LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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Las ciudades toman el tinte de sus habitantes…

Creo que no hay pregunta que con más frecuencia nos hagamos que las que buscan elucidar la causa de algo que nos intriga. ¡Tantas cosas no entendemos! Disconformes ante las injusticias -de los otros-, la enfermedad y el dolor, la miseria a que muchos se ven confinados, la corrupción en sus múltiples facetas, la deshumanización del humano… surge la angustiada pregunta, aun cuando en nuestro fuero interno presagiemos la respuesta: ¡¿Por qué?!

También exclamamos de igual manera, o quizá con más fuerza y sentimiento, al inquirir con amargura el motivo de una circunstancia adversa que nos afecta directamente: ¡¿Por qué?!

Aunque raramente, solemos así mismo usar la expresión, con matices de agradable sorpresa, cuando, por el contrario, lo ocurrido nos es favorable: ¡¿Por qué?!

Porqués de variadísimos colores e intensidades pululan en nuestra mente. Esta ventaja, este honor… ¿Cómo fue posible aquel encuentro? ¿Qué circunstancias convergieron para dar paso a aquella feliz coincidencia de inmensurables repercusiones en mi vida? -nos preguntamos-. ¿Qué hay en ti y en mí que nos distinga -siendo tan básicamente iguales- para que se te conceda algo grande que a mí se me ha negado, o al contrario? Porque la verdad es que, aunque tiempo y ocasión acontecen a todos, y alegrías y penas, en mayor o menor grado, colman el bagaje de nuestras experiencias, no son iguales para todas nosotras. Hay privilegios y PRIVILEGIOS, pero los verdaderamente grandes, éstos, desde luego, no alcanzan a todos.

“Ni es de los ligeros la carrera, ni la guerra de los fuertes, ni aun de los sabios el pan, ni de los prudentes las riquezas, ni de los elocuentes el favor (…)”. Así ocurre debajo del sol, y de ahí la constante gran cuestión: ¡¿Por qué?! Todo parece contrario a lo que pensamos que debiera ser. ¿Enigmas de la vida o simplemente humanísima injusticia?

Pero los porqués que se encienden tras la consideración de un acontecimiento bíblico pueden despejarse y dejar de ser una incógnita, si no ahora, a causa de la carencia de datos de que siempre somos deficitarios, por eso de la falta de investigación del Libro sagrado, sí una vez cruzado el umbral que limita el aquí y ahora con el allá y la eternidad.

¿Quién soy yo para que me hayas bendecido así? -preguntamos sorprendidas al Señor, en el gozo de la apreciación de sus benditos dones-, y eso tú y yo, a quienes el mundo podría catalogar entre las no triunfadoras.

Puede que Belén, pequeña y comparativamente insignificante entre las ciudades de Judá, se preguntara lo mismo, no obstante ser llamada “casa de pan” y “alabanza” y, por lo tanto, llevar el título de fructífera: Efrata. “¿Quién soy yo…?”. Tuvo la divina respuesta: “Tú, Belén de Judá, no eres la más pequeña (…) porque de ti saldrá un guiador que apacentará a mi pueblo Israel” (Mt.2:6).

Las ciudades toman el tinte de sus habitantes; su alma, quienes se glorían en sus hombres y mujeres ilustres, de los que, a fuerza de repetir admirados sus hazañas, adquieren la piedad, la intrepidez: el carácter.

En Belén dejaron indeleble impronta Rut, mujer virtuosa, responsable, íntegra, consecuente; el noble Booz que la redimió; la fiel y placentera Noemí… Más tarde, el excepcional descendiente de aquéllos, el varón conforme al corazón de Dios, que fue David, antecesor a su vez de la piadosa y humilde pareja del remanente fiel, constituida por José y María, nacidos también allí, y depositarios del misterio más maravilloso jamás revelado a los hombres, y pronto a cumplirse: la manifestación de Dios en carne.

Quiso Dios hermosear la pequeña aldea con aquellos caracteres -hombres y mujeres que le amaban y andaban en su santo temor-, porque el Alto y Sublime habita con el quebrantado y humilde de espíritu, y así eran ellos. El proceder de Dios para con los hombres es tan opuesto al nuestro… Lo necio, lo débil, lo vil y lo menospreciado (…) lo que no es (según nuestro parecer), es lo que Él escoge para Sus propósitos. Y a la pequeña Belén le cupo, llegado el momento, el gran, enorme privilegio de ser cuna del Dios encarnado.

¿Dije impronta o huella? Nuestras vidas sólo reciben buena influencia, son afectadas, en alguna manera transformadas por aquellos a quienes admiramos. Unos pocos hombres sencillos que guardaban sus rebaños aquella noche, parecían ser el pequeño remanente fiel que Dios se ha reservado a lo largo de incontables generaciones. Sin duda, ellos fueron los que anduvieron en las pisadas de sus insignes antepasados. De iluminado entendimiento, por su adhesión a las Sagradas Escrituras, esperaban la promesa del Mesías Salvador. Pobres, pero esforzados, pequeños ante sus propios ojos, fueron los privilegiados sorprendidos con la celestial comunicación: ¡Ya estaba allí el esperado!

La noticia no se da a otros. ¡Ellos tienen la exclusiva! Les llega en el inmenso escenario del campo bajo un cielo nocturno que se llena de luz y sonido indescriptibles para enmarcarla de gloria: “Os ha nacido un Salvador”. Luego, la enorme coral de ángeles alabando al Creador: “¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz…!”. Las palabras son claras, dejan eco aun mucho después de borrarse la escena… hasta que el resto fiel vuelve en sí y corre para ver lo que Dios les ha manifestado. ¡Y lo ven! El Niño Dios envuelto en pañales, y acostado en un pesebre. ¡Y lo adoran! Y vuelven gozosos dando a todos la noticia: “¡Nos ha nacido un Salvador, que es Cristo el Señor!”.

Ahora Belén no es pequeña, porque de ella ha salido el Guiador, no sólo de Israel, sino de cuantos le reciben en sus vidas como Salvador y Señor. ¿Qué ha visto Dios en ti y en mí para favorecernos con la salvación que se nos garantiza en Cristo, y las múltiples bendiciones añadidas? ¿Qué vio en Belén para hacerla cuna de su amado Hijo? ¿No nos viene todo de Su mano por pura gracia?

Ortega y Gaset, refiriéndose a la necesidad de hombres y mujeres excelentes que levanten la sociedad, escribió: “Y tanto más que todo esto, la sociedad necesita una nación de mujeres sublimes”.

Pero, ¿qué es lo que puede hacernos sublimes y útiles en esta sociedad enferma, sino atenernos a lo que ya somos como cristianas: morada de Dios en Espíritu, viviendo con la virtud de una Rut, en esa forma de vida caracterizada por la fidelidad a nuestro Redentor y la consiguiente manifestación de la integridad en todo?

¿Por qué Belén? ¿No sería por estimarse pequeña ante sus propios ojos? ¿Por qué no tú y yo para una misión escogida por Dios? ¿No será porque olvidamos que Él resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes? (1P.5:5).

Gloria Rodríguez Valdivieso