Meditación sobre el Salmo 23
Jehová es mi pastor; nada me faltará
En lugares de delicados pastos me hará descansar;
Junto a aguas de reposo me pastoreará.
Confortará mi alma; me guiará por sendas de justicia por amor de su nombre.
Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno,
porque tú estarás conmigo; tu vara y tu cayado me infundirán aliento.
Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis angustiadores;
Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando.
Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa de Jehová moraré por largos días.
Jehová es mi Pastor,
y es tan inmenso su amor
que nada me faltará.
Sé que a delicados pastos,
con su vara y su cayado,
feliz me conducirá.
Y en las cristalinas aguas
que en abundancia depara,
mi alma se saciará.
¡Oh, sí! Será confortada
porque me amas, Pastor,
y sé que si en este mundo
tan sólo habitara yo,
por mí del cielo bajaras
y a tus pastos de verdor
me llevaras, ¡buen Pastor!
Y al abandonar la tierra,
a tu Padre me entregaras,
pues sólo Tú, mi Señor,
impelido por tu amor
vienes a buscar la oveja,
y te entregas a la cruz
sin exhalar una queja.
¡Qué contraste…! Este Pastor
pasa por el cruel dolor
de convertirse en Cordero,
y entrega su ser entero
en ofrenda y expiación.
Tú me guías a las fuentes
do hallo cristalinas aguas,
me conduces a los pastos
donde confortas mi alma,
y en contraste has apurado
todas las amargas aguas
que el pecado ha encenagado.
¡Pastor mío! Cuando leo
que tu vara y tu cayado
aliento me infundirán,
pienso con melancolía
que la vara de justicia
tu Padre la descargó
en tus espaldas benditas,
¡¡y lo merecía yo!!
Has ungido mi cabeza,
carente de realeza,
con aceite de la unción,
pero la tuya, sagrada,
con espinas coronada
ha sido por mí, Señor.
Y aunque tu Padre te ha ungido
como eterno sacerdote,
eres herido de azotes,
flagelado y escupido,
y en un amargo contraste,
mi dulce Pastor amante,
sufres mi pena y dolor.
Leo que la misericordia
y el bien me seguirán…
Tú, mi Jesús, vas delante,
y ellos, fieles y constantes,
me guarnecen por detrás.
Y así, la saeta enemiga,
mientras esté en esta vida,
jamás me podrá dañar.
¡Ay! pero Tú, mi Pastor,
sin miedo te has presentado
a la turba que el traidor
condujo a Getsemaní;
preguntando «¿a quién buscáis?»…
Ya que me buscáis a mí,
dejad a estos marchar,
pues mi Padre celestial
los ha entregado en mi mano,
y un día los llamará.
Y gozoso he de decir:
Padre, de los que me has dado,
ninguno de ellos perdí;
mas siento en mi corazón
la pérdida irreparable
del «hijo de perdición».
También sé que me preparas
abundantes provisiones
ante los angustiadores
que me asedian sin cesar,
y en doloroso contraste
en indigencia naciste,
pan de lágrimas comiste
y amargo vaso apuraste,
por comprar mi bienestar
Y cuando el oscuro vado
tenga que vadear, Dios mío
me tomarás de la mano;
y al llegar a la otra orilla,
veré del Padre la cara
y la luz de maravilla
de aquella ciudad amada.
Y esto porque te trocaste
de buen Pastor en Cordero,
y con mis culpas cargaste
muriendo en un vil madero.