LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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El fruto del Espíritu en el matrimonio: AMOR

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Un amor basado en sentimientos y emociones no es duradero

En nuestros artículos anteriores hemos considerado varias “pequeñas zorras”; ataques sutiles que, de a poco, causan graves problemas en nuestro matrimonio. Estas zorras que debemos eliminar, son advertencias que nos obligan a actuar, para erradicarlas de nuestra viña. Pero a su vez, erradicar pestes o problemas de nuestra viña no es lo único que nos asegurará una buena cosecha y ramas vigorosas que darán fruto; necesitamos buena tierra, agua, sol, y nutrientes para enriquecer y sustentar la planta.

En Gálatas 5:22,23,25 se nos dice: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe,mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. …Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu”. Cada característica aquí nombrada es un reflejo del carácter de Cristo, a quien debemos imitar. Se nos pide que andemos en este modo de vivir a través del Espíritu Santo que mora en nosotros. Algo que, decididamente, no es fácil; implica un rendimiento diario y constante de nuestro viejo ser y nuestra vieja manera de actuar. A veces es más fácil exhibir estas cualidades frente a otros en un entorno fuera del cotidiano, insistimos en la importancia de ser luz en un mundo que observa nuestro carácter como cristianos; aun en la iglesia podemos hacer un esfuerzo mayor para demostrar estas cualidades. Pero en nuestro hogar, a veces cansadas, apuradas o aun dejando que la rutina nos haga “autómatas”, es más fácil caer en viejos hábitos y dejar de enfocar nuestra mirada en aquellas cualidades, aquellos nutrientes que enriquecerán y mejorarán nuestro matrimonio. 

La primera de estas cualidades del fruto del Espíritu es amor. Amor, esa pequeña palabra de cuatro letras, tan trillada en su uso, ha perdido valor y significado en nuestra sociedad actual. Amor abarca mucho más que emociones, sentimientos y pasiones, y no está únicamente ligada a la parte romántica de nuestra relación matrimonial. Por lo tanto, no estamos buscando tratar de recrear aquellos mismos sentimientos que teníamos cuando estábamos de novios o recién casados. El amor que emana del fruto del Espíritu es más transcendental, abarca todos los votos que hicimos al casarnos y aún más; implica devoción y compromiso. Un amor que se basa en sentimientos y emociones, no es duradero; todas sabemos que las emociones cambian y los sentimientos van y vienen. Un amor de por vida implica comprometernos a un amor incondicional, que no depende de cómo “nos sentimos” día a día.

Uno de los pasajes bíblicos más utilizados para hablar sobre la relación matrimonial, es el de Efesios 5:33: “…cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido”. Hay escrito un libro entero basado en este versículo y su entorno: “Amor y Respeto”, por Emerson Eggerichs, y sus seminarios han sido muy populares en la década pasada. Sus puntos sobre roles bíblicos en el hogar, la importancia de una buena relación familiar como requisito para poder ejercer roles de liderazgo en la iglesia, y la comparación de la relación matrimonial con la de Cristo y su iglesia, son puntos en que estoy de acuerdo con él. Pero, cuando habla de la esposa y el esposo y sus características, se basa en muchos estereotipos culturales sobre la mujer y el hombre que no son necesariamente bíblicos. El autor recalca la necesidad de la mujer de sentirse amada y del esposo de sentirse respetado, y supone que Pablo al insistir sobre ello está insinuando que a la mujer naturalmente le es más fácil amar y por lo tanto no necesita que se le recuerde, pero le es más difícil respetar. Al mismo tiempo, al esposo le es difícil mostrar afecto, por lo tanto necesita recordársele tres veces en todo este capítulo que debe amar a su mujer. Amor y respeto son dos caras de una misma moneda: respeto sin amor es como “metal que resuena o címbalo que retiñe” (1 Co. 13:1); amor sin respeto puede llevar al abuso.

La Biblia en su totalidad nos manda, tanto al hombre como a la mujer, amarnos unos a otros (Jn. 13:34, 35; Jn. 15:12, 22; Col. 3:14; 1 Co. 16:14; 1 P. 4:8…), fervientemente, sin fingimiento, permitiendo que el amor de Dios se perfeccione en nosotros (Ro. 12:9; 1 Jn. 4:12). El amor ágape, que es el amor fruto del Espíritu, es algo que a través del proceso de la santificación va creciendo y haciéndose más profundo en nosotras, y es a través de este que enriquecemos nuestro amor matrimonial. No sé ustedes, pero cuando yo leo todo lo que implica el verdadero amor en 1 Corintios 13, es inalcanzable en mis propias fuerzas; es solo a través del Espíritu Santo que podemos intentar lograrlo. “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser”.

En el área del respeto, en Efesios leemos que la esposa debe respetar a su marido, pero en 1 Pedro 3:7 también se le pide al esposo que respete a su esposa, “dando honor a la mujer como a vaso más frágil, y como a coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no tengan estorbo”.  Cuando dije anteriormente que amor sin respeto puede aun llegar al abuso, es porque vivimos en un mundo perverso, posiblemente no tan distinto a sociedades anteriores, pero por los medios de comunicación y la privacidad de estas tecnologías, la pornografía está al alcance de todos y se ha albergado en la mente de muchos; formas de intimidad que son antinaturales, denigrantes para la mujer y aun dolorosas. En el libro que mencioné, solo se le pide a la mujer que esté a disposición de las necesidades sexuales de su esposo sin dirigirse al marido en esta área en cuanto a su responsabilidad de darle placer a ella y respetar sus necesidades. La intimidad sexual es parte del amor del uno por el otro; no es una demanda del esposo a su mujer. Si el hombre confunde amor por pasión, no tiene respeto por ella, la trata como posesión en vez de compañera, y la fuerza a hacer lo que a él le plazca; está pecando contra ella y contra Dios. De la misma forma, la mujer que ama y respeta a su marido debe estar dispuesta a buscar momentos propicios de intimidad y no constantemente tratar de evitarlos por cansancio, o falta de ganas. 1ª Corintios 7:5 nos dice: “No os neguéis el uno al otro”. El apóstol Pablo aquí no separa esposo o esposa, está hablando a los dos. 

Pero el amor ágape fruto del Espíritu en el matrimonio, incluye mucho más que el área de intimidad sexual. Este amor que mantendrá nuestra viña floreciendo y dando fruto, es incondicional, sin egoísmo, sirviendo el uno al otro, y apunta a la armonía, al ser uno. Amor es querer conocernos el uno al otro más y más, y a medida que crecemos en ese conocimiento, aprendemos cómo expresar nuestro cariño mejor. Cuando hay conflictos, este amor busca resolverlos en forma rápida, perdonándonos sin resentimiento, en honestidad.

Dejemos que el amor de Dios fluya en nosotras, apreciando al compañero que Él nos dio, y ofreciendo lo mejor de nosotras aun cuando las ganas y fuerzas falten. Su Espíritu está dentro de nosotras para ayudar. Amar es una elección diaria y un compromiso que tomamos para todos los años que estemos juntos, hasta que la muerte nos separe.

G. Elisabeth Morris de Bryant