LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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El fruto del Espíritu en el matrimonio: FE y FIDELIDAD

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La lealtad sexual es sólo el principio de la fidelidad en el matrimonio

Seguimos en nuestra serie sobre el fruto del Espíritu y la aplicación de cada una de sus cualidades a nuestra relación matrimonial: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley (…) Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu” (Gálatas 5:22,23,25). Como dijimos anteriormente, cada característica, además, es un reflejo del carácter de Cristo, a quien debemos imitar.

En el artículo anterior tomamos las quinta y sexta cualidades juntas: benignidad y bondad, porque están intrínsecamente relacionadas. En esta séptima cualidad, nos encontramos con dos traducciones de acuerdo con la Biblia que estemos usando: Algunas versiones la traducen como “fe” y otras como “fidelidad”. La traducción anterior es la Reina Valera 1960, que suelo usar yo desde siempre. La Nueva Versión Internacional, que muchos usan para estudios bíblicos por ser más actual, lo traduce: “…el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio…”.   ¿Cuál es, entonces, la cualidad correcta? Y ¿qué diferencia hay entre las dos palabras? ¿Pueden significar lo mismo?

De acuerdo con aquellos comentarios bíblicos que van directamente al griego, la palabra usada aquí es pistis que en el griego secular suele referirse a “fiabilidad”, o sea “la característica del hombre que es confiable” (Biblia de Estudio, William Barclay). Varios comentaristas coinciden con esto, utilizando la palabra “fidelidad” como la mejor traducción para esta característica del fruto del Espíritu. Pero creo que no es necesario descartar una por la otra, ya que en la vida del cristiano se complementan. Sin fe no podemos creer y confiar en Cristo como nuestro Salvador. Una vez que le aceptamos por fe, el Espíritu Santo viene a morar en nosotros y nos mueve a obedecerle, a crecer en esta fe. Nuestra fe se demuestra por nuestras acciones y aquí es donde encontramos la fidelidad.  

Tanto la fe como la fidelidad son indispensables para tener un matrimonio saludable. Comencemos entonces con la primera:

FE:

La fe es el “timón” que nos ancla firmemente en aquel fundamento que nos mantiene fijos y amarrados en el mar turbulento de la vida conyugal. Al casarnos, si los dos somos creyentes, si cada uno tiene una relación personal con Cristo, pedimos la bendición especial de Dios para nuestra nueva vida juntos, y al arrodillarnos delante de Él, ponemos a Sus pies nuestras vidas para que Él las una en una sola.

Por fe aceptamos Su guía y le permitimos que, como tercer cordón (Ec. 4:12) que se apliega a nosotros, nos encamine dentro de Su voluntad.

Por fe sabemos que no peleamos la batalla solos. Unidos en oración y permitiendo que ese cordón esté íntimamente entrelazado en nuestras vidas, somos más que vencedores con plena confianza en que Dios nos protegerá del enemigo de la pareja y la familia, aquel que busca separarnos con sus tentaciones, ataques y distracciones.

La fe nos permite disfrutar juntos de las bendiciones que Dios ha preparado para nosotros como matrimonio, y de los propósitos especiales que tiene para nuestras vidas.

Y es a través de la fe, por medio del Espíritu Santo que mora en nosotros, que tenemos a disposición todos los recursos divinos que necesitamos para tener la fortaleza, sabiduría, preparación, sustentación y energía para perseverar y ejercer fidelidad.

FIDELIDAD:

El mejor ejemplo de fidelidad, por supuesto, es Dios. Él no cambia, Su Palabra no cambia, Sus misericordias jamás terminan (Lm.3:22-23), sus promesas permanecen inequívocas (Ro.4:21). Su amor hacia nosotros no cambia, no depende de cómo actuemos sino de Su integridad, constancia y compasión.

La fidelidad, siendo una cualidad del fruto que emana del Espíritu Santo que mora en nosotros, por lo tanto, proviene de Dios y es posible con Su ayuda y poder. Si queremos realmente demostrar esta fidelidad en nuestro matrimonio, necesitamos permitirle a Él que moldee nuestro carácter, controle nuestras acciones y aun nuestras palabras.

