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Mujeres que dejaron huella: Sabina Wurmbrand

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«Habíamos pactado con los guardias que, a cambio de dejarnos leerla (la Biblia), podían pegarnos…»

Sabina Oster, mujer culta y de gran sensibilidad. Además de sus estudios en el propio país, Rumanía, asistió a la universidad parisiense de la Sorbona. Pasó su vida defendiendo a la iglesia subterránea, causa por la cual sufrió lo indecible bajo el dominio de los nazis y luego de los comunistas. Nació el 10 de julio de 1913 en la ciudad de Chernovits, en el seno de una familia judía. Murió el 20 de agosto de 2000.

A los 23 años conoció a Richard Wurmbrand, también judío, con quien se casó en 1936. De vacaciones en las montañas se convirtieron a Cristo por el testimonio de un convertido judío que moriría luego bajo el nazismo. De regreso a Bucarest se unieron a la iglesia.

Durante la ocupación de Rumanía por los nazis en la Segunda Guerra Mundial, Sabina perdió a sus padres y tres hermanos en los campos de concentración. En los años siguientes, aunque bajo amenaza, ella y Richard recogieron varios niños judíos de los guetos, y los ocultaron. También aprovecharon los refugios para predicar a Cristo. Por ello los encarcelaron en varias ocasiones.

Terminada la guerra, otro enemigo: Un millón de soldados rusos invadió Rumanía, haciéndose con el poder, del que no escapó la iglesia. Allí estaban Richard y Sabina Wurmbrand, entregados al ministerio “subterráneo” a favor del pueblo esclavizado, e incluso de los terribles invasores.

Siempre a escondidas, el matrimonio puso todo su empeño en abastecer de lo fundamental para la supervivencia a los refugiados de la capital, Bucarest.

Tiempo y talentos fueron bien usados por esta mujer valiente. En 1946 y 1947 pudo organizar campamentos para líderes religiosos, y conducir campañas evangelísticas en las calles, ante 5.000 personas. Con esto comenzó lo que sería luego “La voz de los mártires”, organización misionera fundada junto a Richard para ayudar a la iglesia perseguida por todo el mundo.

Trabajo tan positivo, tan notable, no podía quedar oculto, y Richard lo pagó en 1948, con 14 años en prisiones comunistas, tres de los cuales estuvo totalmente aislado, padeciendo lo inimaginable.

Las pruebas enormes afrontadas no debilitaron la fe de Sabina, al contrario. Luchó, en ausencia de su marido, por su propia subsistencia y la de su hijo Mihai, sin dejar de ayudar a la iglesia perseguida.

Por esto, al fin también ella fue llevada a un campo de concentración. Su hijo quedó abandonado en las calles, rebuscando entre la basura su sustento. Los comunistas le ofrecían la libertad si se divorciaba de su marido y dejaba su fe. Ella se negó.

Liberado Richard en 1964, reanudó su trabajo. En 1965 la familia fue rescatada de Rumanía. Partieron hacia Noruega e Inglaterra y, luego, los Estados Unidos, donde hablaron ante el Senado del trato inhumano recibido en las prisiones comunistas.

El resto de sus vidas, los Wurmbrand, con “La voz de los mártires”, sirvieron a la iglesia perseguida en todo lugar.

Sabina testificó durante 32 años ante iglesias, grupos y conferencias sobre la persecución religiosa.  Sobre su libro, “La esposa del pastor”, escribe un crítico: “(…) es simplemente la historia  de una mujer -una sensible, no emocional reflexión- escrita años después de haber sufrido la mayor de las aflicciones, por un altamente cultivado, exquisito, en verdad humorístico espíritu”.

Tras la ejecución de Ceausescu en el día de Navidad (1989), Sabina y Richard pudieron regresar a Rumanía, donde fueron recibidos como héroes y aparecieron en televisión.

“En el Salón de Belleza divino”. Así tituló ella la grabación donde presenta parte de sus vivencias en el campo de concentración ruso. Un mundo aparte, de trabajos forzados, lágrimas, hambre y sangre… Cuenta: “Ponían a nuestros hijos en una celda cercana para que los oyéramos llorar cuando los maltrataban: ‘¡Es mi Mary! ¡Es mi Mihail…!’, exclamábamos, y llorábamos.

