LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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Dios pelea nuestras batallas

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Cuando llegamos al final de nuestros recursos, entonces clamamos por el milagro…

Decía Catherine Marshall: “Dios es el único que pude convertir el valle de los problemas en un puerto de esperanza”.

La historia que nos relata el segundo libro de Crónicas en el capítulo 20, podría ser la historia de cualquier grupo de creyentes en la actualidad, atravesando persecución en cualquier parte del mundo; o la de iglesias que estamos viviendo la oposición de este mundo por lo que ellos entienden que nosotros debemos vivir, sometiéndonos a leyes contrarias a la ley de Dios. No entienden que, ante peligros, hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres; creer que, en nuestra debilidad, Dios se hace fuerte y poderoso cuando dependemos y confiamos en la oración como recurso siempre a nuestro alcance.

Volviendo y poniendo nuestra atención en el personaje de este libro de Crónicas, se nos habla de un rey llamado Josafat y la amenaza de una invasión. Esta historia no sería tan diferente de otras vividas por el pueblo de Dios y el rey de Judá ante una guerra, si no fuera por el hecho de que Josafat no tuvo que luchar para obtener una victoria sobre sus enemigos. Dios, de una manera poderosa y sorprendente, traería paz al pueblo. Solo con un requisito de su parte: confiar en Dios y obedecer. De nuevo, volvemos al pensamiento inicial, porque esta historia no es otra que la realidad del creyente hoy, cuando llegamos al final de nuestros recursos; es entonces cuando se clama por el milagro, la intervención del que todo lo puede. Las lecciones que, como siempre, nos trae aquí la Palabra son: aprender a alabar a Dios en medio de la adversidad; orar y depender del Señor en nuestra debilidad.

Haciendo un breve repaso por la vida de Josafat, encontramos que puso al reino en un mejor estado espiritual que en cualquier tiempo desde Salomón. Para asegurar este orden en lo espiritual, estableció jueces en sus puestos y les dio principios según los que debían actuar: responsabilidad ante Dios, integridad y honradez, lealtad a Dios, preocupación por la justicia y valor (19:5-10).

Pasadas estas cosas, en el capítulo 20 (merece la pena releerlo porque nos mueve el corazón en admiración por la grandeza y bondad de nuestro Dios), el cronista nos habla de que los hijos de Moab y Amón, y con ellos otros de los amonitas (meuneos), vinieron contra Josafat a la guerra porque tenían la intención de destronar a Josafat, y se le comunica que “viene contra ti una gran multitud”. Josafat descubre que no está solo ante esta situación que le llena de temor e incertidumbre: Entonces él tuvo temor; y humilló su rostro para consultar a Jehová, e hizo pregonar ayuno a todo Judá (v.3).

Josafat manifestó una respuesta espiritual adecuada, el rey y toda la nación vinieron para buscar al Señor. La respuesta a su llamamiento a orar y ayunar fue general, incluyendo hasta los niños. Josafat se puso en pie en el centro del atrio de la casa del Señor, recitando una oración memorable por la nación, apelando a Sus promesas, a la gloria y la reputación de Dios, empezando por lo acontecido en el pasado, remontándose a 400 años antes, a los tiempos de Josué; aun a mil años atrás, a los tiempos de Abraham, a cuyos descendientes se les iba a dar la tierra. En la base de esta oración de Josafat está la convicción de que nuestro Dios y el Dios de nuestros padres son el mismo y único Dios, y que sus palabras y hechos en el pasado pueden ser invocados y verlos repetidos en sus actuales circunstancias de necesidad (M. Wilcock).

En su oración, Josafat reconoció la soberanía de Dios, el pacto de Dios, la presencia de Dios, la posesión de Dios y la absoluta dependencia que ellos tenían de Él:  En nosotros no hay fuerza contra tan grande multitud (…)  no sabemos qué hacer, y a ti volvemos nuestros ojos (v.12). No solamente era débil sino que, además, era consciente de ello. Es justamente en esta situación cuando a todos los presentes -“Todo Judá estaba de pie delante del Señor, con sus mujeres y sus niños”-, se les da un mensaje por medio de un levita, Jahaziel; el Señor respondió de forma inmediata con este mensaje de confianza: “No temáis ni os acobardéis delante de esta multitud tan grande, porque la batalla no es vuestra, sino de Dios (…) No habrá para qué peleéis vosotros en este caso; paraos, estad quietos, y ved la salvación de Jehová con vosotros (…) no temáis ni desmayéis; salid mañana contra ellos, porque Jehová estará con vosotros”. La reacción a tan grande mensaje de esperanza fue que todos se postraron delante de Jehová y le adoraron

Aquí tenemos la alabanza de la fe. Estaban lo suficientemente confiados en la promesa de victoria que les había hecho Dios para comenzar la alabanza antes de conseguir esa victoria. Tan grande era su confianza, que el coro marchaba delante del ejército. Los cantores levitas iban revestidos de vestiduras sagradas simbólicas para honra de la santidad del Señor, diciendo: Glorificad a Jehová porque su misericordia es para siempre. Al llegar a las torres del vigía del desierto, se encontraron con que sus enemigos se habían destruido entre sí, y regresaron con alegría y grandemente enriquecidos; y regresaron como habían salido, al son de la música. Nos dice al final de este relato, que el reino tuvo paz, porque su Dios le dio paz por todas partes.

Creo que es importante reconocer tres aspectos fundamentales para nuestra vida, que encontramos en la vivencia del rey Josafat. El tema constante en el escrito del cronista es la confianza en el Señor; la diligencia del rey, ya que se levantaron muy de mañana para guiar al pueblo; y el reconocimiento de su debilidad, no tenemos fuerza, y no sabemos qué hacer. Y, al final, ¡cómo el pánico se convirtió en alabanza!

Qué gran realidad del poder de Dios, de la misericordia de Dios, fiel a sus promesas. Te basta mi gracia. Podemos confiar en que nunca nos abandonará. ¡A Él sea la gloria!

Chelo Villar Castro