LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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¿Examinamos cómo estamos administrando el tiempo que el Señor nos concede?

A medida que el sol se pone, las sombras se hacen mayores y el efecto de su calor sobre las flores y las hierbas se hace evidente. Así ocurre con los humanos; a medida que los días se apagan, aparecen las sombras y los efectos del paso de los años son manifiestos.

En la Palabra de Dios, encontramos con frecuencia la expresión: “nuestros días”, para mostrarnos una clara enseñanza de lo que es la vida del hombre en la tierra. Jacob, quien se pasó mucho tiempo engañando, haciendo planes y tratando de solucionar las cosas por su propia cuenta, al llegar a sus ciento treinta años, interpelado por el rey de Egipto sobre los días de su peregrinación, los calificó como: “pocos y malos” (Génesis 47:6). Como resultado de sus engaños y maquinaciones tuvo una existencia muy dura. Tenía razón de dar esa respuesta a Faraón. La desobediencia a Dios nunca le traerá días buenos y de bendición a un creyente.

Pero en su vejez, Jacob aprendió a abandonar sus propios planes y empezó a dejar a Dios obrar. Dios le dio un nuevo nombre: “Israel”, que significa “príncipe de Dios” (Génesis 32:28). Pero pasaron muchos años sin provecho alguno por no aprender temprano esta gran verdad: “el justo por su fe vivirá” (Habacuc 2:4c).

Nosotras, pues, procuremos aprender lo antes posible que la voluntad de Dios es buena, agradable y perfecta (Romanos 12:2).

En la ancianidad, el patriarca evocó los años vividos y pudo percatarse de que fueron más los desperdiciados que los de provecho.

El gran líder Moisés, le recuerda al pueblo desobediente que sus días declinaban a causa de la retribución justa del Señor por sus pecados, y los valora tan efímeros que dice: “Acabamos nuestros años como un pensamiento… pronto pasan y volamos” (Salmo 90: 9,10). Y eleva esta sabia petición a Dios: “Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, que traigamos al corazón sabiduría” (Salmo 90:12).

En este tiempo tan difícil que nos ha tocado vivir, cuando los días pasan a prisa, la vida es tan agitada y solemos estar tan ocupadas, debemos recordar esta oración. “Contar nuestros días”, es valorar cada instante, no con nuestros parámetros sino con los de Dios. Para esto es necesario empezar cada mañana dedicando tiempo al Señor, escuchando lo que nos dice en Su Palabra y hablar con Él por medio de la oración.

Su Palabra, que es eterna, nos enseña a valorar lo que realmente es imperecedero; dirige nuestros pensamientos a Cristo y nos muestra que solo Él da el verdadero sentido a nuestra existencia. David nos dice: “El hombre, como la hierba son sus días; florece como la flor del campo”. Pues esa flor, con apenas recibir la fuerza del viento es quebrantada y deja de existir (Salmo 103:15,16).

En relación con el carácter eterno de nuestro Dios, David compara nuestros días a “una sombra que pasa” (Salmo 144:4) y al humo (Salmo 102:3). El apóstol Santiago nos recuerda que no somos dueñas de nuestro tiempo, pues no sabemos qué será del mañana, ya que “nuestra vida es neblina que se aparece por un poco de tiempo y luego se desvanece” (Santiago 4:14).

Aunque nuestros días son frágiles e imprevisibles, no debemos olvidar que cada uno de ellos está en las manos de nuestro Hacedor. Por eso, con plena confianza, podemos decir con el salmista: “En tu mano están mis tiempos” (Salmo 31:15).

El apóstol Pablo nos da la clave para “contar nuestros días”. Nos dice: “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios, aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos” (Efesios:  5: 15,16). Estas palabras nos llaman a reflexionar. Debemos mostrar solicitud en examinar cómo estamos administrando el tiempo que el Señor nos concede. Cada mañana Él nos otorga a cada una, 24 horas; 1440 minutos… y nos brinda la oportunidad de aprovechar tanto tiempo como queramos para la eternidad. Dios nos ha asignado exactamente la cantidad que necesitamos para cumplir Su plan en y con nosotras.

Muchas de las actividades que realizamos a diario y en las cuales invertimos una gran cantidad de esfuerzo, solo nos proporcionan beneficios para la vida presente; pero el único recurso que nos permite adquirir tiempo de valor para la eternidad, es la Palabra de Dios. No tan solo leerla, sino meditarla y hacer real su enseñanza por medio de la obediencia. La Biblia es nuestra brújula en el peregrinar por este mundo, nuestra luz en el camino. Nuestro Señor dijo: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mateo 24:35).

Como creyentes, estamos sobre la tierra para ser luz y sal, para revelar la gracia y la verdad de Dios a un mundo perdido y moribundo. Hemos de cuidar que las distracciones y afanes del presente no nos mantengan abstraídas y perdamos la visión de nuestra vocación como cristianas.

Y aunque los años pasen velozmente, que sean bien aprovechados, siendo de influencia santa a otros, para llevarlos a Cristo. Tal vez algunas estemos en la etapa de la llamada “tercera edad”, cuando empezamos a percatarnos de que el vigor no es el mismo, que las fuerzas físicas disminuyen y que los hilos de plata ya adornan la cabeza; pero esto no debe desalentarnos, al contrario, deben producir en nosotras un corazón lleno de gratitud por la fidelidad de nuestro Dios a cada paso en el camino, y llevarnos a tomar en consideración en qué han sido invertidos los años vividos.

Sabemos que ha habido fracasos y desaciertos, de los cuales, estamos seguras, somos responsables, así como éxitos y triunfos que pertenecen a nuestro Dios. Él nos promete que estará con nosotras no importa la cantidad de años que haya determinado para nuestra existencia terrenal. Con todo, procuremos serle fiel. Él nos dice: “Y hasta la vejez yo mismo, y hasta las canas os soportaré yo; yo hice, yo llevaré, yo soportaré y guardaré” (Isaías 46:4). Que como el apóstol Pablo podamos decir: “Por tanto, no desmayamos; antes, aunque este hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día” (2 Corintios 4:16).

Dioma de Álvarez