LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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¿Cuál es nuestra parte y aportación al crecimiento y firmeza de nuestra fe?

Los deseos y tendencias de nuestro corazón, de nuestro interior, pueden estar allí por diversas causas. Y pueden llevarnos a variadas actuaciones, unas más recomendables y otras menos. Por eso, en la Palabra de Dios se nos recomienda que ejercitemos el dominio propio, el auto control, para evitar que esos deseos y tendencias interiores, nos lleven adonde no nos conviene.

Esta reflexión la provocó la lectura del versículo 10 del primer capítulo de la segunda epístola del apóstol Pedro: “Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección…”.

Una lectura superficial de estas palabras, nos puede llevar a pensar que tanto la vocación como la elección, son nuestras; que nacen de nuestros deseos o inclinaciones. Esto no es así, porque quien nos llama y nos elige, es Dios. Pero, ¿tenemos, entonces, nosotros alguna parte en todo esto?

No es mi intención enredarme en disputas doctrinales, pero es significativo que Pedro cite la vocación primero y la elección después, apuntando, además, a esa parte que a nosotros nos corresponde…

La primera definición de la palabra “vocación” en el diccionario, es esta: “Inspiración con que Dios llama a algún estado, especialmente al de religión”. Dejando aparte la claridad del significado de la segunda parte de esta definición, tenemos que admitir que tanto nuestra vocación como nuestra elección existen por la voluntad de Dios.

Sin embargo, y esa es nuestra responsabilidad, el llamado requiere una respuesta, que tiene que ser positiva. Y, además de esa respuesta positiva, en palabras de Pedro, el Señor nos pide algo más: “procurad hacer firme”, ese llamado y esa elección.

¿Qué significa hacer firme algo y, lo que es más importante, cómo lo conseguimos? Hacer algo firme es hacerlo estable, fuerte, que no se mueve ni vacila, definitivo… Pero la pregunta que surge, quizás, es esta: ¿Qué sucede, entonces, que esa vocación y elección de parte de Dios no es firme? ¡Por supuesto que lo es, desde Su perspectiva! pero aquí hablamos de la nuestra.

Nuestra nueva posición como llamados y elegidos de Dios, desde nuestro lado de la eternidad lo llamamos también “nuevo nacimiento”, y este término ilustra magistralmente el proceso. Porque como un bebé que crece y va fortaleciendo sus movimientos, afirmando sus pies, así nosotros necesitamos fortalecer y afirmar nuestra posición, eso que ya somos pero que todavía no hemos conseguido: hombres y mujeres de Dios, con fuerza y autonomía para ser útiles y eficaces, productivos para quien nos creó.

Y basta retroceder un poco en el discurso de Pedro para encontrar las claves, lo necesario y pertinente para llevar a cabo ese fortalecimiento y afirmación, aquello que nos llevará de la niñez a la adultez:

“Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo. Pero el que no tiene estas cosas, tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados” (vv.8,9).

¿A qué se refiere el Señor, a través de Pedro, con “estas cosas”? Unos versículos más arriba está la respuesta: fe, virtud, conocimiento, dominio propio, paciencia, piedad, afecto fraternal y amor. Todo ello; es el equipaje del verdadero hijo de Dios.

Vital, pues, para nosotros, adquirir, cuidar y ejercitar todas estas cosas, porque si así lo hacemos, conseguiremos dos actuaciones clave y representativas de un verdadero y adulto seguidor de Cristo:

Recordar No nos olvidaremos de a quién le debemos la purificación, el descarte de nuestros antiguos pecados, y esto provocará una actitud de humildad y agradecimiento continuo, esencial para el desarrollo y la firmeza de nuestra vida cristiana.

Conocer No cejaremos en nuestro deseo y empeño por conocer a Cristo, su persona, sus enseñanzas, su amor… Porque cuanto más le conozcamos, más se enriquecerá nuestra vida con las acciones y pensamientos que son dignos de Él. No es un conocimiento teórico, sino intrínseco, vivo, activo, que afirmará nuestra posición como hijos de Dios, tanto para nosotros como para quienes nos observan.

Es muy interesante que la segunda parte del versículo 10 utilice las mismas palabras, “estas cosas”, para referirse a esto de hacer firme nuestra vocación y elección, como si la firmeza y ese equipaje del cristiano fueran una misma cosa. “…porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás” (v.10b). Además, afirma que, si hacemos esto, no caeremos jamás. Es lógico, en cierta medida, porque al hacer algo firme, estable, fuerte… evitamos que se tambalee o caiga. Una razón más para seguir el consejo de Pedro y ponernos manos a la obra, trabajando no para lo que perece, sino para lo que a vida eterna permanece.

La firmeza de nuestra vida cristiana, entonces, tiene mucho que ver con ese equipaje lleno de fe, virtud, conocimiento, dominio propio, paciencia, piedad, afecto fraternal y amor. Pero Pedro no se queda ahí; no nos muestra sólo lo que ayuda a la firmeza, sino que también nos ilustra, en esta misma carta, acerca de aquello que puede atacar y destruir esa firmeza:

“Por lo cual, oh amados, estando en espera de estas cosas (cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia), procurad con diligencia ser hallados por él sin mancha e irreprensibles, en paz. Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación; como también nuestro amado hermano Pablo, según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito (…) entre las cuales (cosas) hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición. Así que vosotros, oh amados, sabiéndolo de antemano, guardaos, no sea que arrastrados por el error de los inicuos, caigáis de vuestra firmeza. Antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A él sea gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén” (3:13-18).

Nuestra firmeza se puede ver comprometida debido a interpretaciones y doctrinas erróneas que, bien por desconocimiento o por falta de fe e inconstancia, los injustos pregonan, para quitar de nosotros (si pudieran) la fe y firmeza que ellos no poseen.

¡No nos dejemos arrastrar por ellos y sus dudas! Recordemos quién nos libró de nuestros antiguos pecados, aferrémonos y crezcamos en el conocimiento de Cristo y en su gracia. El apóstol nos repite esto, para nuestra edificación y seguridad, al finalizar su carta. Y si bien de la plenitud de nuestro Señor tomamos todos, y gracia sobre gracia (Jn. 1:16), el conocimiento de Cristo debe ser una decisión de nuestra voluntad, nuestra parte y aportación al crecimiento y firmeza de nuestra fe. Individualmente, cada una de nosotras, ¡hagamos un esfuerzo por saber más de nuestro Señor Jesucristo, por conocerle, por imitarle y obedecerle! Así contribuiremos a mantenernos firmes y a exhibir el carácter y las obras de un verdadero y maduro seguidor suyo.

Débora Fernández de Byle