LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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Febe: Una mujer ayudadora

Un servicio de alto honor, especialmente encomendado y realizado por las mujeres

La biografía que Pablo hace de esta ejemplar mujer es breve y concisa; sin embargo, contiene una rica y profunda enseñanza para nosotras.

Las mujeres cristianas de la llamada post modernidad, las cuales estamos siendo bombardeadas con conceptos y filosofías engañadoras y erróneas en cuanto a nuestro cometido como mujeres piadosas que somos. Hemos sido llamadas a vivir según los criterios de Dios mostrados en su Palabra, la cual es nuestra guía y autoridad en toda nuestra manera de pensar y de vivir, en medio de la sociedad actual para alumbrar sus tinieblas espirituales. Jesús dijo a los suyos: «Vosotros sois la luz del mundo… así brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas acciones y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt. 5:14,16).

La luz del testimonio de Febe brilla todavía hoy para nosotras, a fin de que seamos estimuladas a servir en amor a nuestro Dios, según los dones que Él nos ha dado, y bajo la supervisión de nuestros ancianos.

El apóstol Pablo presenta a Febe, en primer lugar, como: una hermana en la fe (Ro. 16:1). Esto muestra que fue una fiel creyente y discípula del Señor Jesucristo, una mujer piadosa y madura espiritualmente, y a la vez una persona confiable.

Ella fue digna de ser recomendada al cuidado de los hermanos en Roma, por su bien hacer, su prudencia y humildad en su relación con los demás; una mujer que amó y sirvió a Cristo y a su iglesia.

En segundo lugar, la presenta como: «diaconisa de la iglesia en Cencrea» (v. 1).

Esto es, una hermana capacitada por Dios con el don de servir a sus hermanos dentro del marco de su iglesia local, reconocida por los ancianos que la pastoreaban. 

Pablo también pide o manda: «que la recibáis en el Señor… y que la ayudéis en cualquier cosa en que necesite de vosotros» (v. 2).

No sabemos el motivo de la visita de Febe a la iglesia en Roma; posiblemente la razón principal fuese ser la portadora de la carta escrita por Pablo a esta amada iglesia.

En aquel tiempo, viajar de una ciudad a otra no era ni cómodo ni fácil. Normalmente se viajaba en barco, con el peligro que suponían las tormentas, o también a lomos de un animal de carga, quien disponía de él, o simplemente a pie, que era lo más común. Había muchos peligros en el camino; ataques de fieras salvajes o, lo que era más común, de gente maleante a la que no le importaba matar por conseguir unas monedas. No sabemos tampoco si Febe viajó sola o acompañada; lo más seguro es que fuera en compañía de otros viajeros como ella. De lo que podemos estar ciertas es que este viaje entraba dentro de su disposición de servir y ayudar a otros.

Pablo dice: «porque ella ha ayudado a muchos, y a mí mismo» (v. 2). El ministerio de ayuda, entonces como ahora, comprende muchas y variadas maneras de servir y ayudar, mayormente dentro de la iglesia local. Y podemos verlo a través de toda la Palabra:

La mujer sunamita, siempre que el profeta Eliseo pasaba por su ciudad, ella le invitaba a comer insistentemente, y pidió permiso a su esposo para preparar un aposento para que cuando el profeta pasara por allí, este pudiera quedarse en él y descansar (2 Reyes 4:8-10).

En el Nuevo Testamento encontramos un grupo de mujeres que acompañaban a Jesús y a los doce por las ciudades y aldeas adonde iba a predicar y anunciar el Evangelio del reino de Dios, «y le servían de sus bienes» (Lucas 8:1-3).

Más adelante encontramos a Dorcas. Lucas la distingue, además de por su nombre, como «una discípula» que abundaba en buenas obras y limosnas que hacía (Hechos 9:36).

Marta, la hermana de Lázaro a quien Jesús resucitó, fue una mujer servicial y hospitalaria; ella, y su casa, estaba siempre dispuesta para recibir y hospedar a quienes lo necesitaran. Su casa fue un oasis para el Señor y sus discípulos en sus desplazamientos por causa del ministerio (Lucas 10:38).

Aun en la ocasión en que Jesús y sus discípulos fueron invitados en casa de cierto hombre llamado Simón el leproso, Juan destaca que Marta servía (Juan 12:2).

Es este un servicio de alto honor, especialmente encomendado y realizado por las mujeres, dentro de la esfera del hogar, de la iglesia local y socialmente, que da infinitas oportunidades de dar testimonio del evangelio de salvación, y una manera poderosa de mostrar el amor con que Dios nos ha amado a nosotras, el cual ha sido derramado en nuestros corazones para que podamos amar a los demás.

Este ministerio, igual que cualquier otro, requiere de quienes son llamadas a realizarlo, una conducta honesta, no calumniadoras sino sobrias y fieles en todo (1Timoteo 3:11).

Estos requerimientos están escritos en el mismo contexto en el que se dirigen a los ancianos y diáconos. Podemos estar seguras de que el Señor, al que llama a realizar un servicio, por sencillo que parezca, también lo capacita con dones espirituales por medio del Espíritu Santo, y por la equipación que supone su Palabra y la oración.

Es una responsabilidad personal de cada una ejercitarse en el conocimiento de la Palabra, por medio del estudio personal y de los maestros con que Dios ha equipado a la iglesia local. Pablo, en su carta a la iglesia de Éfeso, dice que: «él mismo constituyó… pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio» (Efesios 4:11,12).

Tengas la edad que tengas, si eres cristiana porque te has arrepentido de tus pecados en base al sacrificio de Cristo en la cruz, tú eres llamada a servir a Aquel que murió por ti y te dio una vida nueva para que la vivas para Él. 

Siempre encontrarás algún servicio que tú puedes hacer, según tus posibilidades, para bien de otros y para la gloria de Dios.

Recuerda las palabras de Cristo: «De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis» (Mateo 25:40).

Pilar López de Corral

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