LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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Para las jóvenes: ¿Agua fresca o fuego?

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¿Cómo estamos actuando ante las situaciones que nos desesperan?

"Fuerza y honor son su vestidura; Y se ríe de lo por venir. Abre su boca con sabiduría, y la ley de clemencia está en su lengua"
(Proverbios 31: 25).

Si tuviera que poner una moneda dentro de una alcancía por cada vez que he abierto mi boca sin considerar las consecuencias, creo que tendría un buen dinero ahorrado. Argumentos para haber abierto la boca antes de tiempo no me han faltado: injusticias, cosas que me generan indignación, hechos que me sobrepasan, etc., son los argumentos más recurrentes. Distintos momentos en los que no consideré el corazón del otro antes de abrir mi boca… porque mis argumentos me eran suficientes. No obstante, debo admitir que, con el paso de los años, por la gracia de Dios, han sido menos las veces que lo he hecho.

Hace unos días, compartiendo con mi hija mayor la historia de la Reina Ester, no pude por más que detenerme en algo que durante años había pasado por alto.

En el libro de Ester vemos como esta joven hebrea, de condición huérfana y criada por su primo Mardoqueo, que había sido llevada a Susa, capital del reino, es trasladada al palacio del rey en una especie de casting para elegir a la próxima reina. Lejos de ser un cuento de hadas, esto fue una imposición en la cual Ester no tenía ninguna posibilidad de elección; solamente le quedaba confiar en que Dios guiaría su camino, así como lo había hecho con otros.

En este contexto, Ester se entera por Mardoqueo de que se estaba planeando una matanza de los judíos; es justamente su primo quien la interpela y le dice que debe comunicárselo al rey, para que él detenga esta matanza, ya que solo el rey podía hacerlo.

Como cualquier ser humano, ella siente miedo porque debe presentarse ante el rey sin haber sido llamada, y eso podía costarle la vida. Mardoqueo le recuerda que tal vez pueda esquivar esta oportunidad de ser un instrumento de Dios, pero que, si lo hace, perdería el propósito para el que fue puesta dentro del palacio. De repente dejamos de ver a una Ester temerosa y vemos una Ester decidida, que ruega al pueblo, a sus doncellas y a Mardoqueo que la acompañen durante tres días en ayuno y oración, para rogarle a Dios protección y valentía ante esto que tenía que hacer.

Aquí comienza lo más increíble para mí; Ester, luego de ayunar y orar, se presenta ante el rey. Cuando él la ve, queda extasiado y extiende su cetro sobre ella perdonándole la vida, y no solo eso, sino que le dice: «¿Qué tienes, reina Ester, y cuál es tu petición? Hasta la mitad del reino se te dará». Y es aquí donde la sabiduría que Dios le dio a Ester se puede observar, admirar e imitar. Ester no escupe indignada la situación que oprimía su pecho. Ella tenía justas razones para mostrarse indignada ante la injusticia que su pueblo sufría, sin embargo, Ester respira hondo, agradece a Dios que halló gracia ante los ojos del rey y, como alguien que ha actuado con prudencia y sabiduría, ya tiene todo planificado. Ella ya sabía cómo continuaría su plan, la reacción del rey no la tomó por sorpresa, porque estaba segura de que Dios obraría a favor de su pueblo luego de ayunar y orar, y es por eso que un banquete ya se estaba preparando para extender esta invitación al rey. 

El banquete sucede y, al terminar, el rey vuelve a preguntarle: «¿Cuál es tu petición, y te será otorgada? ¿Cuál es tu demanda? Aunque sea la mitad del reino, te será concedida». Ester, así me la imagino yo, simplemente vuelve a respirar hondo sonriendo y lo invita a un nuevo banquete. Ella no estaba tardando sin motivos para exponer su demanda: estaba preparando el corazón del rey. Esta joven que vivió situaciones que no hubiera imaginado, simplemente estaba actuando como esa mujer virtuosa que abre su boca con sabiduría. No presentó su demanda escupiéndola y cayendo como tenga que caer sobre el que escuchaba; preparó su corazón en intimidad con Dios primero, luego preparó el corazón de quien debía atender su demanda, y finalmente expuso con calma y prudencia la injusticia, pidiendo que pudiera ser resuelta.

Al leer estos pasajes del libro de Ester no hago más que avergonzarme pensando en las veces en que mi lengua se apuró y las palabras simplemente fueron escupidas sin considerar las consecuencias que podrían traer. A la vez, doy gracias a Dios de que en muchas otras ocasiones sí pude detenerme, buscar a Dios y luego actuar con calma.

¿Cómo estamos actuando ante injusticias, ante situaciones que nos desesperan? ¿Cómo nos estamos comunicando con los otros? ¿Preparamos nuestro corazón en intimidad con Dios antes y buscamos preparar el corazón del otro también, para que nuestras palabras no sean espadas, sino que sean agua fresca para apagar incendios en lugar de ser fuego en sí mismas?

Si no lo estamos haciendo, te invito a que podamos imitar a esta jovencita que, sin imaginarlo, se convirtió en reina y, sin pensarlo, logró intermediar para salvar a su pueblo de una matanza segura.

M. Verónica Muñoz Corbo