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Madres en la Biblia: La sunamita

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Dio gracias a Dios y su profeta antes incluso de abrazar a su hijo… 

La sunamita, amiga de Eliseo (2 Reyes 4:8-37): Otra mujer que no tiene, en la Biblia, su nombre registrado, pero que dejó la marca de su ímpetu en favor de su hijo. Designada solo como sunamita, no escatimó esfuerzos para que su hijo fuera resucitado por el profeta Eliseo. Ella misma hizo un viaje de cerca de 25 km hasta donde estaba el profeta, porque creía que el poder divino podía dar vida. Aparentemente no tenía mucho sentido lo que hizo, pero demostró ser una madre de una fe profunda y consistente.

“La sunamita”, vivía en un pueblo denominado Sunem, de ahí su nombre. Al llegar al cielo podemos preguntar la razón del porqué del “secreto” de su verdadero nombre. ¿Pudiera ser que fuera para que nos fijásemos más en lo que hizo que en su propio nombre y, más importante aún, lo que hizo el Señor en su vida? Pero lo que sí hace la Biblia es resaltar el cuidado que tenía en muchos aspectos de su vida:

Su cuidadosa OBSERVACIÓN (2 Reyes 4:8-9). Es evidente que el profeta Eliseo (como sus antecesores: Samuel y Elías) hacía “una ronda”, como un ministerio itinerante, visitando distintos pueblos. Uno de los pueblos por los que pasaba era el pueblo de Sunem, y allí había “una mujer importante” (8). Se desprende del texto que su “importancia” era debido a que su marido tenía tierras y criados. Por lo tanto, parece que se trataba de una familia de cierta posición social. Pero la “importancia” de esta mujer no le privó de ver que Eliseo era “un varón de Dios” y que,  también, tenía necesidad de alimentarse. Por este motivo “le invitaba insistentemente a que comiese en su casa” (8). Pero su observación fue más allá de lo inmediato (una comida), ya que también vio la necesidad de que el profeta pudiese dormir (9). ¡Qué bendición es para la familia y para la iglesia local tener mujeres que “observan” y se ponen manos a la obra frente a las necesidades de otros! Deberíamos pedir al Señor por más “ojos que ven” y que, con cuidado exquisito, observan y hacen lo necesario para paliar las necesidades a su alrededor.

Su cuidadosa GENEROSIDAD (2 Reyes 4:10). Con discernimiento y respeto, ella habló con su marido para buscar una solución para Eliseo: En vez de dormir en una “diligencia” u hostal, ¿por qué no puede quedarse en nuestra casa?

El don de la hospitalidad, durante muchos años fue una renombrada característica de los evangélicos en España. Un ejemplo claro de esta característica eran los jóvenes evangélicos que hacían su “Servicio Militar” frecuentemente en lugares bien lejos de sus hogares, y que encontraron “nuevos hogares” de acogida y cariño en el lugar de su destino. Nos consta que los lazos establecidos con las “nuevas familias” duraron por muchísimos años. Mi marido me comentó que, siendo soltero, y viviendo lejos de Barcelona, visitó una iglesia en esa ciudad un domingo por la mañana, y quiso volver para el culto de la tarde, lo que le llevó a estar andando durante cinco horas por las calles de la gran ciudad. Cuando regresó para el culto de la tarde, una familia no podía contener su sentimiento de culpa al darse cuenta de que nadie le había invitado para comer en su casa. Consecuentemente, insistió en que la semana siguiente tenía que estar con ellos. Esa invitación superó, con creces, la falta de la semana anterior.Me pregunto: ¿Hemos perdido hoy algo de esos sentimientos y deseos de acogida?

La sunamita también fue muy generosa porque suplió ampliamente (según aquel entonces) las necesidades de su visitante. Le preparó “un aposento reservado para él, una cama, mesa, silla y candelero”. Eliseo acababa de encontrar “un hogar” fuera de su hogar. ¿Puede ser que el Señor nos esté llamando a “construir un aposento” para cada persona y familia que entra en nuestras iglesias? ¿Los que nos visitan encuentran, de verdad, una sincera bienvenida? ¿Pueden notar “calor humano y cristiano” también en nuestros cultos?  Si el domingo próximo ves a alguien solo, y que nadie está hablando con él/ella, ¡¡ya tienes un trabajo!!  Y estoy segura de que en el cielo vamos a sorprendernos de lo que puede implicar un ferviente apretón de manos o un caluroso abrazo para más de una persona.¡Seamos muy generosas en nuestro ministerio de bienvenida!

Su cuidadosa PRUDENCIA (2 Reyes 4:11-16 y 17-26). Y, dicho y hecho”, Eliseo “se quedó en aquel aposento, y allí durmió”. Era de esperar que el profeta quisiese mostrar su gratitud por “todo este cuidado” (13), y le preguntó lo que podía hacer por ella. Él guardó las distancias aceptables para aquella cultura, preguntándole a ella por medio de su criado. Ella simplemente contestó: “Yo habito en medio de mi pueblo”. En otras palabras: “Muchas gracias, pero no necesito nada”.

Eliseo luego consultó a su criado: “¿Qué, pues, haremos por ella?” Y Giezi respondió: He aquí que ella no tiene hijo, y su marido es viejo” (14). No quiero ser dura con el profeta, pero era un hombre, y parece que no pudo apreciar las lágrimas en el corazón de esta mujer, y le faltó, en esta ocasión, un poco de sensibilidad.Afortunadamente, Giezi (el criado de Eliseo) sí se dio cuenta de la situación familiar.

Años más tarde, el “hijo regalo” enfermó y, en cuestión de horas, murió, y ella pidió volver a visitar al profeta. Ante la sorpresa del marido, escuetamente dijo: “Paz” (v. 23). ¡Cuántas preocupaciones han ahorrado las mujeres a sus maridos por medio de su prudencia! Sin duda, la angustia llenaba el corazón de la sunamita, pero su cordura pudo devolver la “paz y armonía” a aquel hogar.

Su cuidadosa FE (2 REYES 4: 27-36). Ella no vino con exigencias en cuanto a lo que el Señor tenía que hacer en su vida.Su fe la llevó a colocar a su hijo muerto sobre la cama del profeta y, luego, a hacer un viaje de unos 25 km. con su criado, para llegar a la casa de Eliseo. Estando cerca, el profeta la vio y le dio su báculo a Giezi para que él fuera deprisa y lo pusiera sobre la cara del niño. Pero ella dijo: “Vive Jehová, y vive tu alma, que no te dejaré” (2 Reyes 4:30). Mientras la madre y Eliseo están en el camino, el criado vuelve diciendo que nada ha podido hacer. Todos van hacia la casa y Eliseo sube a la habitación, ora y el milagro se produce.

Su cuidadosa GRATITUD (2 REYES 4: 37). Este relato termina (aunque sigue años más tarde en 2 Reyes 8:1-6 -pero esto ¡ya es otra historia!) con una acción llena de significado: “Y así que ella entró, se echó a sus pies, y se inclinó a tierra; y después tomó a su hijo, y salió”. La posición física que ella adopta revela una actitud de reverencia y, propongo, de gratitud que no exige más que una quieta compostura de adoración: dio gracias a Dios y su profeta antes incluso de abrazar a su hijo. ¿No es cierto que tenemos mucho que aprender del Salmo 46:11?: “Estad quietos, y conoced que yo soy Dios; Seré exaltado entre las naciones; enaltecido seré en la tierra”.

¿Qué te parece?

Ester Martínez Vera