¿Cuál es la esencia del pecado humano?
El capítulo 1 de Génesis llama al Creador, “Dios” (ELOHIM), nombre genérico del Ser Supremo. Este relato usa “Jehová Dios”, su nombre personal; primer paso en un largo proceso de auto-revelación de Dios.
Vapor y no lluvia, nos hablan los vs. 5-6 del capítulo 2. Esto ha de significar que por algún tiempo antes de haber lluvias la tierra, esta era regada por fuertes nieblas. Por ser todavía tan caliente la superficie de la tierra, y los vapores resultantes tan densos, las gotas refrescantes de lluvia desde las capas superiores de las nubes se evaporarían de nuevo antes de caer a tierra.
“Jehová Dios plantó un huerto” (2:8).
El árbol de la vida (2:9; 3:24)… Puede haber sido un verdadero alimento sustentador de inmortalidad, indicativo de que la inmortalidad nuestra depende de algo fuera de nosotros mismos.
El árbol de la ciencia del bien y del mal (2:9, 17)… “Era bueno para comer”, “agradable a los ojos” y “codiciable para alcanzar la sabiduría” (3:6). Sea cual fuere la naturaleza exacta de este árbol –literal, figurado o simbólico-, la esencia del pecado de Adán y Eva fue, cuanto menos en parte, el traspasar de Dios a ellos mismos el control de sus propias vidas. Dios les había dicho, en efecto, que hicieran todo cuanto quisieran excepto una sola cosa. Era una prueba de su obediencia. Mientras se abstenían, Dios reinaba en sus vidas. Cuando, a pesar de Su mandamiento, hicieron lo único que se les prohibía, se hicieron sus propios amos (o eso creyeron). Entonces nos preguntamos: ¿No es esto la esencia del pecado humano; arrogarnos el derecho de ordenar nuestras vidas según nuestro propio antojo? Desde el principio Dios había dispuesto que el hombre viviera para siempre, siendo la obediencia a Él la única condición. El hombre fracasó, y luego comenzó el proceso largo y lento de la redención por un salvador, por medio del cual el hombre pueda recobrar su estado perdido.
El Huerto de Edén estaba sobre los ríos Éufrates y Tigris, y estos, a su vez, recibían las aguas de otros dos. Los primeros nacen en las montañas del Cáucaso y desembocan en el golfo pérsico, el cual es un brazo del mar Índico. Quiero hacer mención de un precioso recuerdo, de algo que me tocó vivir de cerca, ya que mi familia en el Oriente, nacidos en Siria, en la provincia de Hama, vive a pocas horas del mítico Éufrates, el que ya no corre, para mi sorpresa, caudaloso, sino que apenas es un hilo de agua, con muy poca profundidad, pues el resto de su caudal es juntado en una presa que mueve varias turbinas que producen, a su vez, la electricidad a dos países árabes: Líbano y Siria. Puedo contar que en esa mañana de sol con más de 45 grados de temperatura, mi familia me llevó hasta allí, ya que es límite del pequeño país con la Mesopotamia asiática, y no pude contenerme sin descalzarme y entrar en el que mojaba hasta cerca de mis rodillas; y pensando en lo histórico de este momento para mí, vivía intensamente el tener la certidumbre de estar sintiendo bajo mis pies las aguas del río que nació en el Edén y que, como explicaré más adelante, volveré a encontrar en Apocalipsis en la nueva tierra y cielo nuevo, como prometió nuestro Señor
Podemos decir, pues, que el hombre fue creado y colocado cerca del centro de la superficie de la tierra, ya que esta región del Éufrates da aproximadamente al centro del hemisferio oriental, el más grande de los dos hemisferios.
Los etnólogos, en general, consideran a esta región como hogar original de todas las actuales civilizaciones humanas. Es la región de donde vinieron el buey, la cabra, la oveja, el cerdo, el perro y la mayoría de los animales domésticos. De aquí también son la manzana, la pera, el durazno (melocotón), la ciruela, la cereza, el membrillo, la mora, la grosella, la uva, el olivo, el higo, el dátil, la almendra, el trigo, la cebada, la avena, el guisante, el frijol, el lino, la espinaca, el rábano, la cebolla y la mayoría de nuestras frutas y hortalizas. Fue la cuna de la raza humana.
Aun cuando algunos creen que las altiplanicies armenias cerca de los nacimientos de Éufrates y del Tigris pueden quizás haber sido el sitio exacto del huerto de Edén, el lugar tradicional y generalmente aceptado de éste es en Babilonia, cerca de la desembocadura el Éufrates. Actualmente el Éufrates y el Tigris se unen a unos 160 kilómetros del golfo pérsico. En tiempos de Abraham, el golfo se extendía tierra adentro hasta Ur, y los dos ríos entraban al mismo por bocas diferentes.
Posiblemente, en días de Adán los dos ríos hayan estado unidos algún corto trecho, separándose otra vez antes de llegar al golfo. Desde el huerto sobre la corriente única entre la unión y la separación de los dos ríos, se verían cuatro ramales, como se nos relata en el capítulo 2:10. El sitio exacto que señala la tradición como lugar del huerto del Edén, es un grupo de sepulcros a 20 km. al sur de Ur, llamado Eridu. Según antiguos escritos babilónicos: “cerca de Eridu había un huerto en el cual estaba un misterioso árbol sagrado, un árbol de vida plantado por Dios, cuyas raíces eran hondas y cuyas ramas llegaban hasta el cielo. Era protegido por espíritus guardianes, y nadie penetra en medio de él”.
Las ruinas de Eridu fueron excavadas por dos británicos, Hall y Thompson, del Museo Británico (1918-19). Hallaron indicaciones de que había sido una ciudad próspera y culta, reverenciada como el hogar original del hombre.
Para los que hemos creído en esa creación única y tenemos nuestra fe puesta en sus promesas, este árbol de la vida será nuevamente accesible para los que hayan lavado sus ropas en la sangre del Cordero (Ap. 2:7): “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere, le daré a comer del árbol de la vida, el cual está en medio del paraíso de Dios”. “En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones (…) Bienaventurados los que lavan sus ropas, para tener derecho al árbol de la vida, y para entrar por las puertas en la ciudad” (Ap.22:2,14). ¡Amén!