LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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Para las jóvenes: La belleza que encanta

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No todas podemos ser bellas, pero sí que todas podemos ser encantadoras

Como seres humanos compuestos de espíritu, alma y cuerpo nos movemos en tres direcciones distintas. Hacia arriba, hacia nuestro Padre en las alturas celestiales, a través del espíritu, hacia fuera, a nuestros semejantes, mediante el alma, a través de nuestra faceta social; y hacia adelante en el tiempo en el soporte que es nuestro cuerpo.

Nos hacemos “mayores” y con el tiempo hemos de crecer como lo hacía nuestro Señor Jesucristo “en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y para con los hombres” (Lc.2:52). Si desglosamos este versículo notaremos que sabiduría y estatura se refieren al cuerpo, el crecimiento físico y espiritual, a través de la formación y el estudio; gracia para con Dios alude al espíritu y gracia para con los hombres está referida a nuestra capacidad social que reside en el alma. ¿Es, pues, importante la relación con nuestros semejantes? No, no es sólo importante, es vital. Somos seres creados para vivir en sociedad y como tales no estaremos plenamente satisfechos si esta parte de nosotros no se realiza adecuadamente. Uno de mis alumnos era una persona tremendamente introvertida y egocéntrica; fijaos, no quería ir a las reuniones del colegio con tal de no tener que hablar a los compañeros. ¿Cuáles son las consecuencias de este comportamiento? No sólo te sientes solo y distinto, sino que también renuncias a una de las experiencias más hermosas que esta vida puede ofrecerte: compartir.

Quizás pienses que es muy fácil hablar del tema, pero que realmente hay personas tímidas, introvertidas, a quienes les cuesta relacionarse. Tienes razón, pero, ¡recuerda!: el Señor Jesús crecía en gracia para con los hombres. ¿Por qué no puedes tú hacer lo mismo? Pero hay que proponérselo. Cuando tenía 16 años no quería ir a las reuniones por no saludar a la salida. ¿Creéis que ahora me cuesta algún trabajo? Claro que no, es un privilegio, pero, eso sí, me costó reaccionar, “ponerme en marcha”. Ante todo, has de volcarte hacia afuera, dejar de pensar en qué sentimientos abrigarán los demás en cuanto a ti y concentrarte en lo que tú sientes por ellos. Hemos de verlos en toda su hermosura, como criaturas de Dios que esperan que les mostremos Su amor a través de nosotras. Por supuesto que es más fácil mostrarlo a los hermanos en la congregación, pero no ha de ser más difícil hacerlo a nuestros semejantes. Ese interés genuino por Su creación no puede ser inventado; ha de ser espontáneo y sin fingimientos, y nace de un corazón que ama porque fue amado primero; un corazón que transmite el mucho amor que le fue dado.

Ciertamente estos conceptos no tienen nada que ver con la filosofía en boga. La era del egocentrismo alcanza ahora sus cotas más elevadas y el único interés existente, aparte del bancario, es el propio. Florecen todos los negocios dedicados al culto al cuerpo, y el “yo” preside dondequiera que vamos. Es la era de la estética y la belleza, pero se ha perdido el “encanto”. ¿Crees que es gratuita esta afirmación? Pienso que no.

Hay un refrán que dice: “La cara es el espejo del alma”. Siempre me pregunté a qué se refería esto, pues me daba cuenta de que había mujeres hermosísimas cuya alma pareciera estar realmente enferma, mientras que hermanas de la congregación, almas cabalmente dedicadas al Señor, no merecerían ninguno de los primeros puestos en un concurso de belleza. ¿Qué significa ese dicho popular?

La “cara” no alude al componente físico escueto. La cara hace referencia a nuestro aspecto, a nuestra expresión; ese aspecto y expresión que es el reflejo de un alma que se preocupa y entrega a los demás.

¿Y qué es el encanto sino esto? Se manifiesta en nosotras como un halo invisible, una irradiación genuinamente humana que hace brotar lo mejor en cada ser. ¿Pensáis que la sociedad actual con toda su compostura y lujo hace brotar en nosotras los sentimientos más nobles, lo mejor de nosotras mismas? Decididamente, no. Es más, si miramos fijamente lo que el escaparate del mundo nos muestra, sentiremos una pena profunda por todas sus carencias.

El encanto, pues, ese concepto “pasado de moda” ha de ser para nosotras la meta fijada, el objetivo a conseguir. Debemos ser encantadoras más que bellas. No todas podemos ser bellas, pero sí que todas podemos ser encantadoras, todas podemos mostrar ese amor desinteresado pero lleno de interés que hechice y cautive, que nos abra las puertas en nuestras relaciones con los demás. Es el primer paso para una vida social enriquecida y enriquecedora.

Además, ese encanto no sólo nos beneficia a nosotras. Los que nos rodean sentirán también sus efectos. Si hizo brotar en nosotras lo mejor de nosotras mismas, también lo hará en aquellos que pudieron verlo. No seamos chicas tristes y malhumoradas, de ese modo no estamos reflejando aquello que profesamos poseer: el gozo del Señor.

Nuestro aspecto externo es importante y hemos de cuidarlo, porque es la primera manifestación de nuestro carácter captada por los demás. Sin embargo, esto de nada vale si no es adorno de la verdadera belleza, de la belleza que encanta.

Recuerda: “El corazón alegre hermosea el rostro” (Pr.15:13), y si este es el espejo del alma, lo que alberguemos en nuestro corazón y cómo lo compartamos con los demás son las claves para ser bellas, bellas con la hermosura que no necesita de arreglos y complementos, con la hermosura que no perece.

Débora Fernández de Byle