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Plantas de la Biblia: Amapola vistosa

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Cuando un alma se aleja del Señor, se convierte en una fuente de amargura y contaminación que puede extenderse rápidamente

Las opiniones difieren en cuanto al origen de la hiel. Sin embargo, si consideramos cuidadosamente el significado de la palabra hebrea Ro’sh, hay un poderoso argumento para aceptar que la hiel bíblica se originó con toda probabilidad en la amapola. La mayoría conocerá la amapola, Papaver somniferum, con sus hojas grandes, con bordes arrugados, de color verde grisáceo. La planta crece hasta una altura de un metro, produce grandes flores de cuatro pétalos en varios tonos de color, seguida de prominentes vainas de semillas semiesféricas que se sacuden libremente con la menor brisa. Mientras que la vaina todavía está verde y en desarrollo, se hacen incisiones o cortes horizontales poco profundos alrededor de la vaina para que la savia blanca del opio corra y se derrame. La savia se endurece con la exposición al aire. La recolección es, por lo general, en intervalos de dos a tres días. La morfina y la codeína son calmantes muy potentes que se obtienen del opio.

Por otro lado, la “hiel” a la que hace referencia Job 16:13: “Me rodearon sus flecheros, partió mis riñones, y no perdonó; mi hiel derramó por tierra”, se relaciona con la bilis natural dentro de la vesícula biliar.

La identificación de la planta de la que se obtiene la hiel, no es tan importante como entender el significado de las referencias bíblicas a esta sustancia. Las referencias a la hiel en las Escrituras deben ser interpretadas en una de dos maneras.

En primer lugar, Dios ha dejado claro en Su Palabra que la intención malvada del corazón no regenerado es de tal carácter que tiene los síntomas de estar infectado con la amargura de la hiel. Las referencias a esta condición están en Lamentaciones 3:19: “Acuérdate de mi aflicción y de mi angustia, del ajenjo y de la hiel”; Amós 6:12 y Hechos 8:23: “Porque en hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás”.

Jehová, por medio de Moisés, advierte de las consecuencias de que un individuo, o incluso la nación, le dé la espalda a Jehová para adorar ídolos. Cuando un alma se aleja del Señor, se convierte en una fuente de amargura y contaminación que puede extenderse rápidamente, como un cáncer. El escritor a los cristianos hebreos se preocupaba de que el pueblo de Dios no solo cuidara de los débiles, sino que también actuara para disciplinar a cualquiera que profanara la verdad. El escritor estaba aconsejando sobre aquellos cuyas actividades podían producir una raíz de amargura entre los creyentes y, por lo tanto, causar un grave daño a las almas.

En Hechos 8, del 9 al 24, tenemos registrada la vida de Simón el hechicero, que estaba al servicio de Satanás. Simón había visto a los apóstoles Pedro y Juan poner sus manos sobre los creyentes para comunicarles el poder del Espíritu Santo. Simón, lleno de envidia, quería comprar el mismo poder, en lugar de experimentar un cambio de corazón mediante el arrepentimiento ante Dios y la fe en el Señor Jesucristo. Los apóstoles quizás percibieron un espíritu de envidia dentro de Simón, lo que llevó a Pedro a decir: “Arrepiéntete, pues, de esta tu maldad, y ruega a Dios, si quizás te sea perdonado el pensamiento de tu corazón; porque en hiel de amargura y en prisión de maldad veo que estás” (Hechos 8:22 y 23).

Santiago, hablando de la lengua, de la vieja naturaleza que es después de Adán, dijo: “pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal”. El apóstol continúa diciendo cómo la lengua expresa los sentimientos de nuestro corazón. Los creyentes no deberían jactarse si tienen celos y envidia y conflicto en sus corazones hacia sus hermanos, ni deben mentir contra la verdad. “Esta sabiduría”, dice Santiago, “no es la que desciende de lo alto, sino terrenal, animal, diabólica (…) Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacifica, amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía” (Santiago 3:8,14, 15 y 17). ¿No deberían las palabras del apóstol Juan quedar indeleblemente grabadas en las tablas carnales de nuestros corazones?: “Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1ª Juan 3:18).

En segundo lugar, debemos entender que la referencia a la hiel también se relaciona con un veneno, a veces utilizado como calmante.

Las referencias bajo esta definición son Deuteronomio 32:32 y 33; Job 20:16; Salmos 69:21; Jeremías 8:14; 9:15 y 23:15; Oseas 10:4 y Mateo 27:34. En Salmos 69:21 leemos: “Me pusieron además hiel por comida, y en mi sed me dieron a beber vinagre”; esta fue una declaración profética acerca de lo que realmente sucedió justo antes de que clavaran a nuestro bendito Salvador en la cruz.

“Getsemaní con su sudor
y copa como hiel;
La cruz con todo tu dolor
y tu agonía cruel
”. *

“…le dieron a beber vinagre mezclado con hiel; pero después de haberlo probado, no quiso beberlo” (Mateo 27:34). Nuestro señor no quiso tomar un narcótico destinado a disminuir su sensación de dolor físico y a paralizar sus facultades mentales. Conocía el efecto analgésico de la bebida y decidió no beneficiarse de ningún alivio que pudiera proporcionarle, porque era nuestra redención lo que buscaba, y no su propia tranquilidad. Al rechazar el narcótico, el Señor y controlador de toda la creación, que conocía la influencia y eficacia de las sustancias vegetales, no permitió que los hombres pensaran que estas podían contribuir a aliviar Su sufrimiento físico. Aunque nuestro Señor siempre poseyó el poder de hacer que cualquier veneno fuera completamente inofensivo, nada pudo apartarlo de terminar la obra que Su Padre le dio para hacer (Juan 1:29). Rechazó la copa que el hombre le ofreció, pero bebió hasta la última gota la copa llena de ira y juicio divino que Su Padre había mezclado y le había dado a beber.

Una popular escritora de himnos británica, R. A. Cousin, nos regala con celestial interpretación estos versos:

La muerte y la maldición estaban en nuestra copa.

¡Oh, Cristo! ¡Estaba llena para Ti!

Pero Tú has vaciado la última gota oscura;

Ahora está vacía para mí.

Esa copa amarga, el amor se la bebió;

Solo queda el amor para mí.

Mª Cristina Jamarlli