LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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En verano y en invierno

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“el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna…”

“Acontecerá también en aquel día, que saldrán de Jerusalén aguas vivas, la mitad de ellas hacia el mar oriental, y la otra mitad hacia el mar occidental, en verano y en invierno. Y Jehová será el rey sobre toda la tierra. En aquel día Jehová será uno, y uno su nombre” (Zacarías 14:8, 9).

La profecía de Zacarías en este texto nos habla del futuro. Solo el Señor conoce la plenitud de lo que sucederá con su plan para ese día. Se nos habla de las corrientes de agua que permitirán que el manantial fluya hacia el Mar Muerto al este y el Mar Mediterráneo al oeste. No se secará en verano como sucede a la mayoría de las corrientes en Palestina, sino que correrá todo el año y en consecuencia el desierto florecerá como la rosa.

En la Biblia, el agua se asocia tanto a la vida física como a la espiritual. De hecho, la expresión y noción de “agua de vida” tiene una importancia significativa en las Escrituras, y es usada con frecuencia por Jesús como leemos en los evangelios.

Decía C. H. Spurgeon: “Los tiempos cambian, nosotras cambiamos, pero el Señor permanece siempre el mismo, y las corrientes de su amor son tan profundas, tan amplias y completas como siempre. Los calores de las ansiedades de la vida y de las ardientes pruebas me hacen sentir la necesidad de las refrescantes influencias del río de su gracia. Puedo ir enseguida y beber hasta saciarme de la inagotable fuente, pues sus aguas corren tanto en invierno como en verano. Las fuentes de arriba nunca están escasas de agua”.

Es una hermosa y fiel descripción de la bendición de la gracia divina a la que se hace referencia en las fuentes de agua en el Antiguo Testamento. Contrariamente, la otra cara de la realidad que ocurre en el corazón cambiante del pueblo de Dios es expresado con contundente claridad por el profeta Jeremías (2:13); hablando de la actitud negativa de Israel, dice: Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua”. En primer lugar, Israel había abandonado al Señor, la fuente de salvación y sustento espiritual. En segundo lugar, Israel puso su confianza en los ídolos. Jeremías los comparó con depósitos subterráneos de aguas de lluvias que estaban rotos y no retenían el líquido, por lo cual eran inútiles. Una triste realidad que no está lejos de lo que puede ocurrir hoy cuando el creyente se aleja de la Fuente de Vida. 

Resulta fácil reconocer adecuada el agua como metáfora del Espíritu Santo y la nueva vida en Cristo, como nos describe Juan en su evangelio cuando Jesús se encuentra con la mujer samaritana en el pozo. Le dice que Él puede darle agua viva, agua de tal naturaleza que no tenga ya nunca sed (4:1- 14). Más adelante en este mismo evangelio (7:38,39), Jesús ofrece a quienes vienen a Él el don gratuito del Espíritu Santo, que describe como ríos de agua viva que fluyen de quienes creen en Él.

Es interesante pensar en la importancia que tienen los ríos y sus corrientes a lo largo de la Biblia. Sus descripciones comienzan en el Génesis y acaban en Apocalipsis. Desde el jardín del Edén donde brota el manantial que forma la fuente de los cuatro ríos que riegan la tierra (Génesis 2:6-10), hasta el final, en Apocalipsis, donde un río fluye del trono de Dios en la Nueva Jerusalén, que es el hogar de todos los que han sido redimidos por el Cordero de Dios. Este río es diferente de cualquier río en la tierra porque allí no existe el ciclo hidrológico que conocemos. El agua de vida simboliza la corriente continua de vida eterna que brota del trono de Dios y alcanza a todos los habitantes del cielo. El río que nutre al árbol de la vida cuyo fruto produce sanidad para las naciones (22:1,2), un símbolo de la vida eterna, así como una bendición continua.

El poder de Dios sobre los ríos en la historia bíblica, no tiene límites; así, se nos habla de cómo Moisés se salvó de la sentencia de muerte que Faraón había decretado contra todos los recién nacidos israelitas (Éxodo 1: 5, 6) cuando la hija de este Faraón lo salva del Nilo. Y después de que el pueblo atravesase el mar Rojo con Moisés, Josué los guiará a la tierra prometida… cruzando el Jordán.

Para Naamán el sirio, este río significó su sanidad de la enfermedad de la lepra, siguiendo el consejo del profeta Elías de sumergirse siete veces en él, aunque sus aguas no eran tan claras como los ríos de su país que nacían en los montes del Líbano y sus claras aguas producían arboledas y huertos. Aquellos ríos eran superiores al fangoso Jordán, sin embargo, lo que estaba en cuestión era la obediencia a la Palabra de Dios, no la calidad del agua.

El Jordán en el Nuevo Testamento, sigue siendo el río con más historias de la Biblia. El lugar donde Juan el Bautista bautiza a Jesús, desde donde los primeros discípulos empezaron a seguirle (Juan1:35-37).

En Jeremías 2:13, Jehová condena a los judíos desobedientes por haberle rechazado a Él, “fuente de agua viva”. Los profetas del A.T. esperaban un tiempo en el cual “saldrán de Jerusalén aguas vivas”. El evangelista Juan aplica estas verdades a Jesucristo como el agua viva que simboliza la vida eterna comunicada por el Espíritu Santo, concedida por Él. “Mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna”.

Pasan las generaciones, pero la corriente de la gracia sigue inalterable. ¡Cuán feliz eres, alma mía, por ser conducida a tan tranquilas aguas de reposo!

Chelo Villar Castro