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Plantas de la Biblia: Cardo cárdeno

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¿Su aparición produce sólo desolación y tristeza?

¿Con tanta simpleza y humildad pueden clasificarte de flor emblemática y heráldica? Hago memoria contigo desde tu figura utilizada en nuestra platería gauchesca argentina, la que ilustra todas las variedades que aquellos pioneros británicos del ferrocarril, allá por el siglo XIX, diseminaron por nuestra Pampa… Hasta convertirte en el emblema de un país que te llama Highland Thistle (cardo de las tierras altas), pues el aguerrido rey escocés, Alexander III, se salvó de la invasión de Haakon de Noruega cuando uno de sus guerreros pisó descuidadamente tu flor espinosa, y lanzó un grito de dolor, que se convirtió en victoria, al alertar a tiempo al pueblo celta, convirtiéndote por ello en su flor nacional.

Hoy conocemos más de cien especies en colores violáceos, rosados, azules, grisáceos, que crecen en las áridas tierras palestinas, la voz hebrea “dardar” te nombra, y pese a tu rústica y humilde figura, la Biblia te denota repetidas veces.

Retrocedemos en el tiempo a la antigua profecía de Isaías 5:6 en la parábola de la viña, donde tu aparición produce desolación y tristeza hasta la región geográfica de Aven, la que rodea el templo idólatra de Baalbek (Líbano), mencionado por Oseas, el profeta escatológico (10:8). Mas pocos saben que a la tierra que dio frutos durante varios años se la deja descansar, y se permite que, libremente y dueños del terreno, los cardos crezcan. Se preguntarán: ¿Cómo se beneficia la tierra con ese poblador tan duro y fibroso? Es reconocido y valorado su abono natural que purifica y enriquece el suelo en descanso. Es como poner una mirada en nuestro interior en los momentos en que sólo espinas e indestructibles fibras nos atan y maltratan. Nada es continuo, tras los espinos vendrá el verde renovador, y nuevas fuerzas habrán cortado las dañosas ataduras.

El vocablo “cardo” reúne una singular familia derivada de su voz: “cárdeno” (color azul). Como la fotografía que ilustra, nos trae a la memoria una de las cortinas del Tabernáculo (Éxodo 26:1), que no son solamente la expresión de las diferentes perfecciones del carácter de Cristo, sino que ellas ponen también a la vista la firmeza y unidad de este carácter, en el cual cada rasgo es perfecto. Todo era armónico delante de la mirada de Dios.

“Cárdeno”, color del cielo. ¡Con cuánta exactitud me indica tu carácter, amado Señor! Porque si bien fuiste realmente hombre, entrando en todas las circunstancias de una humanidad real y verdadera, “excepto el pecado”, eras, sin embargo, el Señor “venido” del cielo.

Anduviste siempre consciente de tu alta dignidad, como extranjero celestial; jamás olvidaste un instante de dónde habías venido, dónde estabas y a dónde ibas.

Mª Cristina Jamarlli