¿Qué caracteriza la fidelidad en el matrimonio? Por supuesto lo primero que nos viene a la mente es el ser fieles a nuestros votos matrimoniales y no cometer adulterio con otra persona, pero… eso es solo el comienzo. Otros aspectos de esto mismo incluirán fidelidad …

  • En nuestras acciones: Varios autores han utilizado el ejemplo de levantar cercos o setos alrededor de nuestro matrimonio para mantener nuestra conducta libre de posibles malentendidos o insinuaciones, además de no exponernos a situaciones en que “estamos jugando con fuego”. Muchas organizaciones cristianas también tienen reglas en este sentido para sus empleados. Por ejemplo: la persona casada no debería manejar con alguien del sexo opuesto que no es su esposo o esposa a su lado; mejor pedirle que se siente atrás. Aun si somos buenos amigos, no deberíamos abrazar prolongadamente a alguien del sexo opuesto que no es nuestro cónyuge. También puede ser una tentación pasar tiempo a solas después de las horas de trabajo con alguien del sexo opuesto, aun si hay un proyecto en que estamos trabajando; esto debe ser evitado, y es mejor siempre trabajar en grupo o en un lugar más público. La lista dependerá de las circunstancias particulares de cada pareja, pero es bueno tener una para poder ser consistentes y que otros sepan que es así como actuamos.
  • En nuestros pensamientos (Mateo 5:28). A veces podemos creer que, porque no hemos materialmente cometido adulterio o flirteado con otro, que pasamos el escrutinio, pero Jesús agregó otra dimensión a la ley original de adulterio: nuestra mente. Los pensamientos que cruzan nuestra mente cada día son miles, según algunos expertos, un nuevo pensamiento cada dos segundos. Hay pensamientos que cruzan nuestra mente que no son buenos, porque los dardos de Satanás a veces atraviesan por allí, posiblemente como remanente de nuestra vieja manera de pensar, pero si elegimos abundar en éste o, como siempre decía mi madre, “dejar que haga su nido allí”, estamos siendo infieles. Y no solo en el área de la moralidad sexual. También están los pensamientos que elegimos traer a la memoria, tales como resentimientos, rasgos de su carácter que a veces nos irritan, o maneras en que no han satisfecho nuestras necesidades; el estar machacando y rememorando en estos va a afectar nuestra forma de actuar y responder verbal y físicamente al otro. En vez de pensar lo mejor (Fil.4:8,9), darle el beneficio de la duda, considerar que sus intenciones eran buenas, u ofrecerle “gracia”, tal como Dios nos la ofrece a nosotros, mostramos, en vez, que nuestro amor es condicional, cambiante y por ello infiel.  
  • En nuestras palabras. ¿Somos positivas o negativas cuando hablamos de nuestro esposo frente a los demás? ¿Si en el círculo de amigas alguien comienza a criticar a su esposo, nos unimos a la crítica en forma “solidaria” agregando que lo mismo ocurre en nuestro hogar? Seamos prontas a apreciar, lentas a criticar y mostremos fidelidad siendo su mejor animadora (fan).
  • En nuestro tiempo a solas. Nuestros móviles, el internet, los medios sociales que en estas últimas décadas forman una parte influyente y consumidora de tiempo en nuestras vidas, pueden ser también un instrumento de caída y destruir nuestro matrimonio. La pornografía está al alcance de todos por estos medios. También, conexiones a viejas relaciones amorosas, o nuevas, son fáciles y bajo el radar de quienes pueden verlo a nuestro alrededor. Seamos vigilantes y limitemos nuestro tiempo de conexión a la red al únicamente necesario. Y, especialmente, no dejemos que nuestra curiosidad o debilidad nos lleve a sitios que envenenarán nuestra mente desvalorizando la relación conyugal y permitiendo que los valores sensuales de nuestra sociedad degraden lo que Dios creó como placentero y hermoso.
  • En nuestro tiempo espiritual. Ya hemos mencionado la importancia de orar juntos y compartir aquello que aprendemos en nuestro devocional diario el uno con el otro, para edificación mutua y para crecer juntos en nuestra fe. Pero, a esto podemos agregar fidelidad en nuestras oraciones el uno por el otro. Cada día trae sus nuevos desafíos, problemas, riesgos… Sabiendo lo que cada uno vamos a afrontar podemos elevar una oración por ellos en momentos específicos del día en que sabemos tendrán algo importante, o si vemos que no se sienten bien y están cansados, oremos para que Dios les dé fuerzas… Que nuestro cónyuge sepa que puede confiar en que seremos fieles en respaldarles en oración diariamente.

La fidelidad abarca todo aquello que le permite a nuestro cónyuge tener confianza en nuestro amor hacia ellos, y así descansar plenamente en nuestra sinceridad y lealtad. Seamos por lo tanto firmes en nuestra fe, fieles en nuestro andar, y que nuestro amor hacia nuestro cónyuge refleje aquella fidelidad que Dios tan generosamente nos brinda diariamente.

G. Elisabeth Morris de Bryant