LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

Un corazón entendido

Print Friendly, PDF & Email

Para adquirir sabiduría necesitamos un corazón que escuche a Dios y que esté dispuesto a obedecer

En la Biblia encontramos descritas muchas oraciones elevadas a Dios por hombres y mujeres en diferentes circunstancias de su vida. Algunas con elementos de adoración y alabanzas al Señor; otras con ruegos y peticiones por necesidades específicas. Nosotras podemos dar testimonio de que en diferentes situaciones nos hemos apropiado de muchas de ellas y nos han sido de consuelo, de refugio y de aliento. Con frecuencia brotan de manera espontánea de los labios, al acercarnos en oración al Padre celestial. Cuando almacenamos las Escrituras en el corazón y mantenemos una comunión sincera con nuestro Dios, el Espíritu Santo traerá a nuestras mentes las palabras que necesitamos en el momento exacto que las necesitamos.

La oración es el cultivo de las relaciones vitales de nuestras almas con Dios, la atmósfera en la que el cristiano vive y sin la cual es imposible llevar una vida que le glorifique. El ejercicio de la oración indica dependencia y confianza en Dios.

Sin duda alguna, nos faltaría el tiempo y el espacio para enumerar las bendiciones espirituales que hemos recibido de muchas oraciones registradas en las Escrituras. Pero de manera particular, quiero reflexionar en una petición muy especial que fue elevada por Salomón a Dios.

Cuando el rey enfrentó el reto de dirigir la nación de Israel, en lugar de David, su padre, expresó su necesidad a Dios en oración. La tarea demandaría mucho de su parte, por lo que dijo: “… yo soy joven, y no sé cómo entrar ni salir. Y tu siervo está en medio de tu pueblo al cual tú escogiste; un pueblo grande, que no se puede contar ni numerar por su multitud” (1 Reyes 3:7b, 8). Esta parte de la oración del joven rey nos enseña un elemento imprescindible para acercarnos a Dios: la humildad. Cuando somos humildes y reconocemos nuestras necesidades e incapacidades, esto agrada al Señor, porque al corazón contrito y humillado Él no lo desprecia (Salmo 51:17b).

Esta actitud nos recuerda la oración de otro rey en momentos angustiosos. Plenamente convencido de sus pocas fuerzas y recursos para enfrentar los ejércitos enemigos, Josafat clamó al Señor: “No sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos” (2 Crónicas 20:12c). ¡Cuántas veces hemos tenido que orar con estas palabras! Porque comprendemos que solo del Señor viene la ayuda necesaria.

Salomón hace una petición especial: “da a tu siervo un corazón entendido” (1 Reyes 3:9), “un corazón inteligente” (V. M.). Una traducción literal de la palabra “entendido” es: “que oiga”. Notemos que aquí es el corazón, y no la cabeza, el que debe escuchar y entender. El corazón habla de la vida interior, la mente, los pensamientos, los motivos, los deseos, los sentimientos. Porque es allí donde se suscita todo acto volitivo.

El rey estaba en la dirección correcta al orar de esta manera, porque es del interior nuestro que salen las motivaciones, los deseos, las palabras y las acciones. Para gobernar bien al pueblo y para discernir el mal del bien, necesitaba la preparación interior primero, la del corazón. Es el lugar que ningún humano puede ver y solo el Señor puede sondear.

No debemos olvidar las palabras de Dios por medio del profeta: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jeremías 17:9).  No debemos confiar en él, es necesario que, por la Palabra de Dios, el Espíritu Santo trabaje en el corazón. Solo Él puede conocer nuestro ser interior. Él es Dios y puede escudriñar la mente y probar nuestros corazones.

La petición de Salomón agradó al Señor (1 Reyes 3:10), y contestó con provisión en abundancia. Nos relata el escritor: “Dios dio a Salomón sabiduría y prudencia muy grandes, y anchura de corazón como la arena que está a la orilla del mar” (1 Reyes 4:29). Esta es una petición que siempre podemos hacer; el apóstol Santiago nos dice: “Y si alguno tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada” (Santiago 1:5). Nuestro Padre celestial, nunca da por medidas a sus hijos.

Debemos tener presentes siempre las palabras del Señor al profeta Samuel: “Porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos; pero Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16:7b).  Su mirada escudriña, Su mirada revela. Para cada decisión a tomar, para cada palabra a expresar, necesitamos la ayuda del Señor. Aun para saber pedir en oración, pues no lo sabemos hacer como conviene.

Alguien ha dicho que el ejercicio de la oración no es para hacer cambiar a Dios, sino a nosotros, y creo que esto es muy cierto.

Salomón hizo una petición muy necesaria para nosotras en todo tiempo. Todas necesitamos un corazón que escuche a Dios, que esté dispuesto a obedecer, de esto depende que adquiramos sabiduría.  ¿Es posible escuchar lo que Dios nos dice y no entender nada? ¿Es posible que Él obre en nuestras vidas y no observemos nada? Sí, le ocurrió al pueblo de Israel. Cuando el Señor comisiona al profeta Isaías, le revela el estado de sus corazones. Se negaban a obedecer los mandatos divinos. Ellos oían, pero no entendían; veían, pero no comprendían (Isaías 6:9,10). Sus corazones eran insensibles a Su voz y a medida que escuchaban más se resistían a la obediencia, y el corazón se embotaba. El filo agudo de la Palabra de Dios penetraba, pero no hacía ningún efecto. Es un estado muy triste. Dios manda al profeta que continúe predicando, aunque no obedezcan, pues como parte de Su disciplina amorosa les permitiría permanecer en esta condición.

La llave para tener un corazón entendido es el amor al Señor. Si le amamos, humilde y reverentemente le escucharemos y obedeceremos Sus mandatos sin reticencia alguna. Consideremos a Aquel que es mayor que Salomón. Nuestro perfecto modelo, Jesús; como el Siervo que declara por medio del profeta: “Jehová el Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado; despertará mañana tras mañana, despertará mi oído para que oiga como los sabios” (Isaías 50:4). En Él están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento (Colosenses 2:3).

Dioma de Álvarez