LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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Plantas de la Biblia: El lirio del campo

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El cielo se goza cuando el cristiano se contenta con la gracia de Dios

Desde la legendaria ciudad árabe de Tiro, llega el sabio y preciado maestro en toda obra de bronce: Hiram. Interpreta con inteligencia la petición de Salomón: “Los capiteles que estaban sobre las columnas en el pórtico, tenían forma de lirios…” (1 Reyes 7:19).

El paisaje es imponente. El monte Hermón a lo lejos, dominando las proximidades del lago de Húleh, cuya tierra espléndida, sumamente fértil y aluvional, contiene al lirio que crece por doquier. “Shushan”, le llaman los hebreos; “Krinon”, los griegos; e infaltable el vocablo árabe, “Susan”; conforman las voces que lo nombran.

Lirio de la campiña, flor de un día, fugacidad de la vida, plenitud de la creación, conformación transparente de Su gracia.

Oseas el profeta, predice a un Israel que crecerá como un lirio en los días escatológicos (14:5). Como una flor que encuentra su camino a través de las tribulaciones y calamidades de la vida.

La esposa del Cantar de los Cantares se califica a sí misma: “Yo soy … el lirio de los valles”, a lo que su esposo replica: “Como el lirio entre los espinos, así es mi amiga entre las doncellas”. El coloquio encantador continúa … “Yo soy de mi amado, y mi amado es mío; él apacienta entre los lirios” (Cantares 6:3).

Sin necesidad de un cristal de aumento, descubrimos su excepcional belleza y sutil contextura. El asombro crece con la cercanía, y esto nos acerca al Gran Artista que teje la alfombra de los campos. Hace 140 años, una estrella en el cielo de las letras danesas, Sören Kierkegaard, escribía: “Más en el campo junto a los lirios, donde el cielo tiene la bóveda más alta, como encimado sobre un dominador; donde el cielo es libre como la respiración lo es allá fuera; donde los grandes pensamientos de las nubes disipan todas las pequeñeces… allí el afligido es el hombre único, y aprende de los lirios lo que probablemente no aprendería de ningún otro hombre”.

Frescura envolvedora, alfombra de eternidad, prado transformado en añil océano, flor pura que disipa la niebla y es parte de esa naturaleza entera que se muestra verticalmente o arrojada al suelo como una multitud de siervos que reprenden al hombre que destruye y domina, llamándole sólo a adorar al Creador.

Esta hierba, que con total sencillez mantiene alejado el mañana como si no existiese, hoy te llama a gozar su hermosura. Silenciosamente se apoya en su Dios, arrojando de sí toda preocupación. Es la obra maestra de la mansedumbre. Sólo espera en Su Creador, ¡cómo nos llama a ti y a mí a imitar su entrega de fe absoluta, más allá de lo frágil y fugaz de nuestra vida! Él nos viste de precioso manto eternal. El cielo se goza cuando el cristiano se contenta con la gracia de Dios.

Yo te miro emerger vestido por el celestial taller, y tengo una imagen visible del Dios cercano y temporal, trayéndome la certeza infinita del Dios eternal.

Lirio que asoma, como dos manos suaves abres tus pétalos y cubres con tu bendición todo viviente, ayúdanos a repetir las palabras del Santo Evangelio según San Mateo (6:28,29):

“Considerad los lirios (…) os digo, que ni aun Salomón

con toda su gloria, se vistió así como uno de ellos”.

Mª Cristina Jamarlli