LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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¡No se turbe vuestro corazón!

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¿Cómo poder vivir confiadas en el cuidado amoroso y fiel de nuestro Dios y Padre?

La noche en que Jesús pronunció estas palabras en el aposento alto, fue una noche intensa y llena de sorpresas confusas e inquietantes para sus discípulos, que todavía no habían entendido claramente el verdadero propósito de la venida de su Maestro a este mundo, pues, aun después de haber cenado, discutían “sobre quién de ellos sería el mayor” (Lc. 22:24).

Poco a poco las palabras de Jesús les fueron trayendo a la realidad de los hechos que iban a enfrentar en unas horas; de esta manera su semblante fue cambiando, su euforia acerca de entronizar a su Señor como rey se fue tornando en desconcierto, confusión y abatimiento, hasta el punto de que quien debía ser confortado y alentado, tuvo que, por unas horas, hacer a un lado su intenso sufrimiento y angustia ante la inminente “hora” en que tendría que apurar la “copa amarga” preparada desde antes de la fundación del mundo para Él, quien la bebió en nuestro lugar, para traerlos a ellos a la realidad de los acontecimientos y propósitos divinos del momento.

“No se turbe vuestro corazón” (Jn. 14:1a).

Turbar es alterar, interrumpir el estado o curso natural de algo. Muchas personas a lo largo de la historia bíblica han sufrido estados de turbación ante episodios en su vida inesperados y no cotidianos. María, madre de Jesús, se turbó ante la presencia del ángel Gabriel y su saludo: “Mas ella, cuando le vio, se turbó por sus palabras…” (Lc. 1:29). 

La mente de los discípulos estaba enfocada en proclamar a Jesús como rey, echar fuera a los romanos, sus enemigos invasores, e instaurar un gobierno terrenal en Israel en el cual ellos ocuparían los puestos más destacados del reino.

Jesús tiene no sólo que confortarlos, sino que reconducir también su enfoque de los hechos, el cual no debe de estar centrado en ellos y sus aspiraciones equivocadas, sino en Él y en la obra que el Padre le dio que hiciera, y dijo: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí” (Jn.14:1).

Del mismo modo que creían y confiaban en Dios, así mismo debían confiar en Él; a pesar de su desconcierto y abatimiento, debían seguir creyendo y confiando en sus palabras, poner su fe en acción, no mirar a las circunstancias por terribles que parecieran, ni depender de sus emociones… sino seguir confiando en Él y en sus promesas. Aunque lo que tienen por delante es confuso y les causa desconcierto y hasta terror, ellos deben seguir confiando de manera férrea y tenaz en Él y en sus enseñanzas. Porque durante el tiempo que le acompañaron, Jesús les había anunciado muchas veces, claramente, que Él había venido para morir, y pagar por los pecados de cuantos creyeran en Él; y luego resucitar para volver al Padre, de donde había venido.

Nosotras, hoy, vivimos tiempos convulsos, inciertos e inseguros, que pueden conducirnos a vivir turbadas, inseguras y, a veces, angustiadas. No busquemos salidas fáciles, porque no las hay, ni por medios humanos, porque nadie conoce nuestra mente y nuestro corazón, con sus necesidades… como Aquel que nos formó en el vientre de nuestra madre y nos dio la vida; Él es el único que conoce perfectamente y en profundidad nuestras emociones y necesidades. Dice el salmista:

“Oh Señor, tú me has examinado y conocido.

Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme.

Has entendido desde lejos mis pensamientos.

Has escudriñado mi andar y mi reposo, y todos mis caminos te son conocidos.

 Pues aún no está la palabra en mi lengua, y, he aquí, tú la sabes toda.

Detrás y delante me rodeaste, y sobre mí pusiste tu mano.

Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; alto es, no lo puedo comprender.” (Sal. 139: 1-6).

El enfoque de David en este salmo no está puesto en sí mismo, sino en Dios y en el perfecto y exhaustivo conocimiento que tiene de él; aunque no lo puede comprender en toda su profundidad, David se goza y se maravilla del Dios en quien cree y confía.

Para poder vivir confiadas en el cuidado amoroso y fiel de nuestro Dios y Padre, y no caer en el desánimo y en el desconcierto cuando llegan las pruebas y las dificultades a nuestra vida, es necesario que profundicemos más y más en el conocimiento de Él, a través de su palabra y de la oración.

Pablo oraba por los creyentes en Colosas para que fueran llenos del conocimiento de la voluntad de Dios; esta es una llenura “hasta el borde”, “hasta que no cabe ni una gota más, porque si no, se desborda el contenido”. Igualmente les exhorta a tener un crecimiento continuo y diario, por medio de la Palabra.

“La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros…” (Col. 3:16).

La palabra morar, indica que ella tome el control de nuestra vida, porque ella es el medio que usa el Espíritu Santo para enseñarnos, guiarnos y fortalecernos. El bautismo del Espíritu Santo marcó la diferencia en la vida de los discípulos; su miedo se transformó en valor para predicar el Evangelio de salvación y dar testimonio de su Señor. No les importó sufrir la cárcel, ni los azotes y amenazas de sus opositores, ni tuvieron en poco dar su vida por amor a su Maestro.

Y a nosotras, si hemos creído en Cristo como enseña la Palabra, igualmente se nos ha concedido el don del Espíritu Santo, que nos ayuda a vivir a la luz de las Escrituras, porque por ellas conocemos el carácter de nuestro gran Dios y Salvador. Estas nos proporcionan un conocimiento claro y cierto de su plan de Salvación a través de su hijo Jesucristo, de su provisión de poder y fortaleza para vivir la vida aquí según su voluntad, y de la posibilidad de dar fruto que dé honra y gloria a su Nombre, a través de las pruebas y dificultades que Él permita en su gracia.

No pongamos nuestro enfoque en nosotras mismas y menos aún en las circunstancias, sino centrémonos en conocer al Dios de las Escrituras, de quien dependemos y quien tiene nuestra vida en sus manos poderosas.

Pilar López de Corral