¿Qué podemos hacer para cultivar la paciencia en nuestra vida personal y practicarla en nuestra relación matrimonial?
Seguimos en nuestra serie sobre el fruto del Espíritu y la aplicación de cada una de sus cualidades a nuestra relación matrimonial, Gálatas 5:22,23,25: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley (…) Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu”. Como dijimos anteriormente, aunque estamos tomando estas cualidades por separado, sabemos que no se dan en aislamiento; están íntimamente relacionadas y trabajar en una mejorará otras, ya que hay superposición de resultados, especialmente en el caso de esta cuarta: paciencia.
Recuerdo que cuando era más joven, varias décadas atrás, tenía un póster en mi dormitorio con una inscripción que decía: “Sé paciente conmigo, Dios no ha terminado Su trabajo en mí” (basado en Filipenses 1:6). Era un recordatorio diario para no frustrarme frente a mis debilidades, fiascos o expectativas fracasadas. Y es algo que debemos recordar diariamente en nuestra relación matrimonial; tanto el uno como el otro somos un trabajo en progreso, una obra maestra de Dios que va perfeccionándose cada día con nuevas pinceladas o, como Escultor, descartando aquello que no pertenece, hasta … como nos dice Pablo en este versículo … “hasta el día de Jesucristo”. Es un proceso largo, una visión de futuro, un progreso sucesivo que logra cambios a medida que maduramos y crecemos cada vez más cerca de Aquel al que debemos imitar, y cuyo Espíritu es la personificación de todas estas cualidades en su perfección.
Si somos sinceras, sabemos muy bien que a veces es más fácil ser pacientes con amistades o compañeros de trabajo que con aquellos que viven con nosotras. Y, especialmente, nos cuesta aún más ser pacientes con nuestro esposo. Posiblemente al casarnos teníamos la expectativa de que podíamos cambiar algunas de aquellas imperfecciones que a veces nos irritaban, o pensábamos que ciertos hábitos automáticamente desaparecerían por estar en nuestra compañía. Posiblemente nuestra lista de aquello que esperamos que él haga, él no la ve con la misma urgencia, o “su paso a paso, tranquilo y con tiempo” nos exaspere y cause impaciencia. Nuestra impaciencia a su vez resulta en tensión, conflicto, desilusión y resentimiento … lo cual quita dos frutos anteriores, paz y gozo, y muestra que no estamos preparadas para esperar pacientemente que Dios haga el cambio en su vida y en la nuestra.
¿Qué podemos hacer, entonces, para cultivar esta paciencia en nuestra vida personal y practicarla en nuestra relación matrimonial? Comencemos con aquello que impide la paciencia, aquello que debemos pedirle al maestro Escultor que nos ayude a descartar:
- El egoísmo: La cultura a nuestro alrededor predica constantemente ese “amarse a uno mismo”, “hacer todo para beneficio propio”; y en lo posible “ahora mismo”. Todo esto incluso por delante de ser responsable, ser compasivo y amar al prójimo. ¡Totalmente lo opuesto a lo que se nos enseña una y otra vez en la Biblia! (Fil.2:3,4; 1 Co.10:24). El egoísmo nos impide amar plenamente, pensar en el otro y sus necesidades por sobre las nuestras; nos lleva a querer ser servidos en vez de servir y a ser impacientes porque no le vemos ningún beneficio a orar y esperar. Necesitamos ir despojándonos de nuestro egoísmo si queremos adquirir más y más la paciencia del fruto del Espíritu.
- El afán de controlar: Esto va de la mano con el punto anterior. A veces podemos ser pacientes… pero sólo si las cosas se hacen “a nuestra manera”. Es decir, si los planes son los nuestros y se va a llegar al fin deseado, estamos dispuestas a que tome más tiempo, o el proceso sea un poco distinto; podemos, entonces, aceptar las irritaciones momentáneas y el desorden pasajero. La unión entre dos personas implica contribución y diálogo, y la paciencia es necesaria para llegar a un acuerdo, para que ese trabajo en equipo logre cada meta y propuesta.
