¿Quién nos mostrará el bien? Alza sobre nosotros, oh Señor, la luz de tu rostro. Tú diste alegría a mi corazón… (Salmos 4:6,7)
Desde hace algún tiempo, se han puesto de moda los programas televisivos que nos muestran las reformas en viviendas de todo tipo. Y a casi todo el mundo nos gustan, porque ver cómo algo que en principio era feo, desordenado o inútil, se convierte en una estancia u hogar maravilloso, es agradable… y ver la alegría, la reacción en aquellos que han obtenido los beneficios de la reforma, nos hace sentir bien.
¿Has tenido la oportunidad de hacer obra en tu casa? Es decir, ¿en algún momento has decidido renovar el lugar en que vives? Aquellas que lo hemos hecho sabemos de lo complicado y estresante que es; porque hemos de tomar decisiones, eliminar aquello con lo que hemos convivido durante años, modificar nuestros hábitos y tener mucha paciencia… pero el resultado final merece la pena.
Y por eso me pregunto, ¿por qué estamos dispuestos a pasar todo tipo de incomodidades y privaciones para mejorar nuestro entorno y, sin embargo, nos cuesta tanto hacer el esfuerzo necesario para transformarnos a nosotros mismos? Ciertamente, mirar hacia afuera es siempre menos complicado que mirar hacia adentro, ¿verdad?
El libro de Romanos fue lo que provocó mi pregunta. Pablo nunca había estado en Roma con anterioridad, y por eso les escribe esta carta a los hermanos de aquella ciudad, mostrando su deseo de ir a ellos y, a la vez, proveyéndoles de un resumen, un compendio de los principios fundamentales del Evangelio de Cristo, el cual él predicaba y del que esperaba hablarles en su visita. Y les habla del poder de Dios para salvación, que es por fe, y de la necesidad que todos, judíos y gentiles, tenemos de esa salvación, a causa de nuestro pecado; porque todos hemos pecado y estamos destituidos de la gloria de Dios (3:23).
Pablo escribe un maravilloso tratado, texto, carta, como queramos llamarlo, acerca de los principios fundamentales del evangelio, pero los últimos capítulos de este escrito, como si de la garantía de lo expuesto se tratase, los dedica a enseñanzas prácticas, más directas y cercanas. Esta sección del libro, que comienza en el capítulo 12, en algunas versiones ha recibido el título de “Enseñanzas éticas”, título muy bien escogido en mi opinión, ya que la ética es la parte de la filosofía que trata de la moral y las obligaciones del hombre. Obligaciones… ¡qué poco nos gusta esa palabra! Pero la realidad es que, si somos cristianas, tenemos una serie de ellas, y Pablo en la segunda parte de este capítulo nos expone una buena muestra.
Pero, quizás, el versículo más conocido de este capítulo es el segundo, el que, en realidad, provocó este artículo:
“No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.
Varias afirmaciones importantísimas se desprenden de este versículo:
- Lo lógico y normal es conformarse, adaptarse al sitio y época en que vivimos.
- Lo que se pide de los seguidores de Cristo es que NO lo hagan.
- La voluntad de Dios -lo que Él quiere para nosotros y de nosotros- es siempre buena, agradable y perfecta. Nuestra interpretación de las cosas, nunca podrá superarla.
- Para salir de esa “conformación” lógica a nuestra sociedad, esa asimilación que sin darnos cuenta se produce, la única solución es transformarnos, pero ¿cómo lo hacemos?
Como en la reforma de nuestras casas, de la que hablábamos al comienzo, nuestra transformación sólo puede hacerse mediante una renovación. Pero no una renovación de nuestro vestuario, de nuestra iglesia o de nuestra dieta… Se trata de una renovación de nuestro entendimiento. Es decir, tenemos que renovar (cambiar, mejorar) la forma en la que entendemos las cosas. Y esto es muy difícil, pero, como en nuestras renovaciones del hogar, no es imposible, si de verdad lo deseamos y ponemos el tiempo y esfuerzo necesarios para ello.
