LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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La transformación de Judá

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La disciplina de Dios había servido su propósito…

“Ella es más justa que yo”. Con esta frase Judá expresa que se dio cuenta de todo, lo reconoció y lo confesó. Llegó el momento en que, de repente, todo cobró sentido. Había enjuiciado a su nuera por prostituta y la iba a matar cuando se dio cuenta de que el verdadero pecador era él, y que ella era una mujer justa. Vamos a retroceder para entender esta historia de la gracia de Dios.

          Recordemos que Jacob tenía doce hijos y que José era su favorito. Esto provocó a celos a sus otros hijos. Reaccionaron con odio hacia José; no lo soportaban y tramaron un plan para quitarle de en medio para siempre. Se les quedó grabada en su memoria para siempre la escena patética en la cual José estaba siendo llevado cautivo para ser vendido como esclavo en Egipto. Años más tarde dijeron el uno al otro: “Verdaderamente hemos pecado contra nuestro hermano, pues vimos la angustia de su alma cuando nos rogaba, y no le escuchamos”. Judá nunca lo olvidó. La sensación de culpa y lloro desconsolado de su padre agravó su malestar, hasta que se fue de casa para olvidarlo todo. Pero alejarse de la familia y de Dios no apacigua la conciencia atormentada.

          Judá se metió de lleno en el mundo para olvidar el pasado. Se casó con una mujer cananea que crio a sus tres hijos en la religión y el egoísmo pagano de su sociedad. Aunque Judá estaba ya lejos de su familia y su Dios, no pudo identificarse totalmente con ellos. Tenía el peor de los dos mundos. Casó a su primer hijo con una mujer cananea, pero el matrimonio duró poco, porque el hombre era tan malo que Dios le quitó la vida. Judá entonces casó a la viuda con el segundo hijo, pero él no quiso levantar un heredero para su hermano, y Dios le quitó la vida también. Ahora, según las costumbres, Tamar, la viuda, tenía que pasar al tercer hijo. Temiendo que este iba a sufrir la misma suerte, Judá mandó a la mujer de vuelta a su casa, una acción cruel y desleal, porque ella quedaría como la culpable de las muertes y sin posibilidad de casarse con otro hombre, y sin sostenimiento. Judá había prometido casarla con su tercer hijo cuando fuese un poco más mayor, pero los años iban pasando y Judá no cumplió su promesa. Finalmente, Tamar comprendió que Judá le había mentido.

Una mujer en estas circunstancias se encuentra en una situación inviable. Sus padres no quieren mantenerla, ella ha sido vendida a la familia de su suegro y queda bajo su responsabilidad. Él le debe la provisión y ella le debe hijos para su familia. Pero, ¿cómo puede cumplir con su obligación la mujer? La única manera que le quedaba para dar hijos a la familia de Judá, era tenerlos con él. Esto se hacía en aquellos tiempos. Como él se había desentendido de ella, Tamar pensó en un plan. Se disfrazó como prostituta cultual y se colocó en un lugar estratégico del camino por donde él iba a pasar. Judá cayó en la trampa. No sabía que era su nuera y tuvo relaciones con ella. Sus dos hijos estaban muertos, su mujer se había muerto, y Judá ya estaba tan metido en la cultura pagana, que no le importó tener sexo con una prostituta cultual como parte de la religión pagana, y así unirse con los dioses cananeos. Judá había caído ya hasta el fondo. Más lejos de Dios no podía estar.

Unos meses más tarde supo que su nuera estaba en estado. La enjuició y pronunció sentencia: sería quemada viva. Fue en este momento cuando Tamar sacó la evidencia que le hizo ver que el hijo que esperaba era de él. Este momento fue una revelación diáfana para Judá de cómo era él. Toda su vida pasó por delante de sus ojos: su traición de Tamar, su traición de José, su vida perdida en el mundo, el sufrimiento de su padre, su falta de integridad… todo quedó patente. Entendió que un pecado le había conducido a otro, que le condujo a otro, y que finalmente su vida fue una gran ruina. Abrió la boca y dijo: “Ella es más justa que yo”. Ella había cumplido con su responsabilidad. Él, no. ¡Él debe ser arrojado a las llamas, no ella! Esto es semejante al momento de la conversión o la perdición. La verdad queda evidente. ¿Qué vas a hacer? 

Judá volvió a su familia y a su Dios y llevó consigo a Tamar y a los gemelos que le nacieron. Esta mujer que había sufrido el maltrato de parte de los hombres, llegó a formar parte del pueblo de Dios, de la familia de Israel. ¡Y Dios los colocó a ella y a sus hijos en el linaje del Mesías! (Mateo 1:3). Judá no sacó ningún provecho de su estancia en el mundo. Todo lo dejó atrás. Su primera mujer estaba muerta y dos de sus hijos también. Ninguno había abrazado la fe en el Dios de Israel.

Judá ya estaba de vuelta en la Tierra Prometida con su nueva familia, con sus diez hermanos y con su padre, Jacob. En los meses sucesivos tendría abundantes ocasiones para demostrar que realmente se había arrepentido, dado la vuelta, convertido. Dios le iba a dar la oportunidad de mostrarlo y de tomar decisiones que le harían crecer en estatura como hombre de Dios. Vino un hambre muy grande sobre toda la zona, afectando a muchos países, incluyendo Egipto, donde estaba José sirviendo al Faraón como administrador de la comida. Judá y sus diez hermanos bajaron a Egipto para buscar comida. José reconoció a sus hermanos y les puso una prueba para saber si habían cambiado o no. Judá había salido como fiador del joven Benjamín, el nuevo favorito de su padre. Pero esta vez, Judá no tuvo celos. Aceptó la situación por lo que era, tuvo compasión de su padre y ofreció su vida en esclavitud perpetua en lugar de la de su hermano, para que su padre no tuviese que soportar la pérdida de este hijo también. En la prueba mostró ser un Judá transformado, santificado y noble. La disciplina de Dios había servido su propósito. Dios había reclamado a otro hijo de Abraham para su reino eterno.

Margarita Burt