Ella es una de las pocas mujeres del Antiguo Testamento que Cristo menciona
Hay muchas mujeres mencionadas en el Antiguo Testamento a las que tengo ganas de ver, abrazar y “hacerles muchas preguntas” (¡como dice mi marido!). Y, sin duda, la viuda de Sarepta es una de ellas. Su historia se narra en 1 Reyes 17:8-24. Tuvo una serie de experiencias que moldearon su carácter: Tristezas y Privilegios. Como la sunamita amiga de Eliseo (2ª Reyes 4), encontramos aquí a otra mujer que no tiene, en la Biblia, su nombre registrado, aunque su historia ha ayudado a millones de personas. Vamos a continuación a mencionar algunos de esos privilegios que quizás también sean los tuyos:
Era creación de Dios. Como observamos en Salmos 139:13-16, ella era obra de Sus manos; pero en un mundo, a veces, tan lleno de dolor, hay personas que no ven que simplemente “vivir” es todo un privilegio. Sean cuales sean las experiencias que estás pasando ahora mismo, sigues siendo “obra maestra, irrepetible, de tu Creador”. Y, por lo tanto, hoy puedes orar pidiendo la capacidad de disfrutar de Su sanadora presencia en tu vida.
Dios sí conoce nuestras lágrimas
Casada y en la presencia de Dios. La Biblia no nos da ni la más mínima información de lo que le había pasado. No sabemos nada, salvo que al llamarla “viuda” podemos entender que había tenido esposo. Lo que sí sabemos es que tuvieron un hijo y después llegó la tristeza profunda al hogar: La pérdida de un marido y un padre. No obstante, el relato bíblico nos dice que aquella mujer y su hijo estaban bajo la cuidadosa vigilancia de Dios, al que, muy posiblemente, como el resto de sus vecinos, no conocían personalmente.
Dios sí nos conoce y nos vigila personalmente
Objeto del cuidado de Dios. Ella no lo sabía, pero al ver (seguramente con cierta angustia) cómo iban bajando día tras día sus recursos de alimentación, esperaba sin esperanza. Pero Dios iba a hacer un milagro que desarrollaría su fe de forma excepcional. Pero iba a ser poco a poco, ¡¡de la misma manera que el Señor opera en nuestras vidas!! (tal como nos dice en 2 Co. 3:18), “transformándola.”
Dios sí que obra en nuestras vidas, muchas veces, sin saberlo nosotros
Y llegados a este punto, entra en escena Elías. Este profeta también estaba sufriendo los efectos devastadores de la hambruna, como resultado de una extensa sequía. Después de estar junto al arroyo de Querit (que finalmente se secó), Dios lo envió a un viaje de unos 150 kilómetros hacia el norte, fuera de la frontera con Israel, hasta el pueblo de Sarepta (según vemos en 1 Reyes 18:10, pudiera ser que Elías hubiera hecho este viaje durante la noche y a escondidas, pudiendo tardar casi una semana en el trayecto).
Al llegar y ver a nuestra protagonista, cortésmente le pidió un poco de agua. “Y yendo ella para traérsela, él la volvió a llamar…” (2 R 17:11) y parece que el profeta perdió la cortesía y, con una actitud egoísta, pide también “un bocado de pan”. Ella le explica que iba a preparar su última comida y luego a morir, ella y su hijo, de hambre. Pero Elías insiste: “Hazme a mi primero… y después harás para ti y para tu hijo”. ¡¡¿Cómo?!! ¿Cómo era posible que este extranjero fuese tan egoísta?
Parece que Elías estaba actuando conforme a las palabras posteriores de Cristo, cuando dijo: Busca primero el reino de Dios y todas estas otras cosas te serán añadidas (Mt. 6:33). Él Pedía un acto de confianza en Dios, y lo hacía sobre la base de una promesa: “Porque Jehová Dios de Israel ha dicho así: La harina de la tinaja no escaseará, ni el aceite de la vasija disminuirá, hasta el día en que Jehová haga llover sobre la faz de la tierra.” (1 R. 17:14). Y el versículo siguiente nos informa: “Entonces ella fue e hizo como le dijo Elías; y comió él, y ella, y su casa, muchos días.”
Dios sí premia la obediencia y la confianza en Su palabra
Al llegar al cielo quisiera preguntar en cuanto a la frase final “y su casa”: ¿Se trata solamente de ella y su hijo, o es que al ver la provisión diaria del Señor, algún familiar añadido, aparte quizás de sus criados, pudo beneficiarse de la obra de Dios en sus vidas?
Vida restaurada o nueva vida. Todo va relativamente bien, pero muy pronto la preocupación y finalmente la tristeza volvieron a hundir aquella casa: El hijo (único) enfermó y murió. No nos dice si fue una enfermedad repentina o prolongada. Lo único que sabemos es que la profunda tristeza llevó a la madre a decir cosas hirientes, acusando a Elías: “¿Qué tengo yo contigo, varón de Dios? ¿Has venido a mí para traer a memoria mis iniquidades, y para hacer morir a mi hijo?” (1 R 17:18). Todas podemos comprender la angustia que, como un tsunami, ahoga en la memoria las bendiciones recibidas. Podemos simpatizar con ella y con el grito cruel del fondo del pozo de la desesperación: ¡Mi único hijo ha muerto! ¿No lo entiendes?
Sabiamente, Elías no intenta razonar con un corazón herido y sangrante. No intenta defenderse a sí mismoni a Dios, sólo se limita a estar cerca. Imagina la escena: “Él le dijo: Dame acá tu hijo. Entonces él lo tomó en su regazo”, y para hacer esto, Elías tenía que estar cerca, también, de ella, compartiendo su intenso dolor.
Lo que pasó después ya se sitúa en el terreno de lo sobrenatural, y no lo podemos imitar, salvo en la primerísima parte: “Lo llevó al aposento donde él estaba, y lo puso sobre su cama … clamando a Jehová”; esto sí lo podemos hacer: Compartir el dolor y orar.
A continuación, surgen varias preguntas: En la oración de Elías, ¿podemos ver un elemento de queja o es la expresión del profundo dolor compartido? (Y clamando a Jehová, dijo: Jehová Dios mío, ¿aun a la viuda en cuya casa estoy hospedado has afligido, haciéndole morir su hijo? (1 R. 17:20).
En la acción de Elías, las TRES veces se identifica con el niño: “Y se tendió sobre él tres veces, y clamó a Jehová” (1 R. 17:21). Elías, en efecto estaba diciendo: Señor, sin Tu intervención, yo también estoy muerto”. ¿Habría pensado Elías: “Dios no me escucha”? ¿Tuvo una crisis de fe? Es una posibilidad, pero una cosa sí es segura: El Señor permitió todo esto para fortalecer su fe para lo que tenía por delante, es decir, la gran revolución espiritual de la nación que aparecerá en el capítulo siguiente, en el “mano a mano” con los profetas de Baal y los sacrificios en el monte Carmelo.
Dios obra, a veces, en formas extrañas para fortalecer nuestra fe en Él
“Ahora conozco” (1 R. 17:24). La viuda, después de su terrible experiencia y profundo dolor, como Job pudo afirmar: “Yo conozco que todo lo puedes y que no hay pensamiento que se esconda de Ti… De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven.” (Job 42:2 y 5). De hecho, nuestra protagonista afirma dos cosas: “Entonces la mujer dijo a Elías: Ahora conozco que tú eres varón de Dios, y que la palabra de Jehová es verdad en tu boca” (1 R. 17:24). Renovada confianza en la persona del portavoz de Dios, y también en su palabra. Ojalá que, gracias a nuestra cercanía y profundo amor hacia los que sufren, otros puedan terminar con una afirmación con la misma confianza en el mensaje que queremos compartir.
Dios obra, a veces, en formas extrañas para que podamos conocerle mejor y adorarle.
Y te dejo un par de pensamientos más antes de terminar:
Ella es una de las pocas mujeres del Antiguo Testamento que Cristo menciona (Lc. 4:26)
¿Puedes imaginar el exuberante gozo en los ojos y en el corazón de Elías cuando, “Tomando luego Elías al niño, lo trajo del aposento a la casa, lo dio a su madre, y le dijo: ¡¡Mira, tu hijo vive!!
¿Qué te parece?