LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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¿Pagarás el precio para ser leal a Jesús?

Últimamente hemos ido observando un fenómeno que ocurre con cada vez más frecuencia: la madre que se hace indispensable para su hijo adulto. Ella le sirve y le consiente en sus anormalidades para no romper esta relación de mutua dependencia que a ella le llena de tanta satisfacción. No se opone a lo malo que hace, pues necesita ser necesitada, y, además, esto rompería la relación. Vamos a llamarla “una madre cómplice”, porque hace posible la vida desordenada de sus hijos. Y apuntamos algunos ejemplos prácticos:

Tenemos el hijo que no trabaja ni estudia, y la madre permite que pase todo el día en video juegos. Ella se siente útil y maternal, pero está facilitando su vida de desorden. Por otro lado, está la madre que miente a su marido acerca de la hora en que ha llegado a casa su hija, y le encubre lo que ha hecho, sabiendo que su marido lo desaprueba, para evitar escenas desagradables, porque tiene miedo de perder a la hija si la delata. Si vuelve de la discoteca a las seis de la mañana, le permite dormir hasta la hora de comer y luego pone su comida favorita en la mesa cuando se despierta. Es la cómplice de sus pecados.

En la historia de los hijos de Elí hay una expresión clave: “Sus hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado” (I S. 3:13). Estorbar es no facilitar que los hijos hagan lo malo en los ojos de Dios. Una abuela preparó una habitación en su casa para que la nieta y el novio pudieran dormir la siesta allí juntos. Estaba facilitando el pecado. Claro, ya dormían juntos en la casa de la nieta y en la del novio también, así que ¿qué más da? Pues da mucho, porque ella está consintiendo su pecado. No está aliándose con Dios contra lo que Él no quiere, sino con el enemigo y su programa de destrucción de vidas. ¿Qué dices a tu nieta cuando te cuenta que ha dormido con muchos chicos? Si la confrontas, perderás su confianza. Si no dices nada, mantendrás su amistad, pero habrás perdido la amistad de tu Señor: “Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando” (Juan 15:14).

Estas madres habilitadoras están preparando a sus hijos para una vida de fracaso. Facilitan su pecado; se lo ponen fácil. Y hay mujeres cristianas que lo hacen. Si no amamos a Jesús más que a nuestros hijos, no podemos ser sus discípulos: “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo. Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:26). “La cruz” es pagar el precio de la confrontación. Ser creyente es buscar agradar a Dios antes que a los hijos: “Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes os elegí del mundo, por esto el mundo os aborrece” (Juan 15: 19). Si no permitimos que hagan lo malo, corremos el riesgo de ser aborrecidas. ¿Pagarás el precio para ser leal a Jesús?  

Una madre recoge la habitación de su hijo para verla ordenada y así el joven puede tener más tiempo para ver la televisión. De esta manera ella le permite ser desordenado e indulgente. La madre que no exige nada de colaboración de sus hijos para que tengan más tiempo para jugar, es una habilitadora y los está enseñando a ser egoístas. Sacrificarse para que otro sea indulgente es facilitar el pecado. Es participar en ello. Ser habilitadora para que otro no sea responsable de sus actos, no es correcto. La Biblia dice: “Absteneos de toda especie de mal” (1 Ts. 5:22). Si ser habilitadora es tu identidad y tu rol en la vida, es muy difícil romper esta conducta malsana sin sentirte terriblemente culpable y perdida, sin nada que hacer; porque te produce satisfacción ayudar a la otra persona a hacer lo que quiere, pero es necesario romper con esto, porque le estás ayudando a hacer lo que no debe.

Las madres que colaboran con sus hijos para que puedan hacer lo que Dios llama pecado, lo justifican pensando que cada uno tiene que decidir por sí mismo, o que no deben imponer sus valores a sus hijos, o que pueden conseguir paz en el hogar si los consienten, o que ya cambiarán por sí mismos cuando sean mayores. Pero se engañan, porque no tendrán paz en el hogar, ni en el corazón, porque están participando en el pecado de sus hijos.

Una madre prepara las comidas que a su hija le gustan, recoge su habitación, le lava la ropa, y no le exige nada. ¡La hija tiene cincuenta años! Vive en la casa de la madre, trabaja y dedica todo su tiempo libre a sí misma. Ahora se ha metido en el ocultismo. ¿La madre la confronta? ¿Qué piensas? Si la ha consentido toda la vida, ¿cómo se le va a oponer ahora? Esta madre es creyente. Está facilitado el pecado en su hogar.

Un padre trabajaba de noche y dormía de día. No sabía a qué hora llegaba su hijo, ni lo que hacía de noche, porque su esposa se lo encubría. Ella pensaba que estaba mostrando amor por su hijo, pero estaba siendo cómplice en su pecado. Oraba por él, pero nunca se convirtió. Destruyó su vida de tal forma que murió joven. La madre vivió con esta amargura toda la vida. Si vamos a frenar el mal, lo hemos de hacer desde que el niño es todavía pequeño. Esta madre facilitó la vida de pecado de su hijo y pagó un precio eterno por hacerlo. 

Otra madre hacía todo lo necesario para que su hijo pudiese tragar el desayuno y salir corriendo, ¡hasta ponerse en la puerta con su chaqueta y libros! Todos los días se ponía nerviosa, le decía que iba a llegar tarde. Un buen día decidió que esto se acabó (dejó de ser habilitadora). Le dijo al joven: “Sal cuando quieras. Si llegas tarde, te las tendrás que ver con tu profesora. Si no coges tu chaqueta, pasarás frio. Si olvidas tus libros, estarás sin ellos. Tú mismo”. Y el niño se espabiló y nunca más salió tarde. ¿Qué te parece?

Margarita Burt