- La falta de tolerancia: “Tolerancia”, la palabra favorita de los activistas actuales, aunque su definición de ella es aceptar lo que ellos quieren imponer sin considerar los valores de los otros. Muchas veces, también nosotras actuamos de esta manera cuando no consideramos que cada uno traemos al matrimonio nuestros pasados, nuestras tradiciones, nuestras expectativas y rutinas. Paciencia implica ir amalgamando todas estas aportaciones para lograr de a poco una nueva y combinada forma de vida en conjunto, incorporando tradiciones de los dos pasados y valores que representen nuestra nueva y futura vida juntos como matrimonio y como familia. Posiblemente no todo nos atraiga, y seguramente vamos a considerarlo de nuevo repetidas veces a través de los años, ya que cada etapa de nuestra vida traerá a la luz distintas expectativas o formas de actuar, pero ejerciendo paciencia podemos lograrlo.
- La reacción impetuosa: No hay paciencia sin calma, y si somos prontas a reaccionar y dejar que palabras hirientes o de enojo broten impulsivamente de nuestra boca, causamos tensión, ansiedad y aun aislamiento el uno del otro: “El que tarda en airarse es grande de entendimiento; el impaciente de espíritu pone de manifiesto su necedad” (Pr. 14:29). Aun si nos mordemos la lengua y no lanzamos palabras, pero reaccionamos con sonidos de bronca o un suspiro fuerte desviando la mirada en exasperación… ¡estamos reaccionando y mostrando nuestra impaciencia!
Aprendemos a practicar paciencia cuando:
- Escuchamos atentamente y controlamos nuestras palabras. Lo opuesto al punto anterior. O sea, como nos recuerda Santiago, “todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse” (1:19). Escuchar sin interrumpir, con la mirada dirigida hacia nuestro esposo y poniéndonos en su lugar con entendimiento, sin ya ir pensando en nuestra mente nuestra contestación, es un loable ejercicio en paciencia, y la mejor manera de evitar malos entendidos y enojos. Pacientemente tomando nuestro tiempo para contestar y analizando su punto de vista.
- Analizamos nuestros motivos y trabajamos en equipo. Cuando nos sentimos impacientes e irritables, tomemos unos minutos para preguntarnos por qué nos sentimos de esta manera, si es por egoísmo, por querer que sea a nuestra manera, porque somos tercas, porque no podemos esperar a que lo haga más tarde (aun si no hay apuro)… A los ojos de Dios, ¿pueden nuestros motivos caer en la categoría de pecado? Unión implica trabajar en equipo, y no solo el uno con el otro sino también en conjunto con Dios; como nos recuerda Salomón, “cordón de tres dobleces no se rompe pronto” (Ec.4:12).
- Optamos por ser positivas y agradecidas. En vez de dejar que sus imperfecciones nos irriten y nos lleven a ser impacientes, seamos positivas; veamos lo bueno y recordemos con gratitud todas aquellas cualidades y aspectos de nuestro esposo que apreciamos, y seamos prontas a agradecer al Señor por ello. Oremos por sus imperfecciones y las nuestras, para que Dios siga haciendo el trabajo; y mientras, esperemos y aceptemos el proceso.
- Delegamos el control al Señor. Si nos urge estar en control o nos parece que algo debería ser hecho en cierta manera, pero tenemos distintas opiniones, no usemos nuestras manipulaciones con despliegues sentimentales o berrinches de mal humor, o aun “el tratamiento del silencio”. Traigámoslo a Dios en oración, y mejor aún juntos, delegando el control a Dios, pidiendo por Su guía y para que nos muestre Sus planes; y juntos pacientemente esperemos Su contestación, haciendo lo que ya sabemos es bueno y aceptable en Sus ojos.
En el versículo de Filipenses 1:6, con el cual comenzamos este artículo, hay incluida una vital promesa: “persuadido de esto (…) la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”. Es decir, podemos tener la convicción de que Dios nos ayuda en esta transformación, no es algo que podamos hacer en nuestra propia voluntad o bajo el empuje o los regaños de nuestro cónyuge. La paciencia es la primera cualidad que inicia la larga lista de lo que es el verdadero amor hacia el otro, especialmente hacia nuestro esposo, con quien compartimos nuestra vida: “El amor es paciente” (1 Co.13:4). También es un requisito en la buena batalla de la fe (1 Ti. 6:11), así que sigamos o, como se nos insta en otra traducción, busquemos con ahínco la paciencia, un aspecto del fruto del Espíritu necesario en nuestro andar diario como pareja.