El diálogo sigue siendo la principal herramienta en la comunicación y el conocimiento entre los seres humanos
«Nuestra apreciada redactora Mabel Borghetti pasó a la presencia del Señor el 26 del pasado mes, pero sus artículos enriquecieron nuestras vidas y seguirán haciéndolo (Apocalipsis 14:13). ¡Hasta pronto, Mabel! «
No deja de asombrarnos en los días en que vivimos, la forma en que podemos comunicarnos con cualquier parte del mundo, en cualquier momento que lo deseamos, en forma simultánea con lo que sucede, a través de diferentes medios masivos de comunicación, correo electrónico o teléfonos celulares. El avance de la tecnología es sorprendente. Sin embargo, y lamentablemente, junto con él, en este mundo globalizado, se va perdiendo un atributo que fue diferencial de los hombres y mujeres en la historia: la comunicación persona a persona, frente a frente.
La riqueza del diálogo se desestima, no hay tiempo para cultivarla. Sin embargo, sigue siendo la principal herramienta en la comunicación y el conocimiento entre los seres humanos. La técnica, con todo lo bueno que representa, va creando dependencia del instrumento que manejamos, pero a la vez genera distancia en el encuentro personal y afectivo con el otro. No se aprecian indicadores como la voz, los gestos, la mirada, y otros diferentes medios eficaces para las relaciones interpersonales.
Aun en la esfera terapéutica, el uso de la tecnología ofrece la tentación de ir dejando la atención clínica, o sea, personalizada, y de esta manera ir perdiéndose una información fundamental en el conocimiento del otro.
Es necesario revalorizar el saber escuchar. En esta cultura del “todo rápido”, la comunicación personal se ve interferida por otros intereses.
Saber escuchar a nuestros semejantes implica ciertas condiciones:
- Disposición afectiva. No se puede vivir como una carga el prestar la atención debida ante una necesidad de comunicación genuina.
- Voluntad. Es el deseo de querer comprender al otro y con tal finalidad poner todo lo que tenemos a nuestro alcance para lograrlo.
- Ponerse en el lugar del interlocutor. No proyectar las propias situaciones personales porque esto dificulta la comprensión del tema que se plantea. Cada persona es un ser único con su propia historia.
- Aprender que saber escuchar es también guardar silencio. El silencio forma parte de la comunicación. No siempre se tiene la respuesta a flor de labio. Es un error creer que debo tener la contestación precisa. No siempre es así. Generalmente no lo es y lo que hay que saber es que el otro necesita que seamos una escucha respetuosa e interesada, muchas veces es pertinente expresar: no tengo la respuesta justa, necesito pensar, reflexionar antes de expresártela. Una respuesta apresurada, aun con la mejor de las intenciones, puede llevar a la persona a transitar un camino inadecuado. Es necesario contener el deseo de dar consejos rápidos sin tener una visión más profunda de la situación.
Estas condiciones responden a la necesidad de escuchar empáticamente.
¿Qué es la empatía? Es más que la simpatía. Se puede ser simpático, pero tener dificultad para tener un vínculo afectivo sólido con el otro.
La empatía es una destreza básica de la comunicación interpersonal, que permite un entendimiento eficaz entre dos personas a la vez que refuerza el vínculo afectivo entre ellas. Esta habilidad es la antítesis de la sordera emocional, ya que permite un conocimiento más profundo del otro.
A veces se cree que podemos llegar a conocer a las personas en base a lo que se evidencia, y, lo que es peor, al confrontar nuestra posición con el otro; no llegamos a ver más allá de nuestra perspectiva y de lo aparentemente visible. Las relaciones interpersonales sanas, se basan no sólo en manifestaciones externas, sino en la captación de otras plenas de significado, que siempre están presentes, aunque no siempre percibimos: la mirada, la intensidad de la voz, los gestos e incluso el silencio, son indicadores también de lo que sucede en el mundo interno de la persona. Son portadores de gran información que debe ser decodificada para darle la debida interpretación.
Muchas veces nos encontramos con personas que expresan no poder tener amigos, crean vínculos poco estables. Es necesario que entre las causas se busque la probable dificultad que la persona tiene de saber escuchar al otro. Mirar al semejante como un interlocutor válido, intentando ponerse siempre en lugar del otro para poder comprenderlo. Saber escuchar a nuestro prójimo con empatía, no implica dejar de lado nuestras propias convicciones, asumiendo como propias las ajenas. Por el contrario, se puede estar en completo desacuerdo, pero respetar la posición de la persona, aceptando como legítimas sus propias motivaciones. Es necesario procurar que aquellos con los que nos relacionamos sientan que los valoramos, por eso estamos dispuestas a escucharlos, y nos tomamos el tiempo necesario para poder comprender mejor lo que intentan trasmitir.
El fracaso de la comunicación en los hogares, muchas veces responde a la incapacidad de escucharse unos a otros. Se habla mucho, pero se escucha poco. No se toman los tiempos debidos para fijarse con atención en lo que los integrantes de la familia desean comunicar. Generalmente, la interferencia de la televisión o las computadoras impiden el desarrollo de una sana comunicación entre sus miembros.
Con frecuencia, me encuentro con gente que me pregunta si no me canso después de casi cincuenta años de atención clínica, de escuchar a tantas personas. Yo respondo sinceramente que no, porque quizás la razón más importante, sea que, para mí, cada persona que atiendo es como un libro que abro en algún capítulo de su vida. Un libro único, irrepetible, con experiencias que no me dejan de asombrar, y que siempre me enriquecen.
He podido ver a lo largo de los años, que aun en momentos que preferí el silencio en la escucha, la persona se sintió igualmente gratificada, por entender que se la valora como tal, y es un silencio participativo, no indiferente. Todos, en algún momento de nuestra vida, necesitamos que se nos escuche, y no necesariamente siempre que se nos aconseje o interprete. Simplemente queremos expresar lo que nos pasa, y necesitamos quien nos oiga con interés y afecto.
Es hermoso pensar en la importancia que el Señor le dio al encuentro personal; cómo priorizó la comunicación con el ser humano. Pensamos en la vida de los hombres y mujeres de la antigüedad, cómo se relacionaban con Él: Jeremías, Job, Isaías. Pensamos en el diálogo tan enriquecedor de José y sus hermanos. Pensamos en la comunicación tan íntima con la mujer samaritana, con Marta, hermana de Lázaro, con Nicodemo, con el joven rico, y con cada uno de los discípulos en forma personal. Su Palabra siempre nos muestra a un Dios sumamente interesado en tener una comunicación profunda con sus criaturas. Comunicación y comunión que fue rota por nuestras transgresiones, pero restablecida por la obra eficaz de su Hijo en la Cruz, por lo cual tenemos la entrada directa a Su presencia y la libertad de ser llamadas sus hijas.
¿Cómo está tu escucha con Dios? Él quiere establecer contacto personal contigo: guiarte, acompañarte en todo y guardarte durante el trayecto de tu vida. Pero es necesario que ejerzas la voluntad de una comunicación plena, y que tengas una genuina disposición a oírlo.
No podemos tener encuentros apresurados con el Señor. No lo vamos a escuchar bien. Es imprescindible tomarnos el tiempo necesario, no sólo para hablar con Él; también contándole todo lo que nos pasa, aunque Él ya lo sabe, pero desea que se lo confiemos. Es importantísimo, también, saberlo escuchar, comprender lo que Él desea trasmitirnos a fin de conocer su voluntad para nuestras vidas.
Que tengamos la actitud que tuvo Samuel frente al Señor, diciéndole de corazón: “Habla, Señor, porque tu siervo oye” (1º Samuel 3:10).