Conformarse a nuestro siglo significa ver y entender las cosas como la generalidad las ve; por eso, el creyente debe ser una persona diferente, especial, con criterio, con su propia opinión, no basada en lo que le dicen, sino en lo que lee y aprende a través de la Palabra de Dios, la Biblia.
En pocas décadas, nuestras sociedades han pasado de una mentalidad estrecha que no dejaba entrar la luz del Evangelio de Cristo, a una mentalidad tan ancha que no discrimina qué es lo que entra por ella. Si antes te imponían lo que habías de pensar, ahora te imponen que no debes pensar en absoluto. Se ha pasado de la religión oficial al nihilismo oficial, ambos igualmente perniciosos a la hora de desarrollar una mente saludable, abierta y con criterio. Y tenemos que ser conscientes de ello.
Preguntémonos sinceramente, ¿cuáles son mis líneas fundamentales de pensamiento? ¿Son sus bases bíblicas o seculares? Y no olvidéis que “secular” viene de siglo, de este siglo…
Imitando a Pablo, quisiera terminar este artículo de una manera práctica, hablando “en plata”, es decir, de manera directa y clara: Las buenas obras son el resultado de la nueva vida en Cristo, y a continuación os hago mi personal paráfrasis de las que el apóstol resumió en su capítulo 12 de Romanos. Leamos, pensemos y sinceramente analicemos si nuestra renovación personal nos lleva a actuar como Dios, a través de Pablo, nos pide; si nos ha llevado a…
–Pensar con cordura de nosotras mismas… Esto implica que tengamos un referente con el que compararnos. ¿Son nuestros referentes María de Betania, Abigail, Dorcas… o Angelina Jolie y Ana Obregón?
– Amar sin hipocresía. Fraternalmente. ¿Amamos de forma sacrificada o sólo para sacar algún tipo de provecho? Pensemos que incluso el amor a nuestros hijos puede ser por conveniencia, si lo que buscamos es su amistad en vez de su desarrollo como personas válidas y cristianos maduros.
– Aborrecer lo malo y seguir lo bueno. ¿Realmente tenemos aversión a lo malo? ¿Nos repele ver y tener que tolerar las conductas en contra de lo que enseña Dios? ¿Rechazamos el cotilleo, las habladurías perniciosas, la codicia, la impureza… ya sea sexual o de otro tipo?
– Preferir la honra del otro antes que la propia. ¿Estamos dispuestas a mermar, a perder y dejar brillar al otro?
– No ser perezosos. ¿Somos ejemplo en nuestro lugar de trabajo? ¿Cuánto tiempo dedicamos a servir a Dios y cuánto tiempo a nuestro descanso y preferencias personales?
– Servir, porque eso denota que somos fervorosos en espíritu. Las palabras son buenas, pero los hechos son mejores.
– Ser hospitalarios. ¿Cuántos conocen nuestra casa, esa que renovamos para… sólo para nosotros mismos?
– Compartir para las necesidades de los otros. ¿Pensamos en los que tienen menos o sólo en los que tienen más? ¿Somos de los que se creen con derecho a que le ayuden, o con la obligación de ayudar en lo que podamos?
– Bendecir y no maldecir. ¿Son nuestras conversaciones edificantes y positivas o sólo nos reunimos para quejarnos y “despellejar” a quienes no están presentes?
– Ser empáticos. Acompañar a los otros en sus tristezas y alegrías. ¿Realmente nos importan los demás hasta el punto de sentir como ellos sienten?
– Ser unánimes con los hermanos. Ser de un mismo espíritu. ¿Realmente pensamos como ellos…? La Biblia debe ser el referente para todos, ¿es el tuyo?
– No ser vengativos, ni pagar mal por mal. ¿Ejercemos el perdón diariamente?
– Procurar siempre lo bueno. Y procurar significa “hacer diligencias o esfuerzos para que suceda lo que se expresa”. ¿Nos esforzamos, salimos de nuestra zona de confort para hacer el bien?
– Ser pacíficos, no peleones. ¿De verdad lo dejamos estar; escogemos no quedar por encima con tal de mantener la paz?
En definitiva, ¿vencemos el mal con el bien…?