Con Jesús sigue habiendo esperanza en medio de la oscuridad
Este himno tiene muchas variaciones en la letra, si bien el sentimiento global es el mismo: la fugacidad del día y por ende la de la vida, y la necesidad de que Dios esté en todo tiempo con nosotros.
La historia de este himno es conmovedora. El autor del poema fue Henry Francis Lyte, quien nació en Escocia en 1793. Nunca tuvo una salud buena, sufriendo especialmente de debilidad en los pulmones, cosa frecuente en aquella época en que los antibióticos estaban esperando a ser descubiertos por Fleming más de 120 años después. Sin embargo, él fue siempre un hombre activo, ya que su lema era: “es mejor cansarse que oxidarse”.
Como la mayoría de las personas, él pasó también por sinsabores y trabajos a lo largo de toda su vida. Su madre, quien se había encargado de su educación cristiana, murió cuando él era un niño. Fue enviado a Irlanda a estudiar. Su familia, a pesar de ser adinerada, no se encargó de sufragar sus estudios; por tanto, tuvo que hacerlo él mismo con ayuda de trabajos eventuales y ayudas de profesores y benefactores.
Uno de estos benefactores, el Reverendo Burrows, vio el potencial de Lyte y le pagó, en parte, a partir de 1812, los estudios secundarios en el Trinity College de Dublín.
Durante su estancia allí ganó durante tres años consecutivos el certamen de Poesía inglesa, y consiguió alguna beca de sostenimiento. Al acabar sus estudios quiso hacerse médico, pero pronto vio que el ministerio cristiano le llamaba. Fue ordenado sacerdote de la iglesia anglicana.
Su corazón era misericordioso. Por ello, en las parroquias por donde estuvo en Inglaterra, se dedicó a ayudar a cuantos tenían necesidad. También dedicó parte de su tiempo a componer poemas que fueron muy apreciados.
Su verdadera conversión fue gracias al reverendo Abraham Swanne, al cual cuidó cuando éste enfermó, y lo hizo hasta su muerte ocurrida poco después.
Se casó a los 24 años con una devota metodista y tuvieron la desgracia de ver morir a uno de sus hijos al mes de nacer, lo que les produjo un intenso dolor al cual se refirió en algún poema.
Después de estar en varias parroquias en las que siguió, como en las anteriores, con su ministerio de predicación, ayuda social y dedicación a la enseñanza de los niños, su salud iba siendo cada vez más delicada.
Su última parroquia fue la de Brixham en el suroeste de Inglaterra, al borde del mar; allí, el mal clima y el trabajo constante le enfermaron aún más.
Se le aconsejó que estuviera un tiempo en otro clima más cálido, por lo que se puso en marcha hacia Italia. Antes de partir, y a pesar de su delicado estado de salud, quiso despedirse de su amada congregación con una predicación final. En ella les instó a estar preparados “para la hora que ha de llegar a todos, mediante una oportuna apreciación y dependencia de la muerte de Cristo”. Corría el año 1847 y tenía 54 años.
Al llegar a Niza se sintió muy enfermo y, finalmente, falleció en el hotel donde se hospedaba. Fue atendido en sus últimas horas por otro clérigo que estaba allí, y sus últimas palabras fueron: “¡Paz; Gozo!”.
La noticia de la partida de Henry Lyte llegó a la comunidad de Brixham, quienes, muy abatidos, solicitaron un servicio memorial en honor a su amado pastor. Fue allí donde por primera vez se cantó el himno “Conmigo queda, oscurece ya” (en inglés, “Abide with me”), con una letra distinta de la que conocemos hoy. Y no sería hasta catorce años más tarde cuando William Henry Monk compondría la música que hoy se utiliza.
Se cree que este himno lo había compuesto un poco antes de emprender el viaje final, con base en Salmos 27:9, pero es un hecho difícil de comprobar.
Señor Jesús, el día ya se fue. La noche cierra, ¡oh, conmigo sé! Sin otro amparo Tú, por compasión, al desvalido das consolación. Veloz el día nuestro huyendo va; Su gloria, sus ensueños pasan ya. Mudanza y muerte veo alrededor; ¡No mudas Tú; Sé mío, Señor! Tu gracia todo el día he menester; ¿Quién otro puede al tentador vencer? ¿Cuál otro amante guía encontraré? En sombra o sol, Dios, conmigo sé. Vea yo, al fin, en mi postrer visión, de luz la senda que lleva a Sion. Será mi canto al triunfar la fe: “Jesús conmigo en vida y muerte fue”.
Todo el poema transcurre en un ambiente de nostalgia en el que se aprecia que la vida va desapareciendo, con su gloria y sus sueños, y lo hace de la misma forma que el sol se pone al atardecer. Todo lo que hasta entonces se ha visto de manera nítida, va perdiendo su imagen y se va desvaneciendo. En esos momentos sólo queda la esperanza de la ayuda fiel de Dios, quien con luz y en oscuridad siempre acompaña.
Sólo con la presencia de Dios es posible transitar por el valle sombrío; Él actúa de guía y protección hasta la llegada a la ciudad celestial.
Cuando los discípulos iban camino de Emaús, Jesús, resucitado, se puso a su lado, aunque no le reconocieron. Ellos iban tristes. También sentían, como el autor del himno, que su vida anterior había terminado con la muerte, en este caso la de Jesús, y esa tristeza no les dejaba ver la luz que de pronto se había puesto a su lado, traída por el mismo Jesús. Pero Él les fue diciendo que era necesario que aconteciera todo lo que había ocurrido, y ellos sintieron esperanza. De tal manera que ya, caída la tarde, oscuro ya, invitaron a Jesús a quedarse con ellos: “Quédate con nosotros, porque se hace tarde, y el día ya ha declinado” (Lucas 24:29).
Con Jesús sigue habiendo esperanza en medio de la oscuridad. Estamos en el camino hacia la eternidad con Él. Solo que con nuestros sentidos carnales no percibimos lo que hay en ese camino hacia la Patria Celestial.
Por ello debemos clamar como Lyte: “En luz y sombra, conmigo sé”. Podemos recordar la promesa recogida en el salmo 48:14:
“Porque este Dios es Dios nuestro eternamente y para siempre; Él nos guiará aún más allá de la muerte”.
AMÉN Y AMÉN.