Nunca sabíamos qué día era. Pero un día, cargando piedras en los trabajos forzados, alguien susurró: ‘¡Es domingo!’.

¡Cómo debemos atesorar nuestra iglesia, pastores…! Ahora también hay cristianos que sufren lo mismo. Oremos por ellos, y agradezcamos a Dios las muchas bendiciones que tenemos.

El día que supimos que era domingo, de regreso del trabajo de esclavos que hacíamos, llevando enormes piedras que nos herían las manos, algunas mujeres  de nuestra celda quisimos leer la Biblia juntas. Pero… ¿dónde estaba la Biblia? Una joven sabía de memoria capítulos enteros… Habíamos pactado con los guardias que, a cambio de dejarnos leerla (la Biblia), podían pegarnos. Seis o siete nos sentamos en el frío cemento debajo de una cama para poder orar sin que nos vieran por la mirilla.

Fue en la prisión donde comprendí cuán ricos somos teniendo la Biblia. Hambrientas, no podíamos dormir, llorábamos; nadie podía ayudarnos. Nos lo habían quitado todo (…) nuestros niños (…), pero no el poquito de fe, de esperanza, de la Palabra de Dios… y vimos allí cómo una palabra Suya, tomada del corazón de una cristiana y dada a un preso desesperado, ¡una palabra!, le llevó luz y esperanza. ¡Salvados por esta riqueza nuestra, la mayor que podríamos atesorar!

Debajo de la cama, la joven recitó el pasaje sobre Esteban, primer mártir cristiano, cuyo rostro vieron sus enemigos como el de un ángel. Estaba lleno del Espíritu Santo y de divina sabiduría. Cuando estás así, no es de extrañar que tu faz luzca como la de un ángel.

Al terminar el capítulo, nos sentimos como en un rincón del paraíso.   

Una mujer riquísima, no cristiana, esposa de un renombrado político, estaba con nosotras y nos dijo: ‘¿Cómo pueden, siendo inteligentes, creer que la cara de Esteban, en momentos tan críticos fuera tan hermosa?’. Otra, cristiana, le contestó: ‘Lo siento por usted. Usted no conoce a Jesús, el Hijo de Dios, pero cuando Él viene al corazón, viene con todas Sus riquezas, Sus ángeles y la gloria del cielo; por eso, cuando le abres el corazón, te da Su belleza. Por tal razón vieron a Esteban tan  bello como un ángel’. De repente, el guardia entró, una por una nos sacó de debajo de la cama, nos golpeó hasta hacernos sangrar y luego nos devolvió a la celda de la prisión. ¡Era el precio por leer la Biblia!

Pero aquella mujer… ¿Cómo reaccionaría? Entonces ella fue la primera en hablarme. ¡La rica mujer, ahora pobre y hambrienta, el rostro manchado de sangre y lágrimas! ‘Ahora conozco el verdadero motivo por el que los comunistas persiguen a los cristianos. El hecho de que nos hayan pegado solo por hablar de Jesús, es para mí la mejor prueba de que vuestro Dios es Dios de verdad. Vuestro Jesús será mi Jesús el Salvador’. Ella no sabía que, entonces, su rostro manchado brillaba como el de un ángel.

Al pasar por el salón de belleza de Jesús, el Hijo de Dios, Él trae a tu vida Su gracia, paz y riquezas. La justicia y el amor del cielo te embellecen.

Cuando fui liberada, tuve la alegría de encontrar a mi hijo fiel al Señor. Él lo cuidó. En la cárcel aprendimos que Él es maravilloso.

Los comunistas vieron también la gloria de Dios en los creyentes que torturaban. Que también Él llene vuestros corazones con Su gloria, para que vuestros rostros y vidas testifiquen que el Hijo de Dios os ama, y ama a cuantos lo necesitan como Salvador y Señor”.

Gloria Rodríguez Valdivieso