LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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Plantas de la Biblia: Nardo Balsámico

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“Te siento, Señor… embriagándome el perfume de tu amor”

Mañana de intenso frío en París, pero nada ni nadie interrumpen mi camino al Louvre, donde cientos de personas caminan o deambulan en expectante búsqueda, conjugando el verbo “mirar” en todos sus tiempos. Busco la obra entre particulares rostros y retratos donde la vida se detuvo, y al fin, como atraída por mi olfato espiritual que me hace sentir hasta lo perfumado de la tela, ella: María de Nazaret. En sus brazos, Jesús infante y la mística vara florecida en blanco céreo, plasmada por el pincel de Botticelli, amalgamando muerte y resurrección del niño-hombre-Dios.

El armonioso colorido de tonos suaves y la gracia puesta en el dibujo, me detienen hasta sentarme a contemplar, percibiendo mi corazón convertido en una cavidad alabastrina. Nadie interrumpe mi accionar; los visitantes respetuosos pasan a mis espaldas mientras yo deshojo uno a uno los pétalos del nardo milenario, de hebreos y griegos, de sumerios y fenicios, botánicamente la tuberosa “nardostachys jatamansi”, la que crece desde las faldas del Himalaya hasta el valle cálido de mi Quebrada norteña.

Cierro los ojos y regreso a la frescura del patio oriental en Betania, donde María, relegando las tareas comunes del hogar, sólo busca los pies de Jesús, su huésped precioso, esos pies que andaban por Judea derramando amor y paz, llevando el Evangelio como una semilla hasta el Calvario, donde fueron clavados en una cruz. Su espiritual percepción le dice que Él resucitará, como su hermano, y esparce sobre aquellos sagrados pies el delicado y penetrante ungüento (Lucas 10:42).

Vuelvo a detenerme en otro recodo de la mente, imaginando el enlozado del palacio del rey Artajerjes en Susa (Ester 1:6), todo de alabastro, esa lámina delgada, espejada y susceptible de hermoso pulimento con que se hacían ánforas, vasos… Como aquel que en la casa del leproso una cristiana quiebra (se refiere a la rotura del sello), y baña la sempiterna cabeza de nuestro amado Señor.

En plena abstracción y de regreso al siglo XXI, junté todos los pétalos del cuadro guardándolos para mí, y salí a caminar las últimas horas de la tarde, compartiendo virtualmente con una preciada hermana este transitar por los Campos Elíseos hacia el arco del Triunfo. Su arquitectura brilla fantasmagóricamente al movimiento de una llama votiva, recordando a miles de soldados desconocidos. Flores y más flores rodean el fuego continuo. Acercándome a ellas, el aroma penetrante las delata; pequeñas, agrupadas en manojos como una alfombra olorosa, cual cielo estrellado: los nardos que durante siglos vencieron a la muerte envolviéndola con su singular esencia. Me uno al silencio de todos. Se hizo la noche aromatizada. Los pétalos cosechados se maceran en mi interior desbordándome y elevándome hasta el íntimo diálogo: “Te siento, Señor, en cada espacio que se llena de ti, embriagándome el perfume de tu amor. Ya no estarás ausente, te veo sentado a mi mesa, la protección divina y tus bendiciones me circundan…”.

Llevemos nuestro alabastro con el floral bálsamo y en su memoria y hasta que Él venga, derramémoslo a sus pies. Amén.

Mª Cristina Jamarlli