La intimidad con Dios, necesariamente acorta la distancia entre Sus hijos
No digo nada nuevo si afirmo que vivimos en unas sociedades altamente polarizadas; y esto en todos los sentidos, al menos en mi entorno. No hay términos medios, los pensamientos, las posiciones se llevan a los extremos. Además, con el “presunto anonimato” que brindan las redes sociales, las posiciones se hacen mucho más extremas, inflexibles y beligerantes. Se está perdiendo la capacidad de estar pacíficamente en desacuerdo, de aceptar otros puntos de vista. Se exige que todo el mundo se posicione en un bando o en otro, no se permiten los matices, ni las discrepancias pacíficas.
Y esto que parece nuevo, no lo es tanto. Algo así aparece ya en una de las cartas que Pablo escribió a los corintios. ¿Recuerdas? Allí cada uno decía “Yo soy de Pablo, yo de Apolos, yo de Cefas, yo de Cristo…”. Como resultado, en aquella comunidad se estaban sufriendo divisiones y contiendas, peleas, desacuerdos… Los corintios se habían polarizado alrededor de diferentes líderes, hasta el punto de ser incapaces de vivir en unidad. Ellos, que son parte del cuerpo no dividido de Cristo, son incapaces de pasar por alto las pequeñas diferencias, y destruyen el objetivo: para que el mundo “crea” (Juan 17:21).
No sé si había diferencias doctrinales en estos grupos de la iglesia de Corinto, quizá sí, pero me llama la atención que la referencia es a personas. Cada grupo había elegido su líder favorito: Pablo, Apolos, Cefas… y, los “más espirituales”, Cristo. Parecen afinidades personales.
Así ocurre muchas veces en nuestras comunidades. Quizá no estemos enfrentando divisiones doctrinales, pero ¿estamos vigilando las divisiones por afinidades personales? Me parece un peligro bastante sigiloso. Cierto es que todos tenemos amigos más íntimos que otros entre los miembros de nuestra comunidad, pero cuidado con hacer grupos de presión, con restringir las relaciones, con subestimar a los demás… porque puede dar lugar a las mismas divisiones sobre las que escribe Pablo. Y eso… no es nada bueno; eso no refleja el amor inclusivo de Jesús, eso no muestra al mundo que somos hijos de Dios, eso distorsiona el mensaje de amor de Jesús.
Reflexionando en este pasaje me planteaba qué cosas prácticas puedo hacer en mi congregación para evitar algo tan humano como peligroso, y se me ocurrían algunas cosas sencillas, pero al alcance de todo el que se preocupe verdaderamente por su comunidad.
En primer lugar, decidir seriamente dejar de hablar mal de otros con “mis afines”, dejar de murmurar y cuchichear del resto. ¡Qué fácil es ver la paja en el ojo ajeno…! También puedo, y estoy convencida de que sin mucho esfuerzo, empezar a ofrecer mi ayuda, del tipo que sea necesario, a otras personas diferentes a las que siempre echo una mano. No es gran cosa hacerlo a los de siempre, ¿por qué no ir un poco más allá? ¿Por qué no empezar a mezclarme con otros grupos de trabajo de la comunidad, diferentes a aquellos en los que siempre he servido, buscar conversaciones con hermanos a los que conozco menos para conocerlos mejor e interesarme por sus vidas, y, algo importante, dejarme conocer más por ellos? Orar intencionalmente por sus necesidades concretas y buscar oportunidades para quedar fuera de las actividades propias de la comunidad. En fin, acciones prácticas (seguro que a ti se te ocurren muchas otras) que me acerquen a los demás y eviten los partidismos y la división en mi comunidad.
Cuando sucumbimos a la tendencia polarizadora de esta época en nuestras comunidades cristianas, estamos olvidando lo más importante de todo, que es Cristo, quien “se hizo para nosotros sabiduría de Dios, y justificación, y santificación, y redención, para que, tal como está escrito: EL QUE SE GLORÍA, QUE SE GLORÍE EN EL SEÑOR” (1 Corintios 1:30-31). Sólo y exclusivamente en Él, ¡¡en nada ni en nadie más!! ¿No te parece que, si pasáramos más tiempo contemplando, estudiando, escuchando, admirando… la persona de Cristo, nos sería cada vez más imposible alejarnos de nuestros hermanos? Estoy absolutamente convencida de que la intimidad con Dios, necesariamente acorta la distancia entre Sus hijos.
La más efectiva cura contra los extremismos, la separación, la polarización y la intolerancia entre nosotros, no es otra que poner “los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe” (Hebreos 12:2). Hagamos como María, coloquémonos a Sus pies y dejemos que Sus palabras cambien nuestros corazones y nos conviertan en la pieza que Él ha diseñado que seamos, para que el edificio que es Su Iglesia sea edificado para Su mayor gloria. ¿Te apuntas a construir en lugar de destruir, a unir en lugar de dividir?