pedir perdón y perdonar francamente y sin reservas. La humildad implica aceptar con gracia el criticismo constructivo de otros. La humildad en una conversación constructiva, involucra la capacidad de no ofender ni darse por ofendido; porque tanto el que ofende como el que se considera ofendido lo hace por orgullo propio. La sinceridad y la buena voluntad para entender el problema, dar valor a aquello que nuestro esposo nos corrige o aconseja, sin estar a la defensiva o responder en forma rencorosa, mantendrá la armonía y nos dará la oportunidad de trabajar sobre el problema; de compartir nuestro punto de vista, también, y así, juntos, resolverlo.
- Reflejar la humildad de Cristo. El mundo nos bombardea diariamente con mensajes acerca de centrarnos en nosotros mismos, de hacer lo que nos dé mayor satisfacción, de vivir para nosotros mismos… el ser servido es algo que se nos debe, todo es relativo y yo decido lo que es mi verdad, servir y ser humilde es mostrar debilidad… Pero la Palabra de Dios nos advierte: Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas basadas en las tradiciones de los hombres, conforme a los elementos del mundo, y no según Cristo. Nuestro Señor Jesucristo, en vez, nos pide que muramos a nuestra manera de ser y seamos como Él (Gálatas 2:20).
La persona orgullosa vive centrada en sí misma, enojada, a la defensiva, buscando a otros para echarle la culpa… Y en la relación matrimonial, consistentemente considera que el problema está en el otro y no hay cambio necesario de su parte. El orgullo destruye, en vez de fortalecer al matrimonio. La humildad busca honrar a Dios y servir al otro de tal manera que seamos un instrumento en Sus manos para ayudar a nuestro esposo a ser aquella persona que Dios quiere que sea, y ayudarle así a conseguir su máximo potencial. Aunque va en contra de todo lo que la sociedad nos ha estado inculcando estas últimas décadas, con humildad aceptemos ser “la ayuda idónea” que Dios nos diseñó para ser cuando creó a Eva (Génesis 2:18), y Dios bendecirá y fortalecerá nuestro matrimonio.