Dios no quiere la falsificación de la obra del Espíritu…
Navegaba el valiente Genovés, don Cristóbal Colón, soñando en la cubierta de su carabela, siguiendo el camino de las estrellas y tras la búsqueda de la preciada especia, a la que se le adelantaron portugueses con el mismo objeto, en sus primeros viajes alrededor de África, buscando la India legendaria. Una equivocada ruta y un frustrado sueño, llevaron al almirante al descubrimiento de nuestra América.
La ansiada canela (Drymis – Winteri), el más popular de los condimentos aromatizantes, la poseedora de tanino, almidón, oxalato de calcio y otras propiedades, estaba por Ceilán y Madagascar. Perfumado árbol de los pies a la cabeza, adornada de flores amarillentas, pequeñas y abundantes, de donde se extienden las jóvenes ramas portadoras de la valorada cáscara oscura, fragante y de aceitosa esencia.
Su nombre, aunque nuevo para América, era milenario, antiguo, y el octavo y último material pedido por Jehová a Moisés (Éxodo 30: 23) para el Tabernáculo.
Como una maravillosa receta, 250 siclos (Unidad de medida de Babilónicos, Asirios y Hebreos) de canela y otras finas especias, se unirían al batido de aceite de oliva, con el cual se ungiría a los sacerdotes y todos los utensilios del Sagrado Lugar. Esta “unción santa” nos trae a la mente las diversas gracias del Espíritu Santo, las cuales se hallaban en la divina plenitud de Cristo. Dios ha ungido de Espíritu Santo y de poder a Jesús de Nazaret (Hechos 10: 38). Como perfume de olor perfecto, se concentraron en Cristo esas dádivas, y de Él sólo pueden emanar; mas nosotros, como creyentes, asociados con este Cristo glorificado y bendito eternamente, somos partícipes de los dones y las gracias del Espíritu Santo, y además sabemos que sólo por medio de una vida de comunión habitual con Él podemos gozar de todas estas dádivas.
El hombre no regenerado no conoce estas cosas. Nos demanda en Éxodo 30: 32, que “sobre carne de hombre no será untado”. Nada del fruto del Espíritu ha sido jamás producido sobre el suelo estéril de esta naturaleza. El apóstol Juan nos escribe: “Os es necesario nacer otra vez”. Dios no quiere la falsificación de la obra del Espíritu… “cualquiera que compusiere un ungüento semejante, y que pusiere de Él sobre extraño, será cortado de su pueblo”.
Cantemos juntos el salmo 133: “¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos igualmente en uno! Es como el buen óleo sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba, la barba de Aarón, y que baja hasta el borde de sus vestiduras”. Experimentemos el poder de esta unción, porque ya hemos sido “sellados con el Espíritu Santo de la promesa” (Ef. 1:13).