El desempeño de nuestros deberes es para Su gloria y no se puede llevar a cabo de cualquier modo
A lo largo de nuestra vida y ministerio, pasamos por diferentes etapas. Como mujeres, experimentamos cambios, físicos y de otra índole, que van dejando su huella no solo en nuestro aspecto externo sino también en nuestro interior. No digo nada nuevo cuando hablo de la fatiga y el cansancio que tantas veces nos hace sentir impotentes frente a las tareas cotidianas. De cómo esa acumulación de cansancio es tan perjudicial que nos puede llevar a problemas en nuestra salud física y emocional, teniendo efectos también en nuestra vida espiritual.
Encontramos situaciones en la Biblia con las que nos identificamos, porque las vivimos en algún momento o etapa de nuestro peregrinar. Ya sea por situaciones de enfermedad, de exceso de trabajo, problemas familiares, dificultades económicas…, cuando no se han buscado soluciones en el momento, o no se han tomado medidas adecuadas, esas actuaciones deficientes nos pasarán factura. El seguir adelante aun estando agobiadas, solo hará que nuestro estado empeore. Estamos cansadas, pero seguimos adelante como dice el texto de Jueces 8:4; como aquellos hombres que seguían en la batalla a Gedeón, aunque en un estado de cansancio fuerte, pero aun así continuaron en la lucha.
El problema en nosotras surge cuando no medimos nuestras fuerzas, y queremos seguir funcionando pensando que vamos a alcanzar aquellas metas que tenemos por delante confiando en nuestra propia fortaleza, y que esta nos va a sostener como ha podido ocurrir en otras ocasiones.
La palabra de Dios, como siempre, sabiamente nos advierte de los efectos peligrosos que el cansancio mal resuelto puede tener en nuestra vida espiritual. A modo de ejemplo recordamos el caso de Esaú y de cómo menospreció la bendición y la cambió por lo que no tenía valor. Fue su cansancio lo que le llevó a no escoger sensatamente entre su bendición de primogenitura y un plato de lentejas. Es un ejemplo muy gráfico de lo que ocurre cuando nos dejamos llevar en nuestra debilidad por lo que nos sucede, y nuestro estado nos hace perder la perspectiva de lo que realmente es importante y de dónde está la bendición. Nuestras decisiones ya no son las adecuadas; como le ocurrió al pueblo de Israel cuando llevados por el cansancio y el desánimo tuvieron que rodear Edom por la costa del golfo de Akaba. Ese largo rodeo indujo a Israel a la impaciencia y a la frustración, y murmuraron contra Moisés y contra Dios. Esta impaciencia del pueblo los llevó a menospreciar el maná (Nm. 21:1-5). Podemos, incluso, culpar a Dios de nuestro estado, como cuando Él le preguntó a Jonás como se sentía y el profeta le respondió: Estoy enojado hasta la muerte. Afirmaba que sería mejor la muerte que la vida.
¿Cómo nos fortalece el Señor? Necesitamos poner nuestra carga, nuestro descontento, desánimo, desesperanza y sufrimiento en el Señor, porque Él sabe lo que hace con la vida de cada uno de sus hijos. Intelectualmente lo sabemos, conocemos el texto de 1ª Pedro 5:7, pero esto no es suficiente; tenemos que echar mano de la Palabra y afirmarla en nosotras de tal manera que seamos dóciles a ella, humildes y con una actitud de confianza en Dios.
Pablo tuvo que escribir a Timoteo cuando le dejó en Éfeso para cumplir con su deber de corregir lo que estaba mal en la iglesia y con aquellos líderes, que estaban enseñando el error. Le escribe su primera carta para decirle lo que tiene que hacer, y su segunda epístola para fortalecerle. Timoteo había encontrado tanta oposición, hostilidad hacia él y falta de apoyo en medio de ellos, así como la amenaza de persecución de los romanos, que comenzó a debilitarse, sintiéndose abrumado por todo lo que estaba viviendo; no estaba actuando al máximo de su potencial porque estaba lleno de temor, y había caído en debilidad. Pablo le recuerda que el espíritu de cobardía no proviene de Dios, sino que Él es la fuente de poder, de amor y de dominio propio que da a los creyentes todos los recursos espirituales que necesitan para toda prueba y amenaza.
Pablo quiere que Timoteo sea fuerte y así se lo expresa en el capítulo dos. Conoce bien a su hijo espiritual y sabe por los obstáculos que está pasando: la iglesia en medio de la persecución, la oposición filosófica que está viviendo, su condición de hombre joven y tímido… pero quiere que se esfuerce en la gracia que es en Cristo Jesús.
Necesitamos ver la fortaleza de Dios en nuestra vida; no para satisfacción de nuestro deseo personal, sino para que Él se mueva de una manera poderosa mediante su Palabra y su Espíritu. En medio de vacilación, cansancio, debilidad, en el que tal vez nos cuestionamos a nosotras mismas, necesitamos avivar el fuego de Dios que está en nosotras como estaba en Timoteo, considerar todo aquello que Dios pone en nuestra mano, aquellos recursos que el Espíritu ha hecho disponibles para nuestra vida y ministerio. Recordando que el desempeño de nuestros deberes es para su gloria y no se puede llevar a cabo de cualquier modo; no en nuestras fuerzas sino en el Señor y en su poder. Vivimos en una esfera de gracia desde que el Señor nos salvó, y es esa gracia la que Dios aplica a mi vida, mi servicio, la que me capacita… y todo esto es posible debido a mi unión con Cristo. No corremos solas en nuestra carrera, aunque hay dificultades que nos rodean y dificultades en nosotras mismas.
Oremos para que Dios nos dé la fortaleza y el poder espiritual para seguir siendo capacitadas mediante la gracia, para no dejarnos abatir por el cansancio de cualquier índole… Ayúdanos a ser mujeres fieles y, ¡Señor! donde quiera que nos pongas en tus planes, ¡que busquemos hacerlo para Tu gloria!