Debemos prepararnos individualmente y, a la vez, mantener un frente unido y una comunicación abierta
Como hemos estado viendo en los artículos anteriores, las transiciones son parte natural de nuestra vida, y los cambios, con el estrés que muchas veces producen, lógicamente afectan nuestra relación mutua. Las relaciones matrimoniales pueden fortalecerse o desgarrarse durante estas transiciones. A través de estos parajes de cambio, nuestra relación de pareja puede transitar en forma tranquila y serena, pero son precisamente estos cambios los que suelen sacudir y probar la firmeza y solidez de nuestro vínculo, del uno con el otro. Los años de la mediana edad, con sus crisis personales, son una de estas etapas difíciles que debemos abordar con conocimiento y paciencia recíproca.
Los años intermedios del matrimonio son aquellos entre los 20 y 30 años de casados. Físicamente ya hemos pasado los 40 años, y dependiendo de nuestra edad, comenzamos a sentir los síntomas de la menopausia. Al mismo tiempo, nuestro esposo puede estar también sintiendo esa ambivalencia que suelen llamar la crisis de la mediana edad. Nuestros hijos han llegado a la etapa secundaria de la escuela, con sus típicos conflictos de rebeldía contra las reglas y los parámetros que sus padres tratan de mantener, y posiblemente alguno esté tomando decisiones para su carrera futura o ya comenzando el noviazgo. Estadísticamente, es la etapa en el matrimonio en que muchos “tiran la toalla” y se separan o divorcian.
La mejor forma de prepararnos para estos años tumultuosos es fortalecer el vínculo de compañerismo en nuestro matrimonio, reconociendo estas posibles situaciones que van a sacudir nuestra relación. Así, preparándonos, no caeremos en la trampa de nuestra propia crisis de identidad, que nos alejará el uno del otro, creando tensión, estrés y constante contienda al enfrentarnos a las situaciones difíciles y diarias de esta etapa. O sea, prepararnos individualmente y mantener un frente unido y una comunicación abierta. Veamos cómo podemos transformar estas posibles crisis en conquistas que nos ayudarán a madurar y crecer, tanto en nuestra relación de pareja como en nuestra relación con Dios.
- Crisis femenina – En la mayoría de los casos, la perimenopausia comienza entre los 40 y 50 años, causando desequilibrios hormonales que no solo cambian la regla, sino que traen consigo muchos otros síntomas. El síntoma más común son los golpes de calor que muchas veces afectan el sueño y por lo tanto pueden ser agotadores. Además, el desequilibrio hormonal puede causar depresión, ansiedad, cambios de humor, falta de concentración y olvido, y de a poco, por la incomodidad, también reducción de la libido. Los cambios físicos exteriores también nos afectan, tal como las arrugas, que se notan más, la posible pérdida de cabello y posiblemente unos kilos que se nos van agregando, ya que es más difícil perder peso. Los cambios físicos añadidos a los cambios emocionales, pueden traer reacciones explosivas a veces por circunstancias que no lo merecen. Es fácil, también, por nuestro desequilibrio emocional, echar la culpa a otros por lo que nos está ocurriendo. Por supuesto que no podemos cambiar lo que la edad trae a nuestro cuerpo físicamente, pero sabiendo lo que está ocurriendo y preparando a nuestro esposo explicándole para que pueda entender los síntomas que se van presentando, podemos controlar mejor esas reacciones, para que no lleven a peleas o malentendidos.
- Crisis masculina – Al mismo tiempo, muchos hombres están experimentando su propia crisis de identidad al ver que se están “volviendo viejos”, y se rebelan contra lo que perciben como un continuo “dar” (dar dinero, dar consejo, dar de su tiempo libre, dar arbitraje, dar …). Algunos pueden repentinamente concentrarse en su físico y sus músculos y comenzar a hacer ejercicios, comprar ropa que los hace sentirse más jóvenes, aun usar productos de estética y poner más atención a su cuidado personal. Esto también puede llevarlos a estar más frustrados con su vida diaria, dejando que la fantasía y deseos de algo más excitante los lleve aun a querer cambiar de trabajo, pasar más tiempo con sus amigos e incluso, si no ponen rienda a estas fantasías, caer en la trampa de la infidelidad. Si notamos algunos de estos cambios en nuestro marido, ayudémosle para que hable sobre ello, que no se distancie de nosotras. No dejemos que nuestra depresión o ansiedad hagan que descuidemos la forma en que vestimos y nos arreglamos; unámonos a él en su afán de verse más joven y hagamos ejercicios juntos (que nos ayudarán con nuestra salud también); sorprendámosle con un corte nuevo de cabello o una nueva prenda que nos haga sentir atractivas. Y, sobre todo, oremos por él, para que aquellos pájaros que están revoloteando en su mente no hagan nido, y se mantenga puro y fiel en nuestra relación matrimonial y su relación con Dios.
- Crisis familiar – Y …. como si estas dos crisis no fueran suficiente material de trabajo para mantener nuestra relación matrimonial sobre rieles …. tenemos adolescentes y jóvenes en nuestro hogar exigiendo cambios de reglas, demandando derechos, probando nuestros límites y teniendo sus propios estallidos e inestabilidades emocionales. Además, son perspicaces en detectar momentos de debilidad, o si sus padres no están totalmente de acuerdo sobre algo, para usarlo para su ventaja.
Para presentar un frente unido ante estas demandas debemos, junto con nuestro esposo:
1. Establecer los nuevos parámetros de acuerdo con la edad de nuestros hijos.
2. Definir la libertad que cada uno se merece de acuerdo con la responsabilidad y buen juicio que van mostrando.
3. Definir aquello que será considerado el quebrantamiento de lo acordado y la disciplina adecuada para cuando ocurra.
Esto va a demandar tiempo y energía de nuestra parte, algo que no tenemos en gran abundancia, pero tal como en todo lo anterior, sabemos que es posible con la fuerza que Dios nos da a diario, como se nos dice en Lamentaciones 3:22-23 -“sus misericordias, nuevas son cada mañana”-, y si perseveramos en constante oración por ellos.
La mejor forma de mantener un vínculo fuerte durante esta etapa de nuestra vida matrimonial, es creciendo en el compañerismo mutuo, fomentando la amistad, la confianza y el respeto, apoyándonos y animándonos diariamente. Sí, puede que la pasión romántica no sea tan obvia o energética, pero nuestro amor el uno por el otro debe ser dinámico y visible. Nuestros hijos siguen necesitando esa seguridad de padres que se aman, y nuestro tono hogareño dependerá de ello. Aprendamos a ver la parte humorística de estas crisis y síntomas, riámonos, hagamos chistes y crezcamos en esta amistad y compañerismo. Cuando la tensión revele un punto débil que puede causar problemas, no esperemos a que el otro tome la iniciativa, hablemos sobre ello, busquemos soluciones, incluso negociemos si hay que buscar un compromiso, y así prevenir que estas pequeñas fisuras aumenten en profundidad y amplitud; seamos prontos para reparar y fortalecer.
Las transiciones en el matrimonio son pasajes normales que ocurren en nuestra vida. Algunas son previsibles, otras pueden ser más imprevisibles, pero siempre tenemos la opción de cómo reaccionar frente a ellas. Elegir si dejamos que nos echen abajo o, en vez, proponernos afrontarlas con un frente unido, con comunicación abierta, previniendo, fortaleciendo y perseverando en nuestra meta de luchar por nuestro vínculo matrimonial. “Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6).