La tolerancia es positiva, siempre que se base en el respeto a lo que no soy yo…
No hace mucho, oí a alguien hablar de lo acertado de algunas de las enseñanzas del sabio chino de la antigüedad llamado Confucio. Y citaba una de sus máximas más conocidas, que hablaba de la sabiduría: Hay tres maneras de adquirir sabiduría: la reflexión, que es la más noble; la imitación, la más sencilla; y la experiencia, que es la más amarga.
La virtud de esta cita es evidente, y cualquiera que haya luchado en su vida por la consecución de este bien preciado que es la sabiduría, reconocerá los méritos de Confucio, que resumió perfectamente el proceso en el viaje de destrucción de la necedad o, lo que es lo mismo, de búsqueda de la sabiduría. Mera búsqueda, sin embargo…
Donde no existe la reflexión, es imposible que viva la sabiduría. Pero hay momentos en los que la reflexión no es posible, principalmente debido al “ruido” externo, a lo que nos distrae (de lo cual cada vez tenemos más en esta época de lo superficial e inmediato). Cuando esto sucede, imitar a aquellos que exhiben sabiduría es nuestra apuesta más segura. Y si la reflexión o la imitación no consiguen su efecto, nos queda la experiencia, que nos enseñará, quizás con “palos”, lo que no hemos querido aprender de otra manera.
Hasta aquí todos estamos de acuerdo. Sin embargo, estamos olvidando algo esencial y vital, básico sin duda: ¿Qué es la sabiduría? Y tened en cuenta que hablamos de la sabiduría con mayúsculas, la que nos lleva a vivir de manera gratificante y provechosa. ¿Qué, pues, es lo que queremos adquirir, lo que buscamos?
Un sabio como Confucio, que vivió del año 551 al 479 antes de Cristo, basaba sus reflexiones en la premisa de la bondad del hombre y su capacidad para gobernarse y organizarse; para cambiarse y mejorarse a sí mismo. Él estuvo metido en política, antes de dedicarse a la filosofía, pero lo dejó porque no consiguió lo que perseguía… Hoy en día, y simplemente aplicando su misma idea de la experiencia como forma de adquirir sabiduría, podemos decir que la historia nos ha enseñado la incapacidad del hombre para gestionar adecuadamente su propia vida. Las múltiples guerras, matanzas, conflictos, ¿no apoyan esta afirmación? Por más que conocemos nuestro pasado como humanidad, somos incapaces de aprender de él. La sabiduría se nos escapa de entre las manos, porque no sabemos realmente lo que es… ¿o es que no queremos saberlo?
El principio de la sabiduría es el temor de Jehová, nos dice otro sabio de la antigüedad, Salomón, quien vivió en el s. X antes de Cristo. Y no sólo nos da esta pista indispensable para conseguir la sabiduría, sino que, además, a través de sus escritos nos habla con profusión de ella; teórica y prácticamente. Pero no sólo Salomón nos pone, a través de la reflexión, en el camino de la sabiduría. A través de los escritos y experiencia de muchos otros hombres y mujeres destacados, en los múltiples libros que componen la Biblia, vamos descubriendo cómo esa sabiduría funciona y se ejercita.
No puede haber sabiduría de verdad, sabiduría efectiva y eficaz, fuera del conocimiento (y por tanto el temor) de Dios. Y la época histórica en la que nos movemos, demuestra su necedad en el rechazo constante que hace de la persona del Dios Creador.
Del mismo modo que no podemos hacer responsable a la “democracia” de los comportamientos dictatoriales de algunos políticos que esgrimen el nombre pero no los hechos democráticos, así no podemos culpar a Dios por la falta de congruencia de muchos que esgrimen Su nombre pero no viven de acuerdo a lo que Él dice, a sus normas.
Y a muchos puede que les repela esta palabra “normas”, que podríamos equiparar a otras como mandamientos, directrices, reglas, leyes… Pero lo cierto es que las normas existen, las reglas o leyes que rigen el universo son incontestables, y cuanto más avanza la ciencia que lo es, más conscientes somos de ello.
La humanidad, sin embargo, vive en un dulce olvido de lo que ha sido nuestra historia como género humano, y no se da cuenta de que hay fuerzas que escapan a nuestra realidad física, y que están interesadas en que fracasemos en nuestra búsqueda de la sabiduría, como ya sucediera en el Edén. Un indicio de la filosofía que rige y prolifera hoy, lo encontramos en la expresión “¡No importa!”, en inglés “Never mind!”, que es clarificador si pensamos que “never” significa nunca, y “mind” quiere decir mente. Podríamos, pues, parafrasear esta expresión como “nada en mente, no lo pienses, no reflexiones… no importa”. Volvemos así al pensamiento que abría nuestro artículo: Es imposible para esta sociedad cuya mejor y peor cualidad es la tolerancia, encontrar la verdadera sabiduría. Y explico eso de mejor y peor cualidad; la tolerancia es positiva, siempre que se base en el respeto a lo que no soy yo; pero cuando se utiliza sin criterio para aceptar aquello que daña o destruye, se convierte en un arma hipócrita de destrucción masiva.
Como cristianos verdaderos, o simplemente como personas de bien, nos debe importar conseguir sabiduría. Si tenemos temor de Dios, vamos en la dirección correcta, eso es el comienzo; pero hay mucho más… Es un largo camino en el que debemos pasar por el reconocimiento de la obra de Jesucristo en la cruz. Porque si no reconocemos nuestra necesidad de esa obra perdonadora en nuestras vidas, nuestra sabiduría no se ha desarrollado. Creer en Dios sin aceptar nuestra posición como enemigos del Todopoderoso necesitados de su obra de reconciliación en Cristo, es no ver el plan magnífico y global de nuestro Creador. Porque Él no sólo nos hizo, sino que nos dio libertad para elegir su camino o el nuestro, y ya vemos a dónde nos lleva nuestra propia “sabiduría”; hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es caminos de muerte (Pr.14:12).
¿No es mucho más sabio elegir la vida que Dios nos promete en Cristo? Y Dios no miente, ni cambia de opinión. Jesús dijo: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia” (Jn.10:10).
¿Hay algo más sabio que elegir la vida?