El tiempo mal invertido es una de las principales causas de angustia y frustración
La vida es un viaje con muchas posibilidades, pero también cuenta con limitaciones inevitables; los límites existen. Uno de ellos es el tiempo, imparable, que, además de dejar su huella, se acaba.
En la infancia el tiempo no es una preocupación, al contrario, parece que da mucho de sí. A medida que llega la madurez, esta experiencia toma un giro y se vuelve diferente; los días, tal y como los vivimos, se escapan rápidamente, como el agua entre los dedos. Nos damos cuenta de que el tiempo comienza a contar desde el nacimiento, y cuando se produce el choque entre lo que se espera y lo que está siendo, se es consciente de qué manera nos afecta. Nos viene dado, y cada cual ha de usarlo en su propia vida de la mejor forma, como un regalo que no sabemos por cuánto podremos disfrutar. Por tanto, no podemos quedarnos como observadoras ajenas a cuanto va sucediendo; nuestro tiempo tiene principio y fin.
La comprensión de que ninguna vida es permanente, nos lleva a una auto evaluación personal: ¿Qué puedo hacer? ¿Le agrada al Señor que entregue mi vida para alcanzar esas metas? Son preguntas que con seguridad cualquier mujer se hace sin esperar a llegar al final de sus días. Sentimos tristeza cuando pensamos en aquello que podíamos haber realizado y no hicimos… ¡Cuánto más si dejamos pasar oportunidades en una larga vida sin sentido!
Nadie puede predecir cómo será el mañana que nos espera. Por eso, es importante entender que debo vivir cada día como un don de Dios; de manera que la actitud que decida tomar con respecto al Señor y a mi tiempo va a tener repercusiones en mi futuro, incluso en el más inmediato. Sabiamente, la Palabra de Dios (“aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos. Así pues, no seáis necios, sino entended cuál es la voluntad del Señor” -Efesios 5:16) nos invita a considerar este aspecto de nuestra vida para que evaluemos nuestros hábitos diarios: en qué invertimos nuestras energías; porque a veces lo hacemos equivocadamente, pudiendo llegar a resultar improductivas. Muchos esfuerzos, horas dedicadas a tareas que una vez concluidas nos llenan de insatisfacción. Cuando vivimos día a día este sentimiento, queda en nosotras una sensación de vacío. El tiempo mal invertido es una de las principales causas de angustia y frustración (Salmo 90:12).
Y los impedimentos que trastornan nuestros planes, básicamente son dos: nosotras mismas y el ritmo de vida. Alguien los ha llamado ladrones del tiempo: «Nuestro tiempo en parte nos lo roban, en parte nos lo quitan. Y el que nos queda lo perdemos sin darnos cuenta» (Séneca).
Dios, eterno, el Señor del tiempo -a través de la obra de Jesucristo mientras habitó entre nosotros- nos enseña lecciones prácticas que debemos aprender para nuestro bien. Los evangelios presentan a Jesús como un hombre sometido a constantes presiones y acosos, tanto por parte de sus enemigos como de sus seguidores. Podemos estar seguras de que las exigencias de la sociedad a la que Él se enfrentó tienen mucho en común con las de la nuestra. Llevaba una vida pública intensa, y debía compaginarlo con tiempos a solas en oración y meditación, buscando la voluntad de Su Padre en toda ocasión. Sin olvidar la dedicación a aquellos hombres que había escogido para que continuasen Su obra.
Todas estas actividades eran la prioridad de Jesús, porque conocía su misión y sabía que había venido con un propósito (Gálatas 4:4,5), y que lo estaba llevando a cabo en la voluntad y el tiempo de Dios el Padre (Efesios 1:10).
Varias son las aplicaciones para nuestra vida que Jesús nos revela mediante su ejemplo. Una de ellas es la necesidad de estructurar nuestro tiempo buscando no sólo eficacia, sino también disponibilidad. Cuando el Hijo de Dios se hizo hombre, se identificó con las limitaciones humanas, que enfrentó con eficacia; sus retiradas al desierto, sus momentos aparte para descansar, eran ocasiones donde recobrar la fortaleza necesaria para enfrentarse a las luchas físicas y espirituales. Considerar nuestras limitaciones y debilidades es algo que fácilmente olvidamos, y no debemos pasarlas por alto.
No se trata de la profesión, ni del puesto de trabajo, ni de la función que realizamos en cualquier ámbito, sino del enfoque que cada una tiene de su puesto y la forma en que concibe su papel. Aunque el ministerio de Jesús duró tres años, su preparación tuvo lugar a lo largo de tres décadas, y esto no era una excepción. Fue la misma experiencia de Moisés, Josué, Rut, Ester, Pablo y una larga lista. Tiempos de preparación antes de asumir responsabilidades y ministerio público. Porque la maduración es esencial, por eso Jesús habló de estos tiempos en sus enseñanzas, donde la paciencia y la espera han de aprenderse. Eficacia, prioridad, disponibilidad o disposición son actitudes que manifiestan esta madurez, y somos llamadas a vivir con excelencia nuestro tiempo, imitando al maestro (1 Pedro 2:21).
Tomar el sentido del tiempo de nuestra vida significa decidir, tomar las iniciativas que nos corresponden, no dejarlas en otras manos. A veces, para los discípulos, las actividades de Jesús podrían parecer una pérdida de tiempo, pero para Él todo estaba dentro de un plan. En el largo camino a Jerusalén para celebrar la Pascua, los evangelios narran varias interrupciones. Jesús se detiene para curar al ciego. Más adelante, cuando se adentra en Jericó, las circunstancias le llevan a reunirse en casa de Zaqueo, ocasiones oportunas en la voluntad del Padre, que no eran interrupciones en el camino, sino que formaban parte de la misión del Maestro. Él así lo entendía. Como consecuencia, esto debe llevarnos a poner ante nosotras una visión oportuna de nuestras actividades, lo que queremos hacer, a quién queremos agradar; a evitar conflictos con las personas con quienes trabajamos, con nuestras familias… todos ellos son objetivos para poner en oración, buscando obtener la visión necesaria tanto en nuestras actividades como en nuestras actitudes. El tiempo también es un asunto de actitud (Proverbios 17:22). Las tareas más complicadas requieren mucha concentración y sabiduría, por tanto, hemos de tomar el tiempo necesario para saber de parte de Dios cuál es el momento oportuno, y realizarlas. No es bueno hacer demasiadas cosas a la vez.
“El Padre puso en su sola potestad tanto los tiempos (cronos), las duraciones de los periodos, como las sazones (kairos)” (Hechos 1:7).
Es notorio que la Biblia pone de relieve no la continuidad del tiempo, sino la importancia que presta Dios a determinados momentos de la Historia. Cuando Dios se llama “Alfa y Omega”, no quiere indicar que su existencia es más larga, sino que está por encima del tiempo. Es el Rey de las edades (1 Timoteo 1:17). Un eterno presente: “Yo soy el que soy”.
El propósito llevado a cabo desde la plenitud de los tiempos lo expresa Pablo en Efesios. El Padre se deleita en este propósito en la eternidad. En el curso de la historia, Dios siempre dirige las acciones, y esto implica que mujeres como nosotras, en una actuación normal, y aun sin saberlo, estamos llevando a cabo el plan de Dios, que abarca el universo y que da sentido a la Historia del mundo. Pero también lleva a cabo un plan individual, donde los triunfos y los reveses tienen su sentido en el tiempo de Dios. En Él vivimos, nos movemos y existimos (Hechos 17:26), bajo la dirección de un Dios soberano. Él continuará cuando el tiempo se acabe: “Desde la eternidad y hasta la eternidad, tú eres Dios” (Salmos 90:2).