LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

Print Friendly, PDF & Email

Descansaremos cuando nuestros pensamientos se nutran de las maravillosas bendiciones que tenemos en Cristo

Cuando vamos a realizar algún viaje, emprender algún negocio, someternos a alguna evaluación médica, iniciar alguna actividad en el servicio para el Señor o atravesar situaciones que demanden mucha responsabilidad, podemos sobrecogernos de temor, ansiedad y hasta desánimo ante lo que nos espera. En esos momentos, resulta reconfortante escuchar de los labios de alguien esta frase: “Todo saldrá bien”.

Recibir palabras de estímulo nos ayuda a vencer el desaliento, la inseguridad y el miedo que como humanas estamos propensas a padecer. Cuando Josué se vio frente al gran cometido de ser sucesor del incomparable legislador Moisés, sin duda alguna enfrentaba un gran reto; pero Dios que lo había llamado para tan ardua tarea, se encargaría de brindarle las palabras de exhortación y fortaleza necesarias. El Señor nunca nos llevará a algún lugar o circunstancia sin antes brindarnos la ayuda que necesitamos.

El llamado de Dios para el fiel servidor de Moisés, fue: “levántate y pasa este Jordán, tú y todo este pueblo, a la tierra que yo les doy a los hijos de Israel” (Josué 1:2).

Josué sabía que el encargo era difícil, había presenciado la rebeldía e incredulidad del pueblo en Cades Barnea (Números 14), vivió junto a Moisés la triste experiencia de murmuración y la ingratitud que sus compatriotas mostraron ante el liderazgo fiel de Moisés.  Además, tomar aquella tierra implicaba enfrentar las naciones de Canaán que se habían entregado a la más abominable inmoralidad. Los habitantes de allí eran versados en espiritismo, manteniendo comunicación estrecha con las huestes espirituales de maldad. Así que la lucha no solo era para conquistar la tierra, sino participar de un conflicto de siglos entre el cielo y el infierno. Una verdadera batalla espiritual. Pero Dios le da aliento con su Palabra…

La heredad de Canaán era un puro don de la gracia de Dios. El Señor le asegura: “la tierra que yo les doy a los hijos de Israel. Yo os he entregado… todo lugar que pisare la planta de vuestro pie” (Josué 1:2,3). ¡Hermosas promesas, suficientes para dar gran ánimo!

La conquista implicaba no solamente la posesión de la tierra, sino adueñarse de ella.

Nuestro Dios se acuerda de que somos polvo, se compadece de nuestras debilidades, vemos cómo, en repetidas ocasiones, proporciona palabras de estímulo a su siervo, exhortándole a que se esforzara y fuera valiente. Moisés le había hecho el encargo, diciendo: “Esfuérzate y anímate, porque tú entrarás con este pueblo a la tierra” (Deuteronomio 31:7), y el mismo Dios repite la comisión y el mandato (Josué 1:6, 7, 9).

“Esfuérzate”, significa que él se sentía débil; “sé muy valiente”, quiere decir que estaba asustado; “no desmayes”, supone que pensaba seriamente en la posibilidad de abandonar su tarea.

Josué debía llevar al pueblo a conquistar pedazo a pedazo todo el país. Había que dejar las huellas de los pies en la tierra que se quería tomar y reclamar. No nos resulta difícil comprender estas cosas, ya que espiritualmente estamos precisamente en posición similar. Nuestro Padre nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales en Cristo, pero no son nuestras para disfrutarlas hasta que las reclamemos y nos las apropiemos por medio de una fe viva. Son nuestras solamente si nos aprovechamos de ellas. De ahí la necesidad de esforzarnos y ser valientes.

La clave para el éxito de la tarea, la encontramos en estas palabras del Señor: “Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino y todo te saldrá bien”. Es la palabra de Dios impregnando cada pensamiento, cada sentimiento y, por tanto, cada decisión, la que nos proporcionará el éxito en toda labor a realizar.

Josué no debía apoyarse en sí mismo para lograr la victoria. La ley de Dios debía ser su gobierno. Su fuerza vendría de la plena confianza y obediencia a la Palabra. Debía cuidar cada día de apropiarse de los pensamientos de Dios. Debía hacerlo “de día y de noche”, constantemente en todo el camino. Toda indecisión, todo sobresalto, todo temor ante los enemigos debían ser puestos bajo la autoridad de lo que el Señor había dicho. ¿No era Él quien ordenaba la marcha? Entonces era necesario creerle y obedecer. Es un principio que debe gobernar el corazón de todo creyente; si es que deseamos ser exitosas en todo cuanto emprendamos en esta vida.

El libro de Josué ilustra las verdades espirituales desarrolladas en la carta a los Efesios para la Iglesia de todos los tiempos. Israel contaba con la promesa de una tierra de descanso: “Canaán”, con obstáculos a enfrentar y batallas a librar. Nosotras también, espiritualmente, tenemos una posición de descanso en Cristo, “los lugares celestiales”. Enfrentamos la vida con sus ansiedades y dolores, con sus goces temporales; pero podemos descansar sólo si nuestros pensamientos se apropian de las maravillosas bendiciones que tenemos en Cristo, nuestro Salvador. Podemos probar la realidad de las cosas celestiales si por la fe nos apropiamos de ellas, si experimentamos la unidad perfecta que tenemos con Él. Nuestro Señor, el “Josué” celestial, nos ha colocado junto a Sí en una privilegiada y hermosa posición.

Tal y como en Canaán, los enemigos estarán presentes; y por doquier pongamos el pie, surgirá un adversario. Pero tal como se le prometió a Josué, así es con nuestro Señor Jesús: “Nadie te podrá hacer frente todos los días de tu vida”. Tras muchas batallas, Josué cumplió la misión de repartir la tierra a Israel. Del mismo modo, nuestro Señor venció al postrer enemigo que es la muerte, al resucitar victorioso de la tumba; se sentó a la diestra del Padre en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra no solo en este siglo, sino también en el venidero” (Efesios 1:21).

En esta época convulsa que nos ha tocado vivir, debemos a cada paso del camino recordar: las victorias de nuestro Capitán son nuestras también. Y así podremos decir confiadamente como el apóstol Pablo: “Antes, en todas estas cosas somos más que vencedoras por medio de aquel que nos amó” (Romanos 8:37).

Dioma de Álvarez