LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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La bondad de Jesús revela corazones

Conocemos una pareja que ha servido fielmente al Señor durante años, dándose cuerpo y alma a las personas con problemas de todas las clases. Han cuidado de enfermos, han recibido a gente a vivir en su casa, a otros los han acompañado en el dolor y en las pérdidas, se han puesto al lado de padres con dificultades con sus hijos, con problemas matrimoniales, con problemas laborales, han evangelizado, han ministrado en iglesias, han consolado y animado a los hermanos, ¿y cuál ha sido el resultado? Algunos se lo han agradecido, pero otros han reaccionado criticándolos y traicionándolos. ¿Cómo es posible? Tú estás al lado de una persona en su problemática, dedicas horas a esta persona, pasas noches sin dormir sufriendo por ella, le das comida, dinero, alojamiento y cariño, y luego desaparece de tu vida y ¡nunca más vista! ¿Cómo te sientes? O, peor aún, si montan una campaña de odio en contra de ti. Te quedas estupefacto. Y te preguntas, ¿qué he hecho yo para merecer este trato? Sigues amándolos y buscas la manera de restaurar la relación, pero encuentras todas las puertas cerradas. ¿Cómo puede tanto amor ser respondido con tanto desprecio? Es para no ayudar nunca a nadie más, pero viene el siguiente caso y te entregas igualmente, y puede ser que esta vez tengas otra respuesta.

Hay un versículo curioso en la historia de María y José, cuando presentaron a Jesús en el templo de Jerusalén. Simeón entró en el templo en este mismo momento, y los bendijo, “y dijo a su madre María: He aquí, éste está puesto para caída y levantamiento de muchos en Israel, y para señal que será contradicha (…), para que sean revelados los pensamientos de muchos corazones (Lucas 2:34,35). Los pensamientos de muchos corazones serían revelados por medio de su respuesta frente a Jesús. Algunos respondieron con gratitud, como el leproso que fue sanado juntamente con sus nueve compañeros, pero sólo él volvió a Jesús para darle las gracias. Los otros nueve pusieron de manifiesto que sus corazones eran egoístas, incrédulos y duros. El agradecido, “viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz, y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias. Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados?  Y los nueve; ¿dónde están?” (Lucas 17:15-17). ¡La proporción de los agradecidos es uno de cada diez!  La bondad de Jesús revela corazones.

Tenemos el mismo contraste entre la mujer del pozo y el hombre del estanque. Jesús se mostró amable con la mujer samaritana y le explicó cómo podría tener satisfacción y plenitud en la vida por medio del Espíritu Santo. Se reveló a ella como el Mesías. Ella respondió con fe en Jesús y evangelizó a todo su pueblo. Mostró tener un corazón honesto que buscaba a Dios, que quería adorarle como es debido. Cuando Jesús la confrontó con su pecado, ella reconoció que era verdad. En cambio, el paralítico de Betesda no quería reconocer su pecado. Jesús lo sanó milagrosamente. Después lo encontró en el templo, se reveló a él y le advirtió que no pecara más. La reacción que correspondía en estos momentos era tomar a pecho la advertencia, postrarse a los pies de Jesús y darle las gracias, pero se ve que no le gustó que Jesús le dijese esto, porque el hombre respondió dando aviso a los enemigos de Jesús, que era Él quien le había mandado llevar su lecho en el día de reposo. ¡Le traicionó! Puesto a elegir entre Jesús y los fariseos, el hombre eligió a los fariseos y traicionó a Jesús. “Y por esta causa los judíos perseguían a Jesús, y procuraban matarle” (Juan 5:16). Los pensamientos del corazón de este hombre fueron revelados. Era un hombre religioso, pero no espiritual. No amaba a Dios, no mostró gratitud a Jesús, y volvió a pecar. 

La gente revela sus corazones en su relación con Jesús. Los pensamientos del corazón de Judas giraban alrededor del dinero. Valoraba más el dinero que la amistad con Jesús. Su corazón no le amaba. Se ve que pensamos con el corazón, porque no era su mente la que no creía que Jesús era el Mesías, sino su corazón. Era un corazón incrédulo.

Cuando la mujer se postró a los pies de Jesús en casa de Simón el fariseo y bañó sus pies con lágrimas de arrepentimiento y los enjugó con sus cabellos, lo que quedó patente era que Simón no sentía gratitud hacia Jesús (¿quizás incluso fuera él quien había sido sanado de la lepra?), sino que era un hombre orgulloso que se creía más importante que Jesús por su posición social y más santo que la mujer que era una pecadora. Su corazón pensaba que él era mejor que otros.

Cuando nosotros nos entregamos a la gente y la servimos, su respuesta ante nosotros delatará la condición de su corazón. Es muy duro atender a una persona y ser despreciada por ella. La ingratitud es dolorosa y dura de soportar. Es difícil mantener la relación con alguien que recibe, recibe y recibe y no da nada a cambio, ni siquiera las gracias. Y es muy difícil llevarlo cuando hemos invertido horas y horas en una persona para ayudarla y luego da media vuelta y traiciona nuestra confianza. Y si se convierte en nuestro enemigo y procura dañar a nuestra familia, nos pone a prueba. ¿Vamos a seguir amando? Si respondemos con amor, ellos nos hacen revelar cómo es la condición de nuestro corazón, que realmente amamos al Señor. Si recibimos a una persona necesitada en casa, como parte de la familia, y ella nos paga con ingratitud y abandono, y si no decidimos que ya no lo haremos nunca más, sino que seguimos entregándonos a los que lo necesitan, llegamos a comprender más al Señor Jesús y vamos siendo más como Él. El Señor se sorprendió frente a la falta de gratitud de los nueve leprosos, pero agradeció el amor derramado a sus pies por la mujer penitente. Los hay que responden bien, y por ellos vale la pena continuar siendo como Jesús.  

Margarita Burt