LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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¿Cómo prueba Dios la fe? Por nuestro conocimiento de Su Palabra

Al pasar por el proceso enseñanza-aprendizaje, todo estudiante debe saber que el grado de aprovechamiento académico tendrá que ser evaluado por el maestro, para lo cual utilizará diferentes técnicas e instrumentos. Desde un enfoque cognitivo, la evaluación servirá para determinar si se están desarrollando sus capacidades intelectuales de manera adecuada.

Muchas veces, el saber que vamos a ser sometidas a una evaluación nos llena de aprensión y cierto grado de temor; pero es necesaria, no solo para el educador sino para nosotras también. Los resultados obtenidos determinarán si en efecto vamos por buen camino o no; si estamos logrando los objetivos de la enseñanza o no; si hay un bajo rendimiento, y así tomar las medidas necesarias para un mejor aprovechamiento.

La experiencia de la vida cristiana es comparable al proceso de aprendizaje en una escuela. Una vez creemos en Cristo, pasaremos por un largo camino de enseñanza- aprendizaje, funcionando en el ámbito de la fe. Y la fe se topará con la prueba.

¿Cómo prueba Dios la fe? Por nuestro conocimiento de la doctrina, Su palabra.

La prueba examina no lo que hemos escrito en nuestros cuadernos, tampoco nuestro gran intelecto, ni nuestros logros académicos; más bien, comprueba si realmente sabemos y comprendemos y creemos la Palabra de Dios.

El apóstol Santiago nos dice: “Sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia” (Santiago 1:2,3). La palabra que usa para expresar “prueba”, dokimaso, significa “poner a prueba con el fin de lograr aprobación”. Todas, al pasar por un examen académico, incluso un examen médico de nuestro cuerpo, deseamos que los resultados arrojen que todo está funcionando perfectamente; pero para confirmarlo es necesario someternos a diferentes análisis.

Así, también, en el ámbito espiritual nuestro buen Maestro debe examinarnos. Él conoce nuestros corazones, sabe el grado de avance y madurez de nuestra fe; pero nosotras, no. Él quiere que sepamos cuánta fuerza tiene nuestra fe, así que permitirá que seamos probadas al límite para que mostremos cómo reaccionamos. Cuando nos encontramos en diferentes dificultades y los problemas se acumulan, el grado de confianza en lo que conocemos de nuestro Dios está siendo probado.

Hay diferentes maneras de reaccionar:

A. Nos dejamos impresionar por la superioridad aparente de las dificultades y ni siquiera comenzamos a luchar. Miramos nuestra debilidad y nos rendimos al instante. Es lo que pasó cuando el pueblo de Israel, después de atravesar el desierto, se encontró delante de la tierra prometida. Se dejó desanimar por los espías que hablaban de gigantes y de murallas infranqueables. Entonces, el pueblo rechazó combatir la batalla de Dios (Números 13:26-14:4). Porque no tuvieron confianza, Él los reenvió al desierto, donde toda esa generación incrédula fue destruida.

El apóstol Santiago dice que cuando nos encontremos en situaciones en las que somos probadas, necesitaremos considerar todos los factores acerca de esa prueba y luego dejar que el gozo nos guíe en medio de ella (Santiago 1:2-4). Los factores que necesitamos considerar son: a) que Dios es fiel en limitar la prueba a la medida de nuestras habilidades espirituales y físicas; b) que, aunque no todas las cosas son buenas, Él combina todo para bien de los que le aman; c) que la prueba permitida es con miras a un premio; d) que en tiempos de adversidad y oposición tenemos la oportunidad de avanzar más rápido en la fe. Si en medio de la prueba nos detenemos y sumamos todos los factores que conocemos acerca de quién es Dios y por qué esto nos está sucediendo, el gozo nos guiará hasta el final.

B. Subestimamos nuestros problemas o sobreestimamos nuestras fuerzas para enfrentar la adversidad o el desafío. El apóstol Pablo dice: “Porque no tenemos lucha contra carne y sangre, sino contra principados, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Efesios 6:12). Las luchas del creyente no se pueden tomar a la ligera. Si bien la mano soberana de nuestro Dios controla todo, el enemigo de nuestras almas busca insistentemente que nuestra fe desmaye y así deshonremos el nombre del Señor. Recordemos que no vaciló en pedir zarandear la fe de los discípulos, incluida la del impulsivo Pedro (Lc. 22:31).

Por otro lado, nuestra naturaleza humana es orgullosa; podemos confiarnos en nuestras fuerzas para enfrentar y sobrellevar las adversidades o podemos sentirnos muy autosatisfechas en medio de la prosperidad y llenar nuestros corazones de ingratitud para con nuestro Padre celestial. Recordemos las palabras de nuestro Señor: “La carne para nada aprovecha…” (Juan 6:63b); “El espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil” (Mateo 26:46b). Pablo lo reconocía, por eso escribe: “Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas” (2 Co. 10:4).

C. Ponemos nuestra confianza en Dios y avanzamos descansando en Él, porque creemos que sus recursos son infinitos y nos apoyamos en Su misericordia. Es lo que Josué hizo después de los cuarenta años de travesía por el desierto. Se apoyó en Sus promesas y condujo al pueblo con ánimo y éxito. Por la fe, los muros de Jericó cayeron y el enemigo fue vencido (Josué 6). El que actúa con fe, tendrá victorias de fe.

Dios no siempre cumple por medio de la fuerza o del poder o la rapidez; cumple siempre por medio de Su Espíritu. Esto no significa que no vamos a temer en medio de las pruebas. Son precisamente nuestros temores los que constantemente nos impulsan a tener comunión y ocupar nuestra mente en la persona de Jesucristo. Al seguir creyendo entramos en una nueva dimensión de la vida: la dimensión de la fe. La constancia en pasar las pruebas estando en comunión con Él, nos conduce al lugar de reposo. Ese lugar está en nuestra alma y su puerta solo la abre la fe.

Vivimos en un mundo diseñado para quitarnos la paz interior. Lo que necesitamos es la habilidad de descansar en la fidelidad de nuestro Dios. Ninguna de nosotras sabe cuántos años de vida nos va a conceder sobre esta tierra, ni cuántas pruebas enfrentaremos. Sea cual fuere nuestra porción, debemos suplicar al Señor que podamos caminar confiando en Su Palabra, y al final de cada día recibiremos del Maestro un solo resultado: Prueba ¡aprobada!

Dioma de Álvarez