Darle paso a Dios significa que tenemos que quedar por detrás de Él
Vivir por fe siempre ha sido un desafío para toda mujer cristiana, en todas las épocas. El llamado de Dios es a vivir siendo transformadas ante un mundo que se aleja cada vez más del compromiso, y donde la pérdida de valores cristianos se traduce en conformidad. En este escenario de lo inmediato, mujeres como tú y yo nos encontramos sosteniendo cargas difíciles, donde la tensión y la preocupación son muy altas, y así nuestra fe se ve afectada.
Crecer y aprender son experiencias positivas y normales dentro del proceso de desarrollo de la vida, aunque suele ser lento y lleno de dificultades. Pero, aunque la vida es dura para todas, cuando hemos puesto nuestro corazón y confianza en Dios, también puede ser una vida llena de victorias.
Uno de los grandes beneficios que obtenemos al conocer a Dios, es el cambio de perspectiva ante las situaciones de la vida. Su Palabra llega a nosotras con la fuerza de un rayo dando luz en medio de la niebla, y cuando todo parece que se desmorona y la inseguridad se va apoderando de nuestro interior, es en esos momentos cuando el Señor, con su presencia, nos da estabilidad y permite que nuestra fe se robustezca. Es su gracia la que cubre nuestros momentos brillantes en la misma forma que cubre nuestros pensamientos y emociones en los momentos oscuros.
Estamos atribuladas en todo, mas no angustiadas; en apuros, mas no desesperadas, perseguidas mas no desamparadas, derribadas mas no destruidas (2 Co. 4:8,9).
Los tiempos de crisis nos llegan a todas; esos inesperados reveses que aparecen, y para los cuales nunca estamos preparadas. Es difícil entender, entonces, aquello que Dios quiere usar para enseñarnos: pérdida de seres que amamos, de ilusiones, de salud, de trabajo… desengaños, crisis vitales… Situaciones a las que sin duda tenemos que enfrentarnos; tiempos dramáticos cuando nos podemos sentir amenazadas por las dudas o la incertidumbre. Pasar por el valle de la aflicción conlleva el peligro de deslizarse en el camino; el desánimo crece y hace perder la paciencia y aun, temporalmente, el sentido de la realidad celestial. Las cosas pequeñas se vuelven gigantes y nos hacen caminar cerca de la desesperación. Es cuando la tribulación está presionando y la tensión está haciendo su efecto, que la debilidad se manifiesta.
La Biblia muestra cómo somos, cómo actuamos. Es el libro que muestra la realidad íntima del ser humano, porque nos conoce, sabe cómo el pecado nos ha dañado y cómo necesitamos ser restauradas.
El salmo 46 es una auténtica medicina que actúa sobre la tensión. El salmista experimentó profundamente que Dios es el único amparo, fortaleza y auxilio cuando todo se debilita y cae en nuestro interior. Entre tanto, Dios nos está sosteniendo, rodeándonos con su cuidado protector. Frente a todas las situaciones que producen temor, el Padre, que cuida de sus hijos, siempre nos da la seguridad suficiente para estar firmes.
La confianza no está basada en las propias fuerzas. Si tuviéramos que medirnos en esos momentos, nuestra misma debilidad nos hundiría. Él nos invita a reposar en sus brazos para hallar descanso incluso cuando no encontramos una respuesta para los problemas. Es ahora cuando hemos de andar por fe, esperando que el Señor indique el siguiente paso que debamos dar. Todos los obstáculos personales tendrán que ir desapareciendo. Darle paso a Dios significa que tenemos que quedar por detrás de Él, para ir madurando. Y una verdadera señal de madurez es practicar la enseñanza que tanto hemos oído; no estamos llamadas a sumar años en el Señor, sino a crecer. Los problemas no se resuelven sólo por haber oído la Palabra, hemos de permitir que esa verdad penetre profundamente en nuestro ser interior. La perseverancia no se forja de la noche a la mañana sino, más bien, enfrentando a diario las circunstancias negativas que surjan, intentando aplicar los principios bíblicos. Nuestras luchas ciertamente están ahí, y no estamos exentas de tener que pasar por ellas. No es la intención de Dios aislarnos en burbujas que nos hagan estar libres de sufrimientos, pero sí nos promete ser fiel y estar a nuestro lado de manera que nuestros pies no resbalen cuando vengan los días malos.
La meta es que lleguemos a glorificar a Dios con nuestros cuerpos, “o por vida o por muerte” (Fil.1:20). No a que estemos cómodas como si el cristianismo significase no volver a tener derrotas. Todo lo contrario, eso es lo que este mundo siempre ha pretendido, un hedonismo donde la búsqueda de placer, del aquí y ahora, es lo que importa; donde la paciencia y la perseverancia no tienen lugar. El sistema del mundo en que vivimos no quiere saber lo que significa sacrificio y las personas se niegan a sacrificarse para conseguir metas en la vida. Este es un modelo que quedó atrás. Muchos jóvenes consideran fastidioso tener que estudiar, ir a clase, se rebelan contra el esfuerzo. No es exclusivo de los jóvenes, afecta a todos. El sendero de la obediencia se caracteriza frecuentemente por tiempos de sufrimiento y lucha, para que en nuestras personas sean formados los rasgos del carácter de Cristo.
Todo lo que nos parece lleno de dificultades, como si fueran obstáculos infranqueables para nosotras, no son insalvables para Dios: “habrá algo que sea difícil para mí” (Jeremías 32:27).
Firmeza y valor para luchar con la tentación del conformismo a cualquier edad; eso es lo que necesitamos. Cuando una mujer está sola en el trabajo, en los estudios o en casa, frente a todos aquellos que se oponen, es una experiencia incómoda, verse forzada para ser arrastrada por la mayoría. Es una opción más fácil confundirse en la multitud antes que ser señalada como diferente. Romanos 12:1,2 muestra una verdad indiscutible: sólo es posible alcanzar victoria en nuestro esfuerzo contra el mundo que ignora a Dios, a través de una fe personal y vital en Jesucristo.
Los sacrificios no son, ni serán, fáciles. La decisión de mantenernos firmes en nuestra fe y no conformarnos, ha de ser profundamente seria, porque somos demasiado débiles y el mundo es muy atractivo. El sacrificio es esencialmente espiritual. Pensamiento, voluntad y elección son tres elementos que han de estar comprometidos con Dios para poder vivir con perseverancia y firmeza frente a los obstáculos que prueban nuestra fe. Al mismo tiempo el Señor tiene promesas: “los que esperan en Jehová tendrán nuevas fuerzas” (Isaías 40:31). La intención de Dios es cambiar nuestra debilidad por Su fortaleza, y la clave para obtener la fuerza del Señor es esperar en Él. Descansar en Dios en vez de acumular nuestras energías en torno a la preocupación. Necesitamos tiempos de susurrar al oído del Señor, y esperar en silencio, “en Dios está acallada mi alma” (Salmo 62:1).
La obra que Dios quiere realizar va a suceder cuando la presión de lo imposible esté sobre nuestros hombros. Este es el momento en que, con fe absoluta, debemos pedirle que tome en sus manos nuestra carga, con la confianza total en sus palabras cuando nos dice que, aunque se hayan agotado todos nuestros recursos, “al que cree todo le es posible” (Mr. 9:23).
Dale a Dios la oportunidad de demostrarte que Él es Señor de lo imposible
“Mas El conoce mi camino; me probará y saldré como oro”
(Job 23:10)