Hemos de buscar la solución de y en Dios, porque siempre la hay
Creo firmemente en el matrimonio tal como fue constituido por Dios, y creo que hemos de hacer todo lo que está a nuestro alcance para defenderlo. Pero hay casos excepcionales. El tema que tenemos por delante es muy complejo, y no lo es menos para la mujer cristiana que es abusada, porque, en principio, ella cree en la sumisión a su marido y en el perdón, pero estas dos cosas se tienen que entender y matizar mucho en su caso. ¿A qué tratos tiene que someterse? Y, ¿cómo funciona el perdón en su caso?
Antes que nada, tenemos que decir que la mujer creyente suele tardar mucho en darse cuenta de que está siendo abusada, si este abuso es verbal, porque ella no es orgullosa y admite que tiene muchos fallos. Cuando el marido los recalca, ella suele estar de acuerdo con él, pensando que debe mejorar. Y no suele vengarse, así que toma el mal trato con humildad. Lo que necesita ver es la intención detrás de aquel que la critica. Si es ridiculizarla, menospreciarla, humillarla, o pisotearla, no lo debe permitir. Si es un continuo, si su marido suele tratarla de esta manera, ella lo tiene que frenar. Porque desgraciadamente, la mujer que no se valora es la que suele ser menospreciada, y no suele defenderse. Es imprescindible que ella aprenda lo que vale para Dios, y que base en ello su evaluación de sí misma. Dios la compró con la sangre preciosa de su Hijo, y, por lo tanto, “¡es más valiosa que las piedras preciosas!”. Ella lo tiene que creer y asimilar.
Vamos a mirar el perfil del hombre que abusa: Por regla general es posesivo, controlador, egoísta, determinado a salirse con la suya; no tiene en cuenta a los demás, vive su vida para sí mismo, no se puede hablar racionalmente con él y reacciona mal si lo intentas; te mete miedo, y te amenaza con el abandono. Si es alcohólico, esto lo complica mucho más. La mujer abusada, por regla general, es una persona que carece de autoestima; introvertida, tímida, insegura y llena de complejos. Siempre disculpa al marido, intenta ser comprensiva, lo defiende delante de los demás y aguanta su conducta inaceptable. Como creyente se somete a esta conducta porque cree que es su deber. No lo cuenta a nadie porque cree que tiene que ser leal, y porque le da vergüenza. Se siente culpable, porque piensa que está siendo de mal testimonio. Una mujer cristiana se mete en esta clase de relaciones porque o bien se ha casado con un inconverso, o bien con un hombre que profesa fe en Cristo, pero no la vive. Ella ha visto señales de advertencia durante el noviazgo, pero cree que con el tiempo él va a cambiar.
¿Quiere Dios que la mujer soporte malos tratos? Cuando por fin ella se da cuenta de que lo que vive se llama “malos tratos”, lo que tiene que hacer es presentar su caso delante de Dios y preguntarle lo que debe hacer. Necesita una estrategia. Esto depende de muchos factores. ¿Tienen hijos en casa? ¿Ella es independiente económicamente? ¿Es joven con salud? ¿Su marido ha sido diagnosticado con una enfermedad mental? ¿Sus padres están de su parte? Vamos a repasar algunos casos bíblicos.
En el caso de Abigail (1 Samuel 25), ella hacía lo prudente para el bien de su marido al margen de él. No lo consultaba cuando él no estaba sobrio. Tenía sanas relaciones con otras personas que la respetaban. Usaba su inteligencia y sus muchas capacidades para sobrevivir dentro de una situación complicada. No se sometía a la locura de su marido, sino que trabajaba en cumplimiento de su deber evitando confrontaciones. Ella no lo defendía, sino que daba la razón al que veía su mal comportamiento. Su lealtad se expresaba en salvarle la vida, no en someterse a sus locuras y sufrir las consecuencias. Ella hacía lo que estaba dentro de su alcance para hacerle bien, y Dios se encargó del resto. Cuando Dios decidió que él ya había pasado el límite, le quitó la vida.
También tenemos el caso de Tamar (Génesis 38). Esta mujer fue vendida por su padre a un hombre malo. No tuvo más opción que casarse con él. Dios cerró su matriz para que no tuviese ningún hijo con él y después de poco tiempo casados, Dios le quitó a él la vida. Después, su suegro la casó con otro hombre malo y Dios también le quitó la vida, sin que tuviese ningún hijo con él. Ella se encontraba viuda e indefensa, sin ninguna posibilidad de casarse. Pensó en un plan para cumplir con su deber de dar hijos a la casa de su suegro: ¡teniendo relaciones con él! Entonces Dios, sí, la hizo concebir. De la única ocasión en que tuvieron relaciones, engendró gemelos, y el Señor la incorporó a su pueblo y la escogió para ser antepasada del Señor Jesús (Mateo 1:3).
En estos casos, las mujeres se encontraban sin defensa y Dios las defendió. Dios es compasivo con la mujer que no tiene otro refugio sino Él, y provee una vía para escapar a lo peligroso, insoportable, e injusto. En nuestras sociedades modernas, suele haber otros recursos para la mujer maltratada. Hay mucha protección para la mujer en estas circunstancias. Lo primero que ella necesita hacer es contar lo que le está pasando a una persona adecuada: a un creyente, como puede ser una consejera de su iglesia, al pastor, o a una amiga madura, inteligente y preparada para ayudarla.
El clamor de la mujer maltratada es: Compadécenos, Señor, compadécenos, ¡ya estamos muy hartas de que nos desprecien! Ya son muchas las burlas que hemos sufrido; muchos son los insultos de los altivos, y mucho el menosprecio de los orgullosos (Salmos 123:3, 4, NVI). La intención de Dios es que la mujer se case con un hombre creyente y que ella se someta a este hombre que la ama tanto como se ama a sí mismo: “Cada uno de vosotros (maridos) ame a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido” (Ef. 5:33). Si no es el caso, hemos de buscar la solución en Dios, porque siempre la hay.