LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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Eran dieciséis soldados

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Requisitos para orar a Dios: sinceridad, seguridad, salvación y santificación, corazón sincero, en plena certidumbre de fe

Se dice que dos cristianos, médicos en Malasia, habían ido a la ciudad a sacar dinero del banco. Como el trayecto de regreso era demasiado largo, decidieron acampar en el camino. El lugar era frecuentado por bandidos; entonces pidieron a Dios que les protegiese y luego se durmieron apaciblemente.

Poco tiempo después, un hombre fue a recibir tratamiento al hospital de la estación misionera. Mirando fijamente al doctor que estaba inclinado hacia él, afirmo que ya lo había visto: “Usted puso su tienda en tal colina hace unas semanas”. Para sorpresa del médico, el hombre continuó diciendo: “Mis compañeros y yo los seguimos porque sabíamos que tenían dinero. Esperamos a que llegara la noche para atacarlos y robarles, pero cuando llegamos al lugar donde ustedes acamparon, no nos atrevimos, debido a los soldados. Eran dieciséis, y todos llevaban espada”.

El médico se echó a reír afirmando que no había ningún soldado con ellos. Pero como el ladrón insistía, no lo contradijo más y concluyó pensando que debía ser una alucinación del enfermo…

Cuando regresó a Londres y contó este incidente, alguien se acercó y preguntó qué día había sucedido esto. El médico recordó la fecha exacta; su interlocutor le dijo: “Esa tarde teníamos una reunión de oración; alguien oró muy especialmente por ustedes. Quiero precisar que éramos dieciséis”.

Esta historia, como otras que hemos podido oír, ilustra el hecho de que la oración es eficaz. Dice Santiago (5:16-18), que la oración eficaz del justo puede mucho. Las oraciones de los hombres y mujeres de fe tienen el poder para lograr muchas cosas. Elías constituye una de las ilustraciones más notables del poder de la oración en el Antiguo Testamento; sus oraciones iniciaron y pusieron punto final a una sequía que duró tres años. Elías oró fervientemente… otra vez, oró.

El Espíritu Santo invita a todos los creyentes para que se acerquen con confianza al trono de Dios, y recibir así misericordia y gracia por medio de Jesucristo, para el oportuno socorro (4:16). Santiago revela que, si nos acercamos a Dios, Él se acercará a nosotros. Los requisitos previos para entrar a la presencia de Dios son: sinceridad, seguridad, salvación y santificación, corazón sincero, en plena certidumbre de fe. Aquí se hace hincapié en una confianza absoluta en las promesas de Dios. Una confianza que trae al corazón una seguridad que nos permite perseverar en medio de las pruebas que puedan venir. Para los hebreos, la persecución vendría de forma ineludible, pero Dios es fiel. Las tentaciones abundan, pero Dios es fiel para proveer siempre la salida.

La Biblia está llena de relatos de personas cuyas oraciones fueron contestadas. Hemos mencionado a Elías; también se nos habla de Abraham con su intercesión por Sodoma, que mientras oraba Dios no la destruyó, hasta que Lot estuvo a salvo. Ezequías oró para que Senaquerib, rey de Asiria, no destruyera la nación, y esta fue librada durante una generación. Ana, en su esterilidad, oró, y Dios le concedió un hijo, Samuel el gran profeta, y después Dios le dio cinco más. Otros como Habacuc, Jacob, Gedeón, Nehemías… oraron y Dios obró. Pedro oró, y Dorcas resucitó para poder seguir sirviendo a Dios durante un tiempo más. Pablo oró y su ministerio se extendió, y nacieron iglesias en Asia Menor y en Europa.

Las oraciones de John Wesley tuvieron como resultado que Dios hiciera que el avivamiento llegara a Inglaterra. Jonathan Edwards en Northampton, Massachusetts. Hudson Taylor… ¡Dios ha cambiado la historia una y otra vez! y puede volver a hacerlo si hay creyentes que se ponen de rodillas y se acercan con fe al trono de la gracia. Dios sigue siendo el mismo y su poder no ha cambiado.

Hoy en día, muchas veces, en vez de buscar un verdadero acercamiento a Dios, podemos caer en la obligación de orar como tradición o mera formalidad; tal vez, a hacerlo solo en momentos de incertidumbre, peligro, o cuando estamos sometidas a una gran tensión. Sin embargo, Jesús enseñó todo lo contrario, enseñó a sus seguidores a orar siempre. Cuando sus discípulos le oyeron orar y le pidieron que les enseñara cómo hacerlo, respondió dándoles el “Padre nuestro…” como modelo de oración, pero solo fue una parte de su instrucción. Toda su vida fue una serie de lecciones sobre la oración constante, sin cesar y sin desmayar. Nunca estuvo tan ocupado para que eso impidiese que pasara horas orando, apartándose de toda distracción a un lugar a solas, levantándose muy de mañana para hablar con el Padre. La intensidad con la que oraba nos habla de su dependencia.

Dios espera también nuestras oraciones como hijas suyas que somos, oraciones sinceras desde el corazón, sencillas, en todo tiempo, con fervor, con intensidad, en su voluntad, en intercesión por otros, con humildad, con acción de gracias, con labios sin engaño, con santidad, en el Espíritu. 

El mismo Jesús nos da una promesa en el evangelio de Juan (15:7), nos dice: “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho”. Sus promesas son un estímulo para orar, y la experiencia de sus misericordias en el pasado es un incentivo para la oración en el presente, por las bendiciones espirituales que Dios tiene reservadas.

Dios siempre escucha nuestra oración. Siempre recibiremos más allá de lo esperado.

Recuerda, “un cristiano de rodillas se convierte, por el poder de Dios, en un soldado armado para el combate”.

Chelo Villar Castro