LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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Para las jóvenes: Tú y tu «manera de ser»

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¿Te gustaría descubrir tu temperamento, carácter y personalidad?

Con frecuencia escuchamos, o nosotras mismas tenemos, expresiones como estas: «esta es mi forma de pensar», «así es mi manera de ser», «yo soy así», «ante esa circunstancia yo reacciono de tal manera», etc.

Estamos aludiendo a algo que es estable, que tiene coherencia, que permanece a pesar de los cambios exteriores, que nos caracteriza: nos referimos a lo que llamamos personalidad. El estudio de la personalidad ha sido objeto de diversas disciplinas psicológicas y filosóficas. Muchas son también las definiciones sobre el término. Trataremos de encuadrar el concepto con la mayor claridad posible a fin de facilitarnos la comprensión del mismo.

La personalidad se construye (en la adolescencia está en formación en búsqueda de la personalidad adulta), es el sistema o configuración que subyace en toda actividad psíquica de cada momento. Detrás de nuestra conducta hay una tendencia integradora, que nos es propia. Mencionamos sus características:

a) Es única: propia de cada individuo, aunque este tenga rasgos en común con otros.

b) Es temporal: por pertenecer a un ser que vive históricamente.

c) Se afirma como un estilo a través de la conducta y por medio de ella.

La personalidad lleva implícitos los conceptos de unicidad y mismidad. Lo ejemplificamos: alguna vez te han mostrado fotos de tu niñez; no es una tarea que te agrade mucho. A tu madre, en cambio, sí, seguramente ella añora el tiempo en que te tenía en su regazo, y muestra las fotos que tiene como recuerdo de tu infancia. Y a pesar de que los años pasaron y tu aspecto es totalmente otro, a pesar, decimos, de esos cambios, tú te reconoces, mantienes tu unidad. Es una tarea propia del organismo que cuando se cumple conscientemente resulta en una evolución única y a la vez singular, que es la historia de tu individualidad. Te reconoces, que eres la misma, este es el concepto de mismidad. Uno sigue sintiéndose como una unidad y sigue reconociéndose como uno mismo a pesar de que varían las circunstancias externas. Sólo en ciertas enfermedades mentales en que el yo se desintegra, se pierde el sentido de unicidad y mismidad. Ahí decimos que se produce un proceso de despersonalización.

La personalidad se manifiesta en experiencias vividas, en actos, en acciones cuya realidad entraña la integración de los elementos importantes que la estructuran: el temperamento y el carácter. Estos conceptos algunas veces se confunden o identifican. Veamos su diferenciación:

El temperamento se relaciona con la constitución orgánica; cada organismo humano tiene la suya. Los médicos antiguos, desde Hipócrates, derivaban el temperamento de los humores; aun los contemporáneos lo relacionan con toda actividad química del cuerpo, en especial los sistemas nervioso vegetativo y de las secreciones internas. En efecto, las investigaciones modernas consideran que estos sistemas que tienen relaciones funcionales recíprocas, influyen sobre el tipo de complexión de manera que existe cierto tipo de relación entre la figura corporal y el temperamento.

Habrás escuchado o quizás leído algo sobre las tipologías, esas teorías que relacionan el temperamento con diferentes tipos de constitución corporal. La tipología clásica, la de los cuatro temperamentos, data de la Edad Media. Comprende los siguientes temperamentos:

Sanguíneo: fácil excitabilidad. Constitución corporal: obesos y de tez rosada.

Melancólico: propenso al sufrimiento y a la pasividad, se preocupa por todo.

Colérico: con facilidad se enoja, es irascible, descarga sobre todo cólera.

Flemático: que lo distingue una afectividad poco viva y poco expresiva.

Muy posterior a Hipócrates, en el siglo XIX, otros autores como Kretschmer, psiquiatra alemán, retoma la idea. Observó la frecuencia de la relación entre determinada figura corporal y dos de las enfermedades mentales más conocidas: la psicosis maníaco depresiva y la esquizofrenia. A la primera corresponden los gorditos, que llamó «Pícnicos» y cuyo temperamento es el ciclotímico. En la segunda encontró a los delgados, que llamó «Leptosomas», y una tercera correspondiente a los «atletas» con temperamento denominado viscoso o atlético.

Más allá de los cuestionamientos a estas teorías, que sabido es que las características nunca se presentan en forma pura en los seres humanos, hay acuerdo en que al temperamento se lo vincula a la constitución orgánica, de manera que es poco modificable por el propio sujeto.

¿Y el carácter? Con frecuencia se identifica con personalidad; sin embargo, no deben confundirse. El carácter corresponde al aspecto expresivo de la personalidad, es la manifestación de ella. Hablamos de caracteres o características, es decir, formas de manifestarse aun en especies no humanas, pero personalidad sólo la tiene el ser humano.

En la formación del carácter, mucho tiene que ver el medio en que se desarrolla el ser humano. Es cierto que la influencia de la familia, la unidad o disolución de la misma, la pertenencia a un grupo numeroso o pequeño, el ser hijo único, ser huérfano, etc., son elementos importantes en la constitución del carácter. Pero si el temperamento deja poco espacio para la intervención de sí mismo, no así el carácter. La injerencia de la intención del yo en los actos de dominio de sí, de disciplina, de educación reflexiva, forman el carácter de cada uno. La disciplina contribuye marcadamente a forjar el carácter. El mantenimiento de las cosas valiosas que nos proponemos organiza las emociones; y es con el ejercicio de la voluntad, esa actitud imprescindible para oponer resistencia a tendencias que operan en contra de los propósitos saludables para nuestro crecimiento. En psicoterapia consultan con frecuencia los «enfermos de la voluntad», los llamados abúlicos. No tienen ganas para realizar cosas (generalmente las que demandan esfuerzo), esperan que la voluntad nazca espontáneamente, como flor silvestre. Y no es así, a la voluntad hay que construirla cada día. Algunos jóvenes expresan: «me faltan las ganas, sé que tengo que hacerlo, pero no me viene la voluntad (de estudiar, de leer la Palabra de Dios o aun de orar)». Sin embargo, la voluntad hay que formarla, es una actividad yoica. Detrás del «me falta la voluntad de hacerlo» se esconde una debilitada capacidad de esfuerzo. No necesariamente tenemos la voluntad espontánea para todos los actos que consideramos necesarios y valiosos. El atleta entrena venciendo al desgano, porque lo considera imprescindible para lograr su propósito. Lo mismo el estudiante o el trabajador, si quieren ver realizadas sus metas. La firmeza de propósitos, la constancia y disciplina, forjan el carácter de cada uno, contribuyen a lo que se llama fortaleza yoica.

El carácter es un proceso que puede modificarse si se considera necesario. La caracterología estudia su formación y las maneras de manifestarse. Entre ellas están tus ademanes, tu lenguaje, las palabras con que te comunicas, el modo de moverte, tu forma de vestirte (alguien dijo: «al vestirnos cubrimos el cuerpo, pero descubrimos el alma»). El carácter deja sus huellas en la expresión del rostro. Es desagradable y lamentable ver en jovencitas un rostro adusto, con marcas de amargura en sus líneas, en la expresión de los ojos, o en la ausencia de la risa. Se dice que se requieren cinco veces más músculos del rostro para fruncir el ceño que para sonreír. Sin embargo, aunque requiere tan poco esfuerzo muscular, porque no es tan espontánea, no brota naturalmente. Seguramente la sonrisa está relacionada más con el alma que ha puesto su confianza en Dios que con el acto muscular.

El carácter es una construcción en la que estás involucrada y eres responsable. Depende de la voluntad y el esfuerzo que apliques para lograr el carácter que te identifique como una joven cristiana, de modo que tu manera de ser honre la posición que el Señor mismo nos concedió: el ser hijas de Dios.

Mabel Borghetti