Aunque Dios es soberano sobre nuestra transformación, ello no nos excusa de procurarla
Las palabras de A.W.Tozer no pueden dejarnos indiferentes cuando dice: “Hemos aprendido a vivir con la falta de santidad y hemos llegado a considerarlo como algo natural y esperado”. Considerando esto, no cabe duda de que, aunque triste, refleja ser una realidad en las vidas de muchos creyentes. Cuando esto sucede, no estamos viviendo en la búsqueda diligente de las virtudes espirituales que por medio del apóstol Pedro en su segunda epístola el Señor nos llama a seguir: “Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe, virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor” (2 Pedro 1:5-7). Poniendo toda diligencia… es decir, poniendo toda nuestra atención y todo nuestro esfuerzo. No se puede vivir una vida cristiana para la honra de Dios sin esforzarse como es debido. Aunque Dios derrama su poder divino en el creyente, este tiene la responsabilidad de no ser indiferente, ni sentirse complacido en sí mismo.
Toda una serie de excelencias morales con las que vamos creciendo y poniendo en práctica esa transformación de vida nueva que nos ha sido dada por medio de Cristo, la perspectiva de quienes somos, nuestra identidad en Cristo, la obra que comenzó en nosotras… ¡todo ello es algo nuevo! y la Biblia lo define como andar en novedad de vida. Dios pone el fundamento sobre el que va construyendo nuestro carácter espiritual, nuestro comportamiento. Es la obra del Espíritu que nos transforma por dentro y nos confiere esa “nueva identidad”. El texto continúa diciendo: “Y si estas cosas están en vosotros y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto” (2 Pedro 1:8). La ociosidad es la inactividad, la inutilidad. Si no hay fruto, significa que es improductivo. Por tanto, si estas cualidades no están en nosotras, ¿será posible distinguirnos del resto del mundo o de una creyente superficial? “Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados” (2 Pedro 1:9). El que carece de estas virtudes es incapaz de discernir su condición espiritual verdadera. La falta de una búsqueda diligente de las virtudes espirituales produce amnesia espiritual, y el que la padece vivirá, al hablar de esta falta de memoria espiritual, “en duda y temor”. El fracaso continuo es el resultado de ese olvido.
La pregunta que surge en medio de esta reflexión es cómo está afectando el evangelio a tu vida diaria. ¿Lo está haciendo de manera significativa? Es fácil beber de la fuente de la sabiduría de este mundo y dejar de obedecer al llamado de aplicar las verdades bíblicas cada día. “Dejemos que la Biblia y nada más que la Biblia, sea la regla de nuestra fe y práctica diaria” J.C.R.
Todo lo que Dios tenía que hacer por nosotros ya lo hizo en Cristo; Él ordenó que de las tinieblas resplandeciese la luz e iluminó nuestros corazones del conocimiento de su gloria. El mismo Dios que creó la luz física en el universo, es quien con su luz sobrenatural nos trasladó del reino de las tinieblas a su reino. ¿Cómo dejar que tal acontecimiento en nuestras vidas pueda dejarnos pasivas y sin ese anhelo ferviente por agradarle, esforzándonos y siendo diligentes en lo que concierne a su obra transformadora en nosotras? Ahora Cristo es nuestra vida, y estamos escondidas en Él (Col.3:3-4). Tenemos a nuestra disposición las bendiciones gloriosas, los privilegios y riquezas del reino celestial, al estar vivas en Él. Habiendo resucitado en Cristo, tenemos que buscar las cosas de arriba, poner la mirada en las cosas celestiales, no en las de la tierra. Somos amadas, aceptadas, adoptadas y perdonadas. Formamos parte del plan glorioso.
La profundidad del amor de Dios es admirable y asombrosa, y aun en las debilidades, aunque la obediencia no sea perfecta, tenemos la confianza de Cristo en nuestra vida por medio de su Espíritu, quien nos dará la capacidad para vivir y obrar a la luz del evangelio. Nos ha dado un corazón nuevo y ha puesto un espíritu nuevo en nosotras. Debemos ser conscientes de que hemos sido amadas de tal modo, de que nos ha abierto entrada al lugar santísimo y de que nos pide que nos acerquemos con corazón sincero cada día ante su presencia, ya que por su gracia nos ha sellado para su gloria. Todo ello nos habla de lo que somos y de lo que tenemos en Cristo, llenando nuestro corazón de aliento, gratitud, humildad y reconocimiento de su grandeza.
“Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él; si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído, el cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo” (Col.1:21-23). Aunque Dios es soberano sobre nuestra transformación, ello no nos excusa de procurarla. Hemos sido reconciliadas, ¡perseveremos en la fe y obediencia! porque además de ser declaradas justas, hemos sido convertidas en nuevas criaturas. Continuamente debemos recordar que Él nos ha escogido, nos ha cambiado y nos ha hecho nuevos. Somos dependientes de Él para caminar en humildad, mansedumbre, paciencia, soportándonos y sintiéndonos perdonados. Tenemos un nuevo propósito en la vida, y es: no desperdiciarla viviendo sin dar la gloria a Dios.