LA REVISTA CRISTIANA PARA LA MUJER DE HOY
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Música y letra: Santo, Santo, Santo

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Reconozcamos y practiquemos cada día la santidad

Este himno es uno de los más majestuosos que se canta en los cultos evangélicos desde finales del siglo XIX. Esta solemnidad es debida no sólo al poema sino a la música que lo sustenta. Si hubiera que elegir un himno que mostrara la adoración rendida a Dios, seguramente elegiríamos éste.

El poema fue escrito por Reginald Heber (1783-1826)  quien fue un hombre de letras, un poeta y clérigo anglicano que llegó a ser nombrado obispo de Calcuta.

Era hijo de un rico terrateniente que pastoreaba una parroquia en Hodnet (Shropshire-Inglaterra). Siendo un niño pequeño ya destacó por su facilidad para la poesía. Estudió en la universidad de Oxford y se formó en teología, recibiendo las órdenes sacerdotales en la iglesia anglicana. Sin embargo, él no estaba totalmente de acuerdo con la teología anglicana, y derivó a posiciones algo más evangélicas. Estuvo trabajando en la rectoría de Hodnet, alternando este trabajo con sus estudios sobre Jeremy Taylor, un clérigo del siglo XVII. Permaneció en este lugar hasta que sintió la llamada de las misiones.

Cuando tenía 40 años aceptó el puesto de obispo de Calcuta, recientemente creado, y se trasladó a la India. Allí su labor fue muy fructífera, pero a los tres años de su llegada falleció, probablemente de un choque térmico al bañarse en agua bastante fría a pesar del enorme calor que reinaba. Tenía tan solo 42 años.

El poema estuvo a punto de perderse entre los muchos escritos que dejó, pero su esposa lo encontró y lo dio a Bacchus Dykes para que le pusiera música.

John Bacchus Dykes (1823 –1876) fue un clérigo inglés nacido en el seno de una familia evangélica. Cuando era un niño, pronto mostró don para la música, y tocaba el órgano, el piano y el violín,  siendo instruido por su padre y también por su abuelo, quien era vicario de una iglesia. Pasados los años de la universidad de Cambridge, su pensamiento se acercó a un movimiento de la iglesia anglicana muy cercano al catolicismo, llegando a ser un ritualista. La melodía que creó para este himno muestra la solemne liturgia propia del ritual de las ceremonias que a él le gustaban.

La traducción de este himno al español se debe, como tantos otros, a Juan Bautista Cabrera, primer obispo de la Iglesia Española Reformada Episcopal. Éste tendría una inesperada influencia en la consecución de la libertad de cultos en España en 1868, al ser cercano al General Prim, uno de los principales protagonistas de la Revolución de1868, llamada “La Gloriosa”, que trajo consigo entre otras libertades, la religiosa 

El poema consta de cinco estrofas y es un canto de adoración a Dios que se inspira en textos como el de Isaías 6:1-5. En una visión, Isaías contempló al mismo Dios en un trono que describe como alto y sublime, majestuoso, regio; unos serafines proclamaban la santidad de Dios, adorando con fervor: “Santo, Santo, Santo, Jehová de los ejércitos, toda la tierra está llena de su gloria”, cantaban. También al apóstol Juan se le dio la oportunidad de tener una visión y subir en espíritu al cielo, donde recibió revelación de lo que había de suceder, y todo ello está narrado en el libro de la Revelación o Apocalipsis. Contempló al mismo Dios en toda su magnificencia, sentado en un trono; alrededor había 24 ancianos con coronas de oro que también estaban sentados en tronos. Cuando los cuatro seres que rodeaban el trono de Dios cantaban sobre la santidad de Dios, los ancianos se postraban y adoraban arrojando sus coronas delante del trono.

¡Santo, Santo, Santo! Señor Omnipotente,
siempre el labio mío loores te dará.
¡Santo, Santo, Santo! Te adoro, reverente.
Dios en tres Personas, bendita Trinidad.

¡Santo, Santo, Santo! El numeroso coro
de tus escogidos te adoran sin cesar;
de gratitud llenos, y sus coronas de oro
alrededor inclinan del cristalino mar.

¡Santo, Santo, Santo! La inmensa muchedumbre
de espíritus puros que hacen tu voluntad.
Ante Ti se postran bañados en tu lumbre;
Ante Ti que has sido, que eres y serás.

¡Santo, Santo, Santo! por más que estés velado
con sombras y el hombre no te pueda mirar.
Santo Tú eres solo y nada hay a tu lado,
en poder perfecto, pureza y caridad.

¡Santo, Santo, Santo! La gloria de tu Nombre
publican tus obras en cielo, tierra y mar.
¡Santo, Santo, Santo! ¡Te adore todo hombre!
Dios en tres Personas, ¡bendita Trinidad!

En este himno se incluyen varias verdades teológicas. En la primera y quinta estrofa se destaca la adoración a Dios en la forma de tres personas, la Trinidad.

El concepto teológico de la Trinidad se fijó canónicamente en el Concilio de Nicea, y se ratificó en el de Constantinopla. El primero tuvo lugar en el año 325 cuando el emperador Constantino abandonó el paganismo y se hizo cristiano. Pronto decretó la paz religiosa en el imperio romano, por lo que la fe cristiana se pudo recibir y expresar sin miedo a la persecución, y los obispos del orbe cristiano pudieron reunirse abiertamente. En Nicea, ciudad de la actual Turquía llamada ahora Iznik, fueron reunidos, según la mayoría de las fuentes, unos 318 obispos, de los cuales muchos habían sufrido grandes torturas por su condición de cristianos. Entre otros temas se rebatió el arrianismo, una corriente teológica que señalaba que Jesús no era verdadero Dios, y se fijó la sublime verdad, revelada por la Biblia, de que Dios existe en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El credo que se redactó allí permanece como un baluarte de esa doctrina fundamental.

En la segunda estrofa se recrea la imagen de la gozosa adoración de los escogidos de Dios, quienes la llevan a cabo ante del trono de Dios, situado delante de una especie de mar de vidrio semejante al cristal (Apocalipsis 4:6) y que representa la adoración en pureza y paz.

En la cuarta estrofa se reconoce otra verdad importante: la imposibilidad de entender en toda su amplitud y profundidad cómo es Dios. “La grandeza de Dios es inescrutable”, se afirma en el Salmo 145:3b, no se puede saber ni averiguar. Dios, que es espíritu, está velado para el mundo físico, y por tanto para el hombre. En 1ª Corintios 13:12, se reconoce que: “ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré como fui conocido”. Para mortales como nosotros, sin una revelación extraordinaria, nos es imposible conocer en su plenitud la maravillosa grandeza del carácter de Dios. Es más, el mismo Dios señaló que nadie puede ver su rostro y vivir (Éxodo 33:20,23). Pero himnos como éste nos ayudan a adorar a Dios, al menos hasta donde nuestra mente limitada nos permite.

El autor nos lleva a contemplar la gloria del Nombre de Dios mostrada a través de Su creación del cielo, de la tierra y del mar, y ese conocimiento nos lleva a adorarle por Su perfección en poder, pureza y caridad.   

Numerosos artistas actuales han grabado este himno, y como curiosidad recordemos que también fue usado en la película de 1953 sobre el Titanic.

Reconozcamos y practiquemos cada día la santidad, que es perfecta en Dios, y hagamos nuestro el versículo: “Escrito está: Sed Santos como yo soy Santo” (1ª Pedro 1:16), recordando lo dicho a Israel en Levítico 19:2.

Mª Luisa Villegas Cuadros