LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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Música y letra: ¡Pecador, ven a Cristo Jesús!

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La revolución “Gloriosa” en 1868 trajo consigo la libertad religiosa…

Pecador, ven a Cristo Jesús,
y feliz para siempre serás.
Que si tú le quisieras tener,
al divino Señor hallarás.

Coro:  Ven a Él, ven a Él ,
que te espera tu buen Salvador;
Ven a Él, ven a Él ,
que te espera tu buen Salvador.

Ovejuela que huyó del redil:
¡He aquí tu benigno Señor!
Y en los hombros llevada serás
de tan dulce y amante Pastor.

Si cual hijo que necio pecó,
vas buscando a sus pies compasión,
tierno Padre en Jesús hallarás,
y tendrás en sus brazos perdón.

Si enfermo te sientes morir,
Él será tu Doctor celestial;
Y hallaras en su sangre, también,
medicina que cure tu mal.

Este himno es una invitación para que el pecador se arrepienta y busque a Jesús, con la seguridad de que lo hallará, y de que su sed será saciada: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba” (Juan 7:37). El coro es una llamada a ir a Jesús porque Él nos está esperando.

El autor del poema fue Pedro Castro, un tipógrafo matritense de mediados del siglo XIX. ¿Cómo puede un hombre en una imprenta de la segunda mitad del siglo XIX, en la España cerrada al evangelio auténtico, recibir las Buenas Nuevas, convertirse y cambiar su vida de manera total?

Necesitamos recordar algo de la historia del protestantismo en España. La reforma protestante del siglo XVI fue ahogada por la Inquisición, impidiendo que la luz del evangelio que había penetrado en la sociedad, continuara a través del tiempo. Desde ahí pasaron más de tres siglos de oscuridad, intransigencia religiosa e imposibilidad de tener cultos evangélicos más que en pequeños grupos en casas, siempre perseguidos. Sin embargo, la llegada de lo que se ha denominado la revolución “Gloriosa” en 1868, que acabó con el reinado de Isabel II, trajo consigo la libertad religiosa recogida en la nueva constitución de 1869. A partir de ese momento, aunque no de manera continuada, los nuevos aires de libertad permitieron que se abrieran templos, que se recibieran las Biblias retenidas en la frontera y que se imprimieran folletos y literatura evangélica. Y fue en este momento cuando el autor de nuestro himno de hoy pudo conocer el evangelio.

Pedro Castro Uriarte nació en Madrid en 1840, falleciendo en esta misma ciudad en 1887. A la llegada de la Revolución de 1868 se encontraba trabajando de tipógrafo en una imprenta de esa ciudad. Y allí le llegaron las Buenas Noticias en forma de literatura inesperada para imprimir. Al hacerlo, se fue fijando en lo que ésta ponía; era otro tipo de mensaje al que estaba acostumbrado. La lectura detallada de estos folletos le hizo tomar interés y contactar con quienes los habían encargado.

Seguramente Pedro Castro sintió el llamado recogido en la primera estrofa del himno que nos ocupa: “Pecador, ven a Cristo Jesús, y feliz para siempre serás”, y experimentaría una transformación que cambió su vida, siendo su entrega a Cristo total desde ese momento.

Tras su conversión, Pedro Castro comenzó a sacar su notable vena literaria, y escribió literatura infantil publicada fundamentalmente en las revistas evangélicas La Luz y El Cristiano. Según su biógrafo, Alejandro López Martínez, de no haber sido por su condición de protestante, su obra estaría recogida en las Antologías de Literatura Infantil. Pero aparte de esta poesía, escribió himnos que aún se siguen cantando, como el que nos ocupa: “Pecador, ven a Cristo Jesús”, o Sólo a ti, Dios y Señor”, “Santa Biblia para mí”, “¡Oh, jóvenes, venid!”, entre otros.

Estuvo pastoreando la primera iglesia protestante en Valladolid durante varios años, padeciendo fuerte oposición, pero él continuó fielmente lo que Dios había puesto en su corazón y que era responder a la Gran Comisión (Mateo 28:16-20). Siguió escribiendo prosa y poesía y traduciendo numerosos himnos. Posteriormente se trasladó a Madrid donde también fue pastor de la Iglesia Reformada Episcopal. 

En la segunda estrofa de este himno se recuerda la parábola de la oveja perdida. En ella Jesús narra cómo el buen pastor deja a las demás ovejas en sitio seguro y sale en busca de la que se había perdido (Lucas 15:1-7). Una vez encontrada, la lleva en su hombro porque la ama y sabe que está asustada. De la misma manera, Dios busca al hijo que se ha perdido en el camino, y cuando lo encuentra lo cuida con amor.

En la tercera estrofa se recurre a otra parábola, la del hijo pródigo, también en el evangelio de Lucas (15:11-32). La vuelta de ese hijo extraviado, que se alejó voluntariamente de la casa del Padre viviendo una vida de excesos, supone un punto de inflexión en la vida de ese hijo o de cualquier pecador que se ha alejado de Dios. El retorno al hogar buscando perdón, encuentra al Padre dispuesto a otorgarlo.

La última estrofa no viene en todos los himnarios, pero en ella se recuerda el poder sanador de la sangre de Cristo. Su muerte en la cruz sana las heridas del alma y también puede sanar las heridas físicas. Y, como el profeta Jeremías, podemos exclamar con la seguridad de ser oídos: “Sáname, Señor, y seré sanado; sálvame y seré salvado, porque tú eres mi alabanza” (Jeremías 17:14).

Cuando falleció en 1887, Pedro Castro fue enterrado en el Cementerio para Disidentes en Madrid; éste había sido fundado por orden ministerial de 1872 para permitir que todos aquellos que eran excluidos de la iglesia católica tuvieran un lugar de entierro más digno que detrás del muro de un cementerio. No sería hasta la llegada de la Segunda República en España cuando, mediante un Real Decreto dictado en 1932, los cementerios pasarían a titularidad municipal, y se derriban así los muros de separación entre la parte “sacra” de los fallecidos en “confesión católica” y la “no sacra”, esta última destinada a los apóstatas, integrantes de sectas heréticas o cismáticas, masones y similares, a los excomulgados, suicidas, duelistas, los que hicieran quemar su cadáver y, por último, a pecadores públicos y madres solteras. Finalmente caían los muros, pero por poco tiempo, ya que en 1936, durante la Guerra Civil, se volvieron a alzar los muros y los enterramientos de los disidentes tuvieron que llevarse a cabo, nuevamente, fuera de ellos. Y no es hasta la nueva Constitución de 1978 (parece que fue ayer), cuando definitivamente caen los muros de separación en los cementerios.

Finalmente hemos de saber que la música de este himno no fue hecha específicamente para él, sino que había sido compuesta hacia 1868 por Joseph P. Webster, un compositor americano muy conocido por componer himnos y baladas antes, durante y años posteriores a la Guerra Civil de los Estados Unidos de América. J.P.Webster puso música a un poema de S. Fillmore Bennett: “In the Sweet By-and-By”, y esta música fue usada también como melodía del himno que hoy nos ocupa: “Pecador, ven a Cristo Jesús”, así como “Hay un mundo feliz”.

Nunca está de más recordar que Cristo nos invita a ir a Él, a regresar a Él, porque Él nos busca si nos hemos perdido, nos espera si estamos lejos y siempre que lo solicitemos tendremos su perdón. ¡A Él sea la gloria!

 

Mª Luisa Villegas Cuadros