LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

Print Friendly, PDF & Email

El predicador nos insta a no enojarnos sin antes considerar…

Por alguna razón, en estos últimos días, las siguientes palabras de Eclesiastés cobraron un nuevo significado para mí:

No te apresures en tu espíritu a enojarte; porque el enojo reposa en el seno de los necios.

Nunca digas: ¿Cuál es la causa de que los tiempos pasados fueron mejores que estos? Porque nunca de esto preguntarás con sabiduría.

Buena es la ciencia con herencia, y provechosa para los que ven el sol.

Porque escudo es la ciencia, y escudo es el dinero; mas la sabiduría excede, en que da vida a sus poseedores.

Mira la obra de Dios; porque ¿quién podrá enderezar lo que él torció?

En el día del bien, goza del bien; y en el día de la adversidad considera. Dios hizo tanto lo uno como lo otro, a fin de que el hombre nada halle después de él.

La primera parte del pasaje seguro que nos habla a todos. ¿Quién no se ha enojado, enfadado, fastidiado… por alguna razón? Todos lo hemos hecho. Aquí, el predicador nos insta a no apresurarnos a ello, es decir, a no enojarnos sin antes considerar…

Y eso es muy difícil en una sociedad que ha sustituido la meditación por las redes sociales. Así que cada vez vemos más enojados y enojadas que podrían no serlo; simplemente porque se han apresurado a enojarse en vez de pensar en los motivos que los llevaban a ello.

Y uno de los motivos que actualmente nos enoja más frecuentemente, es precisamente lo que el autor del Eclesiastés nos refiere: ¿(…) los tiempos pasados fueron mejores que estos?

Para las que ya hemos cruzado el ecuador de nuestras vidas, es duro ver cómo cambian las cosas. Unas para mejor, y otras para peor. A lo bueno nos acostumbramos pronto, pero lo malo es una presencia recurrente que nos cuesta desterrar de la mente. Siempre ha habido bueno y malo, mejor y peor, por eso el sabio nos aconseja no preguntar acerca de la bonanza de los tiempos pasados; más bien, debemos conservar los conocimientos y las experiencias, la herencia, que los tiempos pasados nos aportaron, porque esto es provechoso para nosotros.

Y además de hacer esto para nuestro propio beneficio, para nuestro bien vivir, también hemos de reconocer lo evidente: que los conocimientos, la formación, así como el dinero, son “escudos” en la vida. PERO… tengamos presente que la sabiduría es superior a ambos, la sabiduría que comienza por el temor de Dios (Proverbios 1:1), porque ella da vida a los que la poseen; a los que la han apreciado, deseado y abrazado en sus vidas.

El versículo siguiente, v.13, me llamó poderosamente la atención en esta oportunidad, quizás porque se refiere a otra de esas fuentes de enojo que actualmente se están explotando: El cambio climático. Todos podemos ver que la naturaleza sufre… Pero esto no es de ahora, recordad lo que dice en Romanos 8:22 y 23: “Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo”. ¡Por supuesto que la naturaleza y nuestro mundo sufre y cambia! ¡Es un mundo caído! Pero sabemos que Dios está en control de todas las cosas. Como dice el predicador: “Mira la obra de Dios; porque ¿quién podrá enderezar lo que él torció?”. Si Dios permite huracanes, erupciones volcánicas, sequías y todos los accidentes climáticos imaginables, ¡¡qué soberbia de nuestra parte es decir que nosotros los hemos producido o que por nuestra intervención vamos a poder cambiar algo!! Por supuesto, esto no quita que hagamos lo que está en nuestra mano para cuidar esta preciosa naturaleza, que es creación y regalo de Dios para nosotros.

Las últimas palabras en este cúmulo de sabiduría que Salomón nos dejó (v.14), apuntan al comportamiento más sabio, más inteligente que podemos ejercer en este mundo: “En el día del bien goza del bien; y en el día de la adversidad considera”. Nuevamente esta palabra “considera”. Parece que es indispensable para vivir una buena vida. Ahora, cualquier psicólogo, psiquiatra, gurú o sacerdote tibetano te dirá lo mismo… ¡Y la Biblia nos lo ha dicho desde siempre! Considerar, meditar… porque Dios hizo tanto el bien como la adversidad, y lo trae a nuestras vidas sin aviso ni orden, para que nuestra labor sea estar siempre preparados; siempre centrados para enfrentar ¡¡la vida!! Pero… ¿cómo lo hacemos? ¿Qué directrices seguimos para estar preparados y enfrentar la vida sin enojos y malestar? Sorprendentemente, hallé luz sobre este tema leyendo en el capítulo 13 del Evangelio según San Juan.

En la primera mitad de este capítulo se nos relata cómo el Maestro, nuestro Señor Jesús, el Cristo, lava los pies de sus discípulos, y pronuncia varias frases que son clave para entender su mensaje: “Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy” (v.13); “Ejemplo os he dado” (v.15); “De cierto, de cierto os digo: El siervo no es mayor que su Señor, ni el enviado es mayor que el que le envió” (v.16).

Evidentemente, la lección de nuestro Señor aquí, es una de humildad. Pero hay mucho más… muchas más ideas y conceptos que nos pueden ayudar a vivir nuestra vida desde esa posición correcta y, por tanto, a poder enfrentarla con tranquilidad, confianza y esperanza.

Disposición…

¿Hemos pensado alguna vez cuál es nuestra actitud de vida? Si partimos de una posición de soberbia, jamás podremos aprender ni progresar. Jesús, siendo Dios, estuvo dispuesto a “quitarse su manto” para lavar los pies a los discípulos.

Equilibrio…

Siempre es más fácil ver la vida en blanco y negro, es decir, guiarnos por reglas y leyes que hemos puesto nosotros mismos, y quedarnos en el cumplimiento físico de las mismas, sin ir más allá, sin considerar (de nuevo esta actitud esencial) de dónde vienen y a dónde van. Pedro no quería que el Señor le lavara los pies… pero inmediatamente se ofreció para que lo lavase entero. El equilibrio a la hora de enfrentar nuestra vida, es fundamental. Oír lo que Dios nos dice y pensar por qué y para qué lo dice, sin reaccionar apresuradamente y sin mesura.

Sensatez…

La vida es lo que es, para cada uno según sus circunstancias, y cuanto antes lo entendamos y aceptemos, más rico será nuestro paso por ella. “Si sabéis estas cosas, bienaventurados seréis si las hiciereis” (v.17).

Una vida vivida para agradar a nuestro Señor, es la mejor receta para la felicidad. Enfrentar nuestro día a día con disposición humilde, conociendo nuestra posición de siervos y considerando lo que se nos dice en su Palabra, nos dará el equilibrio necesario para avanzar… hacia nuestro destino eterno.

Débora Fernández de Byle