LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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El fruto del Espíritu

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¿Somos la mejor versión de nosotras mismas?

¡Qué cierto es que las oportunidades de aprender se han multiplicado! Cualquiera de nosotras tiene casi al alcance de la mano información más que suficiente de casi cualquier cosa (aunque haremos bien en comprobar la procedencia de dicha información para evitar ser engañadas). No importa cuál sea el tema que despierta tu interés, puedes convertirte en “experta” de casi todo. Obviamente estoy hablando de las posibilidades que encierra Internet.

Así ocurre con el conocimiento de la Palabra de Dios. En Internet puedes encontrar muchas posibilidades de formación e información, aunque repito la necesidad de ser muy exquisitas a la hora de permitir que cualquier cosa se introduzca en nuestras cabezas. Teniendo en cuenta la necesaria prudencia ya comentada, vivimos en una época en que todas podemos adquirir mucho conocimiento, con relativa facilidad. Y eso es una gran bendición, porque el conocimiento de la Palabra es vital para nuestro crecimiento y para nuestra madurez como hijas de Dios. Sin embargo, llevo tiempo preguntándome si todo ese conocimiento adquirido está haciendo de nosotras hijas de Dios que “andan en el Espíritu”, o si, por el contrario, somos hijas de Dios con mucho conocimiento que no llega a transformar la vida y, por lo tanto, seguimos “cumpliendo el deseo de nuestra carne”. Me pregunto qué pasa con toda esa información maravillosa respecto a un Dios maravilloso que obra maravillas en las vidas de las personas, a dónde se va cuando no da como resultado el fruto del Espíritu.

Es verdad que el apóstol Pablo nos dice en Gálatas 5:21 que los que “practican las obras de la carne no heredarán el Reino de Dios”, pero también nos habla de la posibilidad de “mordernos y devorarnos unos a otros” (5:15) (¡menudas palabras!), cuando dejamos de “amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos” (5:14).

No podemos, por tanto, vivir a diario una clase de vida llena de obras de la carne, si somos hijas de Dios, pero sí que podemos dejarnos llevar por los deseos carnales que siguen estando en nuestra naturaleza pecaminosa deseando conquistar terreno en nuestras vidas. Y, a pesar de tener mucho, mucho conocimiento de la Palabra de Dios (que no del Dios de la Palabra…), dar como fruto algo muy distinto del apetitoso fruto del Espíritu. Cuando seguimos los deseos de nuestra naturaleza pecaminosa, según Pablo describe con claridad en Gálatas 5, empieza a aparecer una moralidad cuestionable, se mezcla lo puro con lo impuro, empezamos a dar una importancia desmedida a los placeres de los sentidos, dando prioridad a cosas y personas antes que a Dios; el sincretismo puede llevarnos a jugar con temas de los que deberíamos huir. Empieza a ser difícil llevarse bien con otros, hay rechazo, disputas (incluso legales), envidias, enfados descontrolados, enemistades, divisiones, fanatismo, celos, desenfreno… Y todo esto a pesar del mucho conocimiento teórico que haya entrado en nuestras cabezas, porque el conocimiento no produce el fruto del Espíritu; el fruto del Espíritu sólo lo produce el Espíritu Santo que vive en nosotras, si somos hijas de Dios.

Cuando una persona tiene intimidad con Dios, le conoce de manera personal, se encuentra asiduamente con Él, medita en Su Palabra (no adquiriendo sólo conocimiento vacío), charla con Él a través de la oración… Cuando esas cosas pasan en la vida de una persona, es verdad que aumenta su conocimiento, pero sobre todo empieza a brotar ese dulce y apetecible fruto que es el FRUTO DEL ESPÍRITU, que hace que una vida sea inspiradora, atractiva, iluminadora… porque eso es lo que pasa cuando dejamos que Él viva nuestras vidas. Este fruto se compone de unos exquisitos “gajos” y deleita a todo el que se acerca. No me dirás que no es atractiva la persona que vive amando, sintiendo afecto, inclinación y entrega hacia los demás, que además está contenta con lo que tiene, recuerda o espera, está alegre. Alguien que tiene relaciones armoniosas, nada conflictivas. Ese capaz de padecer y de soportar casi todo sin alterarse. ¡¡Qué bendición!! Que puede ser templado, suave, apacible; con una inclinación natural a hacer el bien. Uno que es leal, fiel; en quien puedes confiar plenamente. Alguien que, por ser humilde, como dijo aquel: “No piensa menos DE sí mismo, sino que piensa menos EN sí mismo”. Que es moderado, contenido, sereno. ¡Qué maravilloso fruto quiere Dios producir por Su Espíritu Santo en cada una de nuestras vidas, si dejamos de seguir esos deseos de nuestra naturaleza pecaminosa, que apestan y son vomitivos!

Queridas, vivamos por el Espíritu y sigamos Su guía en cada aspecto de nuestra vida. ¡¡Ya está bien de ser bebés que no terminan de crecer, que no dan fruto!! Dejemos que Dios, por Su Espíritu, se mueva con libertad por cada área de nuestra vida, haciendo de nosotras esas personas de las que TODOS puedan decir que son hijas de Dios. Dejemos la vanagloria de una vez, dejemos de alabarnos a nosotras mismas de manera excesiva y presuntuosa. Dejemos de enojarnos unos a otros. Dejemos de estar tristes cuando a otro le van bien las cosas. Busquemos con ternura y humildad la restauración de nuestro hermano, cuidándonos nosotras para no caer en la tentación. Ayudémonos mutuamente a llevar nuestras cargas, sabiendo que todos estamos en el mismo barco y que nos necesitamos unos a otros. Sigamos, siempre que tengamos oportunidad, haciendo el bien a todos. Esto sí es una vida diferente, esto sí será un pueblo que llamará la atención.

No, no se trata de conocimiento. Se trata de permitir que El Gran Alfarero trabaje en tu vida y en mi vida a Su manera. Él y sólo Él conseguirá la mejor versión de nosotras mismas. Llena tu cabeza de buen conocimiento, no desaproveches ni una sola oportunidad, pero “sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida” (Proverbios 4:23). ¿Qué mejor manera de guardar nuestros corazones que entregárselos a Aquel que puede volverlos de “carne” y grabar en ellos la hermosa imagen de Su hijo Jesucristo a través del fruto del Espíritu?

Trini